Es un crudísimo invierno en el sudeste de Soria y la silueta sedienta del Cid cegada por el sol en los versos de Manuel Machado solo se puede imaginar. “Por la terrible estepa castellana, / al destierro, con doce de los suyos / -polvo, sudor y hierro- el Cid cabalga”, escribió el sevillano en su poema Castilla. El Cid cabalgó por esta frontera, por caminos que eran a trechos del califato, a trechos de Alfonso VI, por los mismos por los que nos adentramos en una neblinosa mañana a bordo del Ford Puma. Los retrovisores térmicos retiran las finas capas de hielo que ha dejado la madrugada, y el modo automático de temperatura (según el acabado) pronto acondiciona el interior, con la posibilidad de calefactar la luneta y el volante.
Entre Medinaceli y Sigüenza, en los extremos tocantes de Soria y Guadalajara, hay un territorio relativamente breve en kilómetros y con una historia milenaria, apretado de casas palaciegas, monasterios medievales, joyas románicas de aire modesto y carreteras secundarias como máquinas del tiempo. En él, “el Cid es la llave de entrada a un viaje más amplio y apasionante por la Edad Media”, como explican en el Consorcio Camino del Cid.
La primera parada, unos kilómetros antes de Medinaceli, es en Santa María de Huerta, el pueblo que le debe su existencia al monasterio cisterciense homónimo. Fundado en 1162, forma parte del legado que promovieron las conquistas del Cid. Está asombrosamente bien conservado en zonas como el refectorio de los conversos o el enterramiento de doña Sancha, descendiente del Campeador. Con el Ford Puma se llega hasta el mismo pórtico gótico, cuyo perfil se visualiza a la perfección por el techo panorámico del coche. Por el arco por el que hemos accedido casi se oye un eco de herraduras de siglos, una sensación que tendremos muy a menudo en este viaje.
Para seguir hacia Montuenga desdeñamos la A2 y nos adentramos en una carretera local escoltada de campos de labor que nos lleva hasta los pies de un castillo altivo y desdentado que sirvió de frontera árabe y cristiano, castellano y aragonés. A sus pies sopla un viento helado que va levantando la niebla poco a poco. Ante estas condiciones climatológicas, el Ford Puma nos ofrece una solución: el modo de conducción suelo deslizante uno de los cinco que posee (junto con el Trail, Normal, ECO y Sport). Con él, la respuesta del acelerador, la dirección y el comportamiento del cambio de marchas se ajustan automáticamente a las condiciones del terreno.
Tecnología entre la belleza del medievo
En Arcos de Jalón nos espera una sorpresa: una de las 297 locomotoras de vapor Mikado que circularon por España se exhibe en la estación de tren. El pueblo, que es el más grande de la zona, con 1.222 habitantes, cuenta también con un una atalaya árabe algo menos sorprendente, pero que constituye un mirador inspirador desde el que observar los tejados y el castillo del siglo XIV. A estas tempranas alturas del viaje ya contamos con una buena colección de fotos que repartir por las redes sociales. Para ello aprovechamos el FordPass Connect, que transforma el automóvil en un punto de acceso WiFi para hasta diez dispositivos electrónicos. Aunque no nos estemos dando cuenta, nos hemos despreocupado de todo lo demás gracias a la gama de funciones de control remoto, como la localización del vehículo, su bloqueo y desbloqueo o la comprobación de los niveles de combustible y aceite.
La siguiente etapa es Somaén, un prodigio de ciudad elevada sobre barrancos y riscos, agujereados por túneles tras los que espera siempre una vista nueva, en lo alto o en las paredes de roca, con caprichosas formas. En Somaén se ha experimentado con restauraciones de hierro y cristal que se añaden, sin dañarla, a la piedra que conformó la ciudad en el siglo XIV. Desde sus miradores, las vistas son de águila.
Ahora sí que nos encaminamos hacia uno de los platos fuertes del viaje, Medinaceli, por la A2. Mientras conducimos, la sofisticada arquitectura de motorización híbrida Mild Hybrid del Ford Puma está mejorando la eficiencia del combustible, optimizando el motor de gasolina y permitiendo el almacenamiento de la energía que se suele perder en las frenadas y deceleraciones, además de dotar de energía a los dispositivos eléctricos del vehículo. El SUV se agarra suavemente a las curvas por las que ascendemos a la vieja ciudad romana y árabe y cristiana. Los palacios de esta ciudad de urbanismo medieval, de calles estrechas que desembocan en grandes plazas, están hechos de sillares que heredaron unas culturas de las otras. Se puede comprobar en el Palacio Ducal, que exhibe un mosaico romano desenterrado en la Plaza Mayor. Aquí murió Almanzor. Y también aquí nació o creció uno de los autores del Cantar del Mio Cid, que al describir la villa con detalle de nativo nos descubre también lo poco que ha cambiado en los últimos 900 años.
El legado de los 'muleteros'
Nuestro vehículo se adentra ahora en Guadalajara, con una primera parada en Maranchón, tierra de muleteros (tratantes de mulas), lo que le permitió tener un desarrollo inusitado en la zona a finales del siglo XIX y principios del XX. De aquello le quedan algunas encantadoras fachadas de la época, de una suntuosidad que hoy nos parece naif. Tras abandonar su trazado urbanístico anatópicamente recto nos dirigimos a Anguita, la ciudad marcada por la profunda y breve hoz del Tajuña, en donde durmieron el Cid y sus caballeros.
De camino a Sigüenza aún hay tiempo para dejarnos sorprender por hallazgos como el de la Casa de Piedra de Alcolea del Pinar (excavada en una roca por un vecino) o la humilde belleza de las pequeñas iglesias románicas de Estriégana y Jodra del Pinar, esta última con una prodigiosa balaustrada de columnas dobles. A unos metros de este templo, San Juan Bautista, el centro de un pueblo de cinco habitantes erigido hace mil años junto al Barranco del Río Dulce, no nos resistimos a compararlo con el diseño del Ford Puma, donde también menos es más y el corazón de un potente SUV se camufla bajo el suave aire redondeado de un modelo urbano pensado para salir de la ciudad.
El viaje termina en Sigüenza, resumen y máximo exponente de todo lo visto en la ruta. Su castillo, convertido en Parador, domina las alturas de un dédalo de calles estrechas de trazado medieval en el que las joyas románicas, mudéjares y góticas se suceden en torno a la Plaza Mayor y la catedral, que contiene el sepulcro gótico del Doncel. La ligereza y sensibilidad de esta escultura, que reposa de lado leyendo un libro, es la invitación que aceptamos para aparcar y convertir a la localidad en una inmejorable última etapa de este viaje por la Edad Media.
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