Crítica

Cristales de Lavapiés

Guillermoprieto es una periodista extraordinaria de la que tendríamos que aprender esa humildad concienzuda que ha hecho de su oficio un servicio a los espejos rotos de una sociedad que ella ve con pasión

Alma Guillermoprieto en Ciudad de México.Mario Guzmán (EFE)

Cuando le dieron el Ortega hace un año (este año se lo dieron a Sol Gallego: de la misma estirpe), Alma Guillermoprieto guardó el galardón y los halagos y se fue a vivir unos días a la capital del futuro, donde conviven, entre cristales rotos, los que vinieron en aluvión a Madrid y están haciendo en la capital de España una ciudad, una lengua nueva, un nuevo país: los emigrantes, los árabes, los europeos del Este, los que han hecho hogar en Lavapiés.

Se alquiló un pisito en cuya cocina hacía ...

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Cuando le dieron el Ortega hace un año (este año se lo dieron a Sol Gallego: de la misma estirpe), Alma Guillermoprieto guardó el galardón y los halagos y se fue a vivir unos días a la capital del futuro, donde conviven, entre cristales rotos, los que vinieron en aluvión a Madrid y están haciendo en la capital de España una ciudad, una lengua nueva, un nuevo país: los emigrantes, los árabes, los europeos del Este, los que han hecho hogar en Lavapiés.

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Se alquiló un pisito en cuya cocina hacía té constantemente. Era, por un tiempo, de ese barrio asustado y abierto, y allí se sentía ciudadana de Madrid, o de España, a su manera: preguntando. Es igual cuando viaja a cualquier parte. De esa manera, preguntando, se hizo de Colombia y de Cuba, y es de México. Es periodista fijándose; escribe minuciosamente, en sus cuadernos, las respuestas que recibe, repregunta a otros, a los estudiantes y a los viejos, y lo que escribe después tiene el destilado del periodismo que se hace para fijar, para enseñar, para describir el mundo a partir de detalles que otros no ven porque, simplemente, no están en los detalles de la vida sino en el probable destello de la idea.

Colombia, por ejemplo, está descrita en uno de sus libros mejores a partir de los cristales rotos que vio en la calle (“Las historias de Colombia siempre son asombrosas”) y México puede nacer, en sus metáforas reales, a partir de una comida casual con estudiantes que, en Guadalajara, le cuentan qué horror habita donde antes sólo había madera, niños o yerba.

Ha visto la angustia y el dolor; por su cara nunca he visto pasar ni el rencor ni el miedo, ni la autosuficiencia. Es una periodista extraordinaria de la que tendríamos que aprender esa humildad concienzuda que ha hecho de su oficio un servicio a los espejos rotos de una sociedad que ella ve con pasión y con ternura y con las venas abiertas. 

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