Fuente: Alcaldía de Medellín
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La ciudad colombiana poseía una de las tasas de criminalidad más altas del mundo en los años noventa. Hoy es modélica: ha logrado reducir la pobreza y la delincuencia con armas como el urbanismo, la arquitectura y un emprendimiento propio del carácter paisa a pesar de enfrentarse aún a grandes desafíos como la desigualdad. ¿Qué hacer para seguir siendo referente?
Texto y fotos: Lola Hierro / Medellín (Colombia)
Lina puede saborear un zumo de lulo en un restaurante del centro. Carlos, ir tranquilo en bicicleta a la Universidad. Y los estudiantes de arquitectura de Giovanna, organizar un picnic en el Jardín Botánico. Planes cotidianos así se solían frustrar en el Medellín de los años noventa por la violencia que azotaba la ciudad, capital del departamento de Antioquia y segunda en importancia de Colombia. Tenía una de las tasas de criminalidad más altas del mundo y cundía el miedo a los robos, los asesinatos, las balas y las bombas con las que se atacaban Pablo Escobar y sus adversarios para hacerse con el monopolio del narcotráfico. Pero hoy, los ciudadanos han recuperado el espacio público gracias a una profunda reforma municipal que logró reducir la pobreza y la delincuencia con armas como el urbanismo, la arquitectura y el emprendimiento. Así pasó de ser punto negro en el mapa a ejemplo mundial.
Premios como el Lee Kuan Yew 2016, máximo galardón en urbanismo, o el City of the Year de 2013 a la ciudad más innovadora del mundo avalan su mérito. Y le ha ganado terreno a la violencia: ha pasado de tener la tasa de homicidios más alta del mundo por cada 100.000 habitantes (380,6) en 1991 a salir del ranking de las 50 más peligrosas en 2016. Pero los paisas, los oriundos, saben que aún se enfrentan a grandes desafíos: es una de las urbes más desiguales de América Latina y la mayor de toda Colombia, con un 0,56 sobre 1 en el Índice Gini, que sirve para medir la desigualdad. Por comparar: Barcelona tiene un 0,31.
¿Qué deben hacer Medellín y sus 3,5 millones de habitantes para continuar siendo un referente? “Hace poco, un arquitecto español decía que esta ciudad corre el riesgo de morir de éxito. Es la autocrítica obligada: el camino es aún larguísimo. Hay que mostrar la realidad de una población de carne y hueso que ha sufrido pero que mira al futuro con optimismo”. Quien así habla es Federico Gutiérrez, alcalde desde enero de 2016. Se dirige a un grupo de periodistas internacionales en visita para asistir a la octava edición del Congreso Global de Emprendimiento (GEC 2016), una cita de referencia en el sector que se celebra por primera vez en un país de habla hispana. “Todas las ciudades del mundo tienen problemas. Y yo soy un convencido de que hay que visibilizarlos para cambiarlas, no esconderlos”, continúa.
“Medellín sigue teniendo barreras y divisiones sociales muy fuertes, y nos penaliza mucho la división territorial regida por los estratos, algo único en el mundo”, opina Giovanna Spera, arquitecta y exasesora de los macroproyectos de la Alcaldía de Medellín. Esos estratos socioeconómicos se asocian al territorio y no a la renta: los hay de pobres, clase media y alta. El 88% de la población pertenecía a los cuatro más bajos en 2011. Un peregrinaje por la ciudad, tal y como sugiere Gutiérrez, permite dar con esos claroscuros. El alcalde sabe de lo que habla: sin el apoyo de ningún partido, ganó las elecciones recorriéndola a pie: “Hablé con los vecinos uno a uno y comprendí sus realidades. Es lo que quiero: que los visitantes vayan y entiendan y hablen de esa Medellín real en términos positivos teniendo en cuenta el camino recorrido. Medellín tiene todo por ganar y todo por venir”.
Este paseo podría comenzar en una estación del Metro, la joya de la corona paisa. Su importancia se entiende al observar destacada en el periódico del día la noticia de que un vándalo pintó un graffiti en un vagón. “Es un drama para los ciudadanos que respetan su transporte público porque no es sólo un elemento de movilidad, sino de integración”, afirma Lina Gómez Parra, empleada de la Agencia de Cooperación e Inversión de Medellín (ACI). La localidad está aposentada entre montañas y antaño los barrios del centro y los de los bordes, los más pobres, no se comunicaban entre sí, no había Estado ahí. “Me bajo a Medellín, decía la gente de arriba, como si fuera esta otra ciudad”, recuerda. El Metroplus, hoy, une el norte con el sur y el este con el oeste. Su primo hermano, el teleférico Metrocable, conecta las cumbres donde se aposentan las comunas más humildes con el centro, abajo. Ni en andenes, ni en vagones o escaleras se ve atisbo de suciedad. Los usuarios van en silencio, ceden el asiento. Es “la cultura metro”, que ya cumple 20 años como símbolo de desarrollo y de lo que los paisas desean para su ciudad.
Con un solo billete, un transeúnte puede tomar el metro, hacer escala y subirse al Metrocable para ir en volandas desde el centro hasta las quebradas (montañas). Y bajo sus pies, en el camino, observar la desigualdad. Los edificios van mutando sus sólidos muros por endebles paredes de ladrillos, suelos de grava y tejados de chapa que arden bajo el sol caribeño. Se amontonan unos encima de otros, en inmensos asentamientos informales. Aquí reside uno de los desafíos de Medellín. “Desde el urbanismo se piensa en apuestas que permitan recuperar territorios críticos para el desarrollo y generar equidad”, explica Spera. “La estrategia pasa por intervenir desde los poderes públicos para que los residentes tengan facilidades urbanas, agua potable, electricidad, transporte… —enumera— pero también hay que identificar cuánto de ese suelo está mal ocupado y tratar de reubicar”. La arquitecta se refiere a zonas de alto riesgo por peligro de deslizamientos e inundaciones. La Alcaldía calcula que en 2013 más de 25.000 viviendas se erigían en estas áreas.
Reubicados serán John Usuga y su esposa Gloria, de 35 y 33 años. Con sus cuatro hijos. “Nos quieren mover porque estamos en una zona de alto riesgo por deslizamientos, pero no sabemos cuándo ni adónde”, sostienen. Viven en una vereda sinuosa, rodeada de casas de apariencia frágil sin orden ni concierto. Sobre ella, unas novísimas escaleras puestas por la Alcaldía indican presencia institucional en barriadas como esta, beneficiada por las mejoras a las que se refiere la arquitecta Spera. Pero se trata de terreno rural y la familia Usuga peligra. Para ellos es su único hogar, insisten en que nunca han tenido problemas de seguridad y se niegan a abandonar pese a las promesas del Consistorio porque ya vieron cómo su primera casa, en el barrio de la Cruz, era derribada ocho años atrás. “Nos dieron un piso de alquiler, pero a los nueve meses la Alcaldía dejó de pagar... Nos quedamos en la calle”, denuncia Gloria.
Compraron casi regalado un cobertizo con maderos y techumbre de uralita. Y hoy, este habitáculo, que ha ganado terreno a la pendiente gracias a fuertes muros, es su hogar. No hay cristales en las ventanas ni suelo que no sea la montaña, pero ellos llevan ocho años invirtiendo cada peso en mejorar el chamizo del que nunca vieron escrituras de propiedad. Es lo único que tienen junto a la orden de expulsión de la vivienda anterior, que guardan como oro en paño porque demuestra que son, como aseguran, “damnificados del Gobierno”.
La lucha de John y Gloria no se circunscribe a la ocupación pacífica del terreno de su hogar. Ellos, como todos en Medellín, disponen de consultas populares: una herramienta participativa para preguntar al vecindario sobre una decisión de trascendencia territorial, política o social. Pueden votar todos los menores de 14 años y el objetivo es lograr el apoyo a las propuestas comunitarias, que luego se entregan al Consejo Territorial de Planeación y a la Alcaldía de Medellín, y debatir sobre ellos. Y en la Comuna Ocho, donde viven los Usuga, se está celebrando una para decidir la mejora de sus barrios.
El líder de la Ocho era Jairo Maya, ambientalista convencido, enamorado de su barrio, que falleció tres días después de la realización de este reportaje. Era un firme defensor de lo comunitario, que denunciaba el aún persistente control de los grupos criminales o los tejemanejes de las autoridades. Promovió innumerables iniciativas desde los años ochenta, entre ellas el Plan de Desarrollo Local de su Comuna y luchó para lograr el reconocimiento de los derechos fundamentales de los suyos y la mejora en sus condiciones de vida. Contaba Maya cómo llegó la cooperación alemana en los noventa con la figura del mejoramiento de barrios y cómo se legalizaron las construcciones de los bordes y se construyeron el centro de salud, el colegio… “Ahora nos quieren quitar terreno para hacer apartamentos y sin consultar”, denunciaba. “Ya sacaron a varias familias del barrio 13 de Noviembre. Han perdido sus trabajos y no se les está pagando el arriendo prometido”. A su juicio, la solución no estaba en desplazar a los vecinos sino en mejorar lo que ya existe.
Reflexionaba Jairo Maya con la vista puesta en la UVA Sol de Oriente desde el porche del centro social donde está llevándose a cabo la votación. Las UVA o Unidades de Vida Articulada son espacios públicos transformados para uso y disfrute vecinal. La de la Ocho cuenta con aulas de informática y un polideportivo en la azotea. A Jairo no le convencía: “Está muy bien contar con una UVA cuando tienes cubiertas las necesidades básicas como trabajo, casa, escuelas buenas, agua potable… Pero la UVA costó 20.000 millones de pesos [en realidad fueron 13.500, unos cuatro millones de euros], con eso se podría haber construido el hospital”, se quejaba el hombre. Para dejar claro cómo quieren los vecinos que sea su barrio, la consulta popular finaliza con un recuento de votos demoledor: 1766 a favor de las medidas de la Comuna, 19 en contra. Estas son sus credenciales ante la Alcaldía a la hora de discutir el futuro de la Ocho.
Dificultades similares pasan los habitantes de Moravia, otro logro de la ciudad: antigua montaña de basura a cielo abierto convertida en jardín gracias a un plan integral de mejora. Hoy es un espacio ejemplar donde parece que la sostenibilidad y el diseño han ganado la batalla a la pobreza. Pero no al cien por cien: más de 2.000 vecinos fueron reubicados, pero aún quedan un centenar de casas precarias con vida en su interior. La vida de los hijos de Claudia María Osorio, por ejemplo, que juegan a salpicarse con unas pistolas de agua. Llevan 15 años en una chabola en medio de este oasis que es Moravia y forman parte de los desconectados de Medellín: 40.000 familias de pocos recursos y desde hace menos de un año sin acceso a agua potable o a electricidad, o a ambas, por dos razones: retraso en el pago de facturas y/o que el lugar carece de estos servicios. Así, Empresas Públicas de Medellín, la compañía pública que controla agua, electricidad, alcantarillado y parte de la telefonía, les instaló contadores prepago para combatir demoras. “A mí 4.000 pesos [poco más de un euro] me duran tres días para cocinar y la televisión”, señala Claudia María. Puede parecer poco, pero el sueldo medio en Colombia es de 235 euros al mes.
En Medellín se respeta el mínimo vital para el agua (cinco litros por persona y día) pero no el de la electricidad. Para la Alcaldía el sistema de prepago es una solución, pero no lo creen así en la Mesa Interbarrial de Desconectados, pues consideran que los 75.000 dólares que costó implementar el sistema se debían haber usado para garantizar un acceso básico a quienes menos tienen. Federico Gutiérrez asegura que está en marcha una inversión de 30 millones de euros para llevar agua a todos los hogares. ¿Y qué hacer por los que no pueden pagar mientras? “Con educación de calidad y estimulando emprendimientos”, responde. “No debemos dedicarnos solo al subsidio. Hay que asistir a quien lo necesita, pero también apoyar a esa persona para que salga de la pobreza, no para mantenerla en ella”.
También en las sencillas cumbres de Medellín hay ejemplos de prosperidad bien llevada. Y del orgullo paisa y su espíritu emprendedor, como el de los vecinos de Santa Elena. Antes pobres de solemnidad, hoy se han reconvertido en empresarios que dan la bienvenida a quienes se acercan al famoso parque Arví, a media hora en transporte público desde el centro. Ocupa 40.000 hectáreas de bosque verde y abigarrado, de rutas senderistas y de turismo ecológico. Ahí, a las puertas de la parada del Metrocable abre a diario el Mercado Arví de artesanía y alimentación. Solo se puede vender lo que uno crea con sus propias manos. En él se gana el pan Elkin Ahmed Rincón, que decidió cambiar su empleo como jefe de producción de una compañía textil para tallar madera. Cuenta que los 48 puestos han tenido un impacto económico positivo: han abierto más hoteles y restaurantes. “Este mercado se pensó para que las personas sin recursos tuvieran una oportunidad. Antes la gente robaba, ahora no lo necesitan. Unidos se pueden crear proyectos buenos para todos”, argumenta. Y son auto sostenibles: “Arví es ejemplo nacional”, añade.
No solo los bordes son objeto de mejora para esta Medellín que quiere seguir siendo la reina de la fiesta. El centro de la ciudad debe someterse a una profunda reforma para recuperar espacio ciudadano, una remodelación prevista en el Plan de Ordenamiento Territorial 2014-2027 del alcalde anterior, Aníbal Gaviria, —junto con la de los bordes y la de la reordenación de los márgenes del río—. “Tuvo mucho prestigio y todas las instituciones públicas están ahí pero se ha sufrido deteriorado en los últimos años”, describe Giovanna Spera. “Pese a ello es muy vital, demasiado quizá: hay mucho comercio, servicios… pero vive muy poca gente hoy en relación a su potencial”. Spera describe las calles aledañas a la Avenida de Junín, un corredor peatonal de ocho manzanas, una de las principales arterias comerciales. Entre esas callejuelas es imposible abrirse paso, atiborradas de puestos ambulantes de frutas y flores, de lotería, de ropa y de la última moda entre niñas paisas: adornos de plástico multiforme y multicolor para pegar en las zapatillas Crocs. Pura economía informal con la que subsiste el 46,7% de los trabajadores. “Todo lo negativo de la ciudad (tráfico de armas y drogas, lo ilegal, etcétera) se concentra ahí”, asevera Spera. “Se está realizando un gran esfuerzo por un plan del centro que incluya nueva vivienda, reciclaje y subdivisión de edificaciones existentes, recuperación del Patrimonio y mejora del espacio público”, sostiene.
Mejorar el centro pasa por descongestionar el tráfico, que provoca ruidos, atascos y contaminación. Las últimas alcaldías se esforzaron por mejorar los sistemas de transporte masivo y así proliferaron las paradas de metro, de Metrocable, el recién inaugurado tranvía y Encicla, un servicio de alquiler de bicicletas públicas que cuenta con más de 50 estaciones, una media de 9.500 préstamos al día y funciona con el mismo abono transporte. “Queremos lograr una integración 100% del sistema, porque quienes más pagan son los que menos tienen, y por eso es importante ofrecer un sistema de transporte de calidad”, sostiene Gutiérrez. Pero aún queda porque la congestión que produce el tráfico es muy visible: “Uno de los problemas es que los autobuses son propiedad de privados y entrar a reorganizar es complicado, hay que negociar”, sostiene Spera.
La polución preocupa a un nutrido grupo de ciudadanos activistas como La Ciudad Verde, un movimiento independiente que promueve urbes más sostenibles. Uno de sus portavoces es Carlos Cadena Gaitán, doctorado en Políticas Verdes y Movilidad e investigador afiliado a la Universidad de las Naciones Unidas. En compañía de otros, visita la Plaza Mayor, donde se celebra el Congreso Global de Emprendimiento, para avisar a los asistentes de que ese día Medellín ha batido récord de contaminación en el aire y ha activado la alerta roja por primera vez en su historia. Cadena y compañía reparten mascarillas a las puertas del GEC y explican los problemas de polución de la ciudad, bien patentes porque el aire es irrespirable. “Hay medidas como pico y placa, que restringen el tráfico por matrículas a determinadas horas del día, pero son insuficientes”, indica Cadena. Entre sus propuestas figura endurecer aún más los cortes de tráfico y fomentar la bicicleta apoyando a colectivos como Mujeres en BICI enamoran, Siclas, Túnel Verde, y MásUrbano. También son impulsores de Low Carbon City, el primer foro mundial para movilizar a la sociedad y construir ciudades bajas en carbono. En su primera edición, entre el 10 y el 12 de octubre de 2016, esperan reunir a más de 3.000 ciudadanos, gobernantes, académicos y líderes urbanos.
Los niveles de contaminación de la ciudad se vigilan desde Siata, o el Sistema de Alerta Temprana, un proyecto de Alcaldía de Medellín y del Área Metropolitana del Valle de Aburrá que nace en 1990 a partir de la idea de una alumna de la Universidad de Antioquia. Con la intención de prevenir riesgos y salvar vidas, el sistema monitoriza en tiempo real fenómenos como la lluvia y el viento, el estado de las quebradas y el nivel de los ríos gracias a 190 sensores dispuestos por la ciudad y el área metropolitana del Valle de Aburrá (90% del territorio del Valle y el 100% de la ciudad). Hace un año y medio comenzaron a comprobar la calidad del aire. “Nosotros no alertamos, sino que damos todo el insumo técnico en tiempo real a los organismos gestores de riesgo”, explica Daniela García, comunicadora de Siata. “Esa información es muy importante y la tiene la ciudadanía a su disposición en una página web actualizada constantemente y en una aplicación gratuita donde están todos los datos. Así las personas pueden saber la temperatura, dónde llueve, si los niveles del río están bien o mal…” ¿Cómo contribuye Siata a mejorar la ciudad? Una particularidad del centro de Medellín es que, a diferencia de otras ciudades, en él casi nadie vive, sino que se trabaja: multitud de fábricas operan y emiten humos desde primera hora, unos gases que Siata comprobó que eran altamente contaminantes. “Entonces la Alcaldía lanzó una propuesta: cambien su funcionamiento y no comiencen las emisiones a las seis, sino a las diez y media, porque es menos dañino para nuestra salud. Algunas ya se han acogido”, afirma García.
Pese a todo, en el centro también hay zonas ya muy aseadas que parecen sacadas de otro lugar menos caótico que esta Medellín vital. El barrio de Sevilla, donde se ubica la Corporación Ruta N, es ejemplo. “Estamos convencidos de que el papel de Ruta N tiene sentido siempre y cuando las iniciativas logren generar empleos de buena calidad, eso es clave para que la ciudad avance: la educación”, asevera el alcalde Gutiérrez. Si hay algo que hoy genera una gran brecha social es la educación, y con Ruta N, creado ya por alcaldías anteriores, Medellín quiere contribuir a reducirla mediante esta corporación creada entre la Alcaldía, la universidad y la empresa privada con el objetivo de posicionar a la urbe en 2021 como la más innovadora de América Latina.
La tarea es mastodóntica, como mastodóntico es el número de actividades, proyectos y modalidades de participación que ofrece: desde punto de aterrizaje de emprendedores extranjeros, que encuentran en ella un lugar donde comenzar su negocio, hasta programas de investigación con universidades públicas y privadas. “Ruta N se ideó como hoja de ruta para crear oportunidades para los violentos”, asevera David Sierra, gerente de Proyectos Especiales. “Si hay algo que ha hecho que Medellín funcione es que hay un trabajo permanente y conjunto del sector público, privado y universidades”, ejemplifica Gutiérrez. Un dato que demuestra este interés es que un 1,3 del PIB de la ciudad se destina a innovación, ciencia y tecnología, dice. “Y en 2018 debemos estar invirtiendo dos puntos, eso permitirá que Medellín se siga consolidando como ciudad más innovadora del mundo”.
Es a través de Ruta N, de las universidades y las escuelas de calidad, de la reordenación urbana, del transporte público y del apoyo a emprendedores e incontables proyectos, iniciativas y eventos, imposibles de enumerar, cómo Medellín cree que puede superar los baches en el camino y avanzar. “Tenemos una ruta clara. Sabemos para dónde vamos, sentimos orgullo de lo hecho pero tenemos claro que queda un camino muy largo”, dice Gutiérrez.
“No está todo resuelto, no, pero hemos logrado construir una ciudadanía activa que discute, critica, pide, y se siente con derechos”, resume la arquitecta Spera. “En los noventa no teníamos el concepto de espacio público, la gente vivía encerrada en sus urbanizaciones y yo me reunía con mis compañeros en casas de otras personas”. No había por aquel entonces un uso y disfrute de espacios públicos porque era peligroso y hoy, sin embargo, ese sentimiento ha mutado en una incipiente conciencia de lo público, lo comunitario. “Para un europeo es difícil de entender”, sonríe Spera. “Pero esto ya ha empezado y es maravilloso”.