El candidato 13, el hombre que une a la oposición venezolana

Los temores del llamado a la abstención y la división de candidaturas han sido conjurados, al menos temporalmente, pero los desafíos no cesan

Edmundo González, durante una rueda de prensa el 16 de mayo de 2014, en San José (Costa Rica).Jeffrey Arguedas (EFE)

Luego de semanas de tensión y disputas internas, los factores políticos que mueven la Plataforma Unitaria de Venezuela se decantaron finalmente por el diplomático Edmundo Gonzalez Urrutia como abanderado. Cuando lo postularon en la madrugada del 26 de marzo le dieron el mote de candidato 13 porque fue el último en ser aceptado por el Consejo Nacional Electoral. No se esperaba que su nominación prosperara. Menos de un mes después, se ha metido por los palos y el 19 de abril ...

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Luego de semanas de tensión y disputas internas, los factores políticos que mueven la Plataforma Unitaria de Venezuela se decantaron finalmente por el diplomático Edmundo Gonzalez Urrutia como abanderado. Cuando lo postularon en la madrugada del 26 de marzo le dieron el mote de candidato 13 porque fue el último en ser aceptado por el Consejo Nacional Electoral. No se esperaba que su nominación prosperara. Menos de un mes después, se ha metido por los palos y el 19 de abril fue escogido por unanimidad como aspirante definitivo de la unidad.

La decisión mantiene a la oposición venezolana en la ruta electoral de una manera rocambolesca. El diplomático, de 74 años, es el tercer intento de la Plataforma de tener una candidatura que pueda participar en la contienda electoral. Se trata de un candidato que no quería serlo y tal vez por eso mismo ha concitado el respaldo de los 10 partidos que hacen vida en la alianza opositora.

Con tres opciones sobre la mesa, como fueron el gobernador del estado Zulia, Manuel Rosales, el exvicerrector del Consejo Nacional Electoral Enrique Márquez y el propio González Urrutia, la escogencia de este último parece ser la mejor decisión.

Se llegó a un consenso bajo una presión que amenazaba con romper aún más a la oposición. Con la fecha límite del 20 de abril para sustituir candidaturas, la guerrilla interna por las aspiraciones de Rosales y la persecución del Gobierno contra el equipo de Maria Corina Machado, algunos temían que los sectores afines a la política y ella misma se decantaran por un boicot al proceso del 28 de julio.

También se especulaba que Rosales, considerado un pragmático superviviente político, continuaría con su partido, Un Nuevo Tiempo. Sin embargo, el avezado dirigente declaró, en su momento, que si había una decisión unánime, él se retiraba de la carrera presidencial y eso hizo la noche del viernes 19 de abril. Fue quien propuso que se avalara a González Urrutia.

Los temores del llamado a la abstención y de la división de candidaturas han sido conjurados, al menos temporalmente, pero los desafíos no cesan.

“Nos costó conseguir la unidad, pero lo logramos. Siempre lo hemos podido hacer en los momentos más complicados. Cuando se comprende que todos los factores tienen una visión a favor del país y buscas el punto de encuentro, pasa algo valioso”, comenta Delsa Solórzano, excandidata en las primarias opositoras y fundadora del partido Encuentro Ciudadano.

La oposición venezolana, agrupada en la Plataforma Unitaria, ha sido sometida a una tirantez sin precedentes. Desde adentro y desde afuera. En esta ocasión las heridas que se causaron pueden ser duras de sanar. Aunque, tal vez, ese sea el menor de sus problemas.

Aún falta mucho para el 28 de julio de 2024. La oposición venezolana debe reconstruir su tejido, cerrar sus brechas y organizar la infraestructura que le permita estar en cada mesa de votación. Eso requiere tiempo y recursos de distinto órden.

Pero no es solo ese sector el que tiene un trecho lleno de obstáculos.

En el chavismo gobernante hay un terror instalado. La sola idea de perder la elección ha hecho arreciar la persecución no solo contra las disidencias, que ya es habitual, sino hasta en sus propias filas. Mientras tanto, las encuestas siguen mostrando que Maduro no levanta vuelo. Sin embargo, tiene el poder y toda la estructura represiva.

Hace menos de dos semanas, la Fiscalía anunció la detención de uno de los hombres de confianza de Nicolás Maduro, cabeza de la trama de corrupción conocida como Pdvsa-Cripto. Tareck El Aissami estuvo desaparecido de la escena pública durante un año, mientras su entorno de colaboradores iba a parar a la cárcel. Tras su arresto, fue exhibido como un trofeo de la desgracia y el árbol caído en una supuesta lucha anticorrupción.

El pasado 17 de abril, un ex alto cargo de la estatal petrolera, el coronel marino José Lugo, fue detenido y llevado a interrogatorio. A las pocas horas falleció por ahorcamiento. Es la tercera persona vinculada a la componenda- que desfalcó al Estado unos 23.000 millones de dólares- que muere en menos de un año, bajo custodia de las autoridades.

Para añadir más complejidad a la situación, un estudio de opinión de la firma Delphos halló una relación directa entre la intención de emigrar del país y una eventual reelección de Maduro. Cuatro de cinco personas que manifiestan deseo de irse de Venezuela, aseguran que lo harán si no hay un cambio político.

Con este panorama, el presidente colombiano, Gustavo Petro, esbozó una propuesta de convocar una consulta aprobatoria de un pacto que garantice la integridad de quienes pierdan la elección. Es una manera de reducir los costos de salida de Maduro, pero también de traer a la conversación los escenarios del día poselectoral. ¿Qué pasaría si gana la oposición como reflejan las encuestas? ¿Qué ocurrirá si Maduro repite? ¿Cómo puede la región manejar la inestabilidad que implica Venezuela?

El oficialismo parece navegar entre contradicciones, que, no obstante el silencio forzoso que impone en su seno, se nota en ambivalencias como es la pretensión de que la Unión Europea y el Centro Carter acepten la invitación de participar en la observación de los comicios, o que Estados Unidos no endurezca las sanciones sectoriales; mientras, el Gobierno sigue violentando los estándares de integridad electoral y aumenta la escalada autoritaria.

En todo este contexto, la candidatura de Gonzalez Urrutia podría resolver varios problemas. Permite que la oposición siga en el camino electoral sin pagar el costo del rechazo a una postulación que no cuente con el visto bueno de María Corina Machado; baja un poco la presión al Gobierno de Maduro porque no se le considera un extremista y, en tercer lugar, puede ser una figura que encamine al país hacia una transición, palabra prácticamente vetada del discurso público.

Para Griselda Colina, del Observatorio de Medios y Democracia, la selección de González Urrutia tiene sus ventajas. “Se trató de una decisión consensuada. Eso es una muestra de la capacidad de llegar a acuerdos internamente. Además, el perfil de González Urrutia puede ser beneficioso para un proceso de transición hacia la democracia”. Aunque, hasta el momento, ni el Gobierno está preparado para perder ni la oposición para ganar, la selección del candidato 13 como el aspirante único de la Plataforma es auspiciosa.

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