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COLUMNA
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De Colin Kaepernick a Vinicius: contra el cuento del “aquí no hay racismo”

El jugador de fútbol americano pagó con el fin de su carrera su decisión de hincar la rodilla cuando sonaba el himno, pero su protesta dio la vuelta al mundo. Algunos gestos hacen despertar a la sociedad

Eli Harold, Colin Kaepernick y Eric Reid, con la rodilla hincada antes del partido de los San Francisco 49ers contra los Dallas Cowboys en Santa Clara, California, el 2 de octubre de 2016.
Eli Harold, Colin Kaepernick y Eric Reid, con la rodilla hincada antes del partido de los San Francisco 49ers contra los Dallas Cowboys en Santa Clara, California, el 2 de octubre de 2016.Michael Zagaris (EL PAÍS)
Ricardo de Querol

La primera vez que Colin Kaepernick, el quarterback de los San Francisco 49ers, quiso protestar por las reiteradas muertes de ciudadanos negros inocentes a manos de la policía, en 2016, se quedó sentado en el banquillo mientras sonaba el himno de Estados Unidos. Kaepernick, que ya era un tipo polémico por su fuerte carácter y su trato arisco con la prensa, y que ya recibía insultos de algunos aficionados, se puso en la diana de los conservadores. Recibió un buen consejo de su compañero Nate Boyer, un exmilitar blanco: arrodíllate, así nadie podrá decir que no eres respetuoso.

Las siguientes veces que sonaba el himno antes de cada partido de la NFL, Kaerpernick hincaba la rodilla. Donald Trump, que estaba a punto de ganar la presidencia de EE UU, enfureció y dijo: “Saquen a ese hijo de perra del campo”. Kaepernick se acogió a una cláusula para rescindir su contrato (millonario) y convertirse en agente libre: ningún otro club quiso incorporarlo. No volvió a jugar en la NFL. Tenía 29 años.

La historia la recupera, muy oportunamente, el canal #Vamos de Movistar+, que repone el documental El precio de la dignidad. La historia de Colin Kaepernick, de 2019. Es una producción alemana dirigida por Annebeth Jacobsen que pone bien el foco en el activista antes que en el jugador, y que explica bien el contexto social de ese racismo sistémico contra el que se sublevó. También vemos la reacción de sus enemigos: los reaccionarios se grababan en vídeo quemando su camiseta con el 7 de los 49ers, y luego hicieron arder zapatillas de Nike, marca que había asociado su imagen a la del deportista convertido en un símbolo.

Nadie le iba a contar a Kaepernick el cuento de “aquí no hay racismo”: desde su infancia había percibido cómo le trataban diferente en todo tipo de contextos por su piel, algo más oscura que la de sus padres adoptivos, un matrimonio de blancos. Fue adquiriendo conciencia y se implicó con el movimiento Black Lives Matter según morían víctimas de la brutalidad policial, tantas veces impune. Le impresionaron casos como el de Eric Garner, que murió asfixiado en 2014 diciendo “no puedo respirar” algunos años antes de que George Floyd repitiera esas mismas últimas palabras.

Su gesto de la rodilla en el suelo se consagró cuando él ya no pisaba los estadios: fue repetido por otros jugadores de la NFL, no solo los afroamericanos; se extendió al baloncesto, impulsado por su máxima estrella, LeBron James, y a las Ligas de fútbol inglesa o alemana; se vio en el Mundial de Qatar. Se extendió a universidades, manifestaciones, entregas de premios. Hoy es un icono para la historia de la lucha por los derechos humanos, como en 1968 lo habían sido los puños en alto de los atletas Tommie Smith y John Carlos al recoger sus medallas de oro y bronce por la carrera de 200 metros, en el podio de los Juegos Olímpicos de México.

Los corredores estadounidenses Tommie Smith (centro) y John Carlos (derecha) levantaban sus puños con guantes negros en el podio de los Juegos Olímpicos de México de 1968 mientras sonaba el himno nacional estadounidense.
Los corredores estadounidenses Tommie Smith (centro) y John Carlos (derecha) levantaban sus puños con guantes negros en el podio de los Juegos Olímpicos de México de 1968 mientras sonaba el himno nacional estadounidense.

España no es un país racista, dijo un señor blanco sentado en su despacho mientras escribía un mensaje para reñir a la víctima. Aquí no hay racismo, han repetido líderes políticos blanquísimos, incluso los que demonizan a los niños y adolescentes inmigrantes sin familia; han insistido en ello comentaristas muy caucásicos sin preguntar a los afectados potenciales y reales. Si acaso, dicen, hay algún racista, un caso aislado. Pero no fue hasta que Vinicius explotó, y el mundo entero miró a España, cuando nos fijamos en que no solo hay racismo, sino una tolerancia muy extendida al racismo. Ni nos había llamado demasiado la atención que lo llamaban mono o que colgaran de un puente un muñeco con su camiseta.

Hay miles de casos cotidianos de discriminación que no estarán en los titulares porque no ocurren en el estadio sino en las calles, en el empleo, al alquilar una vivienda, al pararte la policía, de las vallas en las fronteras ni hablamos. Dicen algunos: ojo, no se insulta a todos los jugadores negros. Solo al más desequilibrante, al que va provocando porque hace muchos regates y por eso se lleva tantas patadas. Ningún forofo insulta a los negros de su propio equipo: ¿ves como no somos racistas?

Si crees que no hay racismo, quizás sea que no te importa que haya racismo. Igual que, si crees que no hay machismo, quizás sea porque no te parece que eso vaya contigo. Quienes no ven el problema son parte del problema, nunca de la solución. A veces el gesto de un valiente hace despertar a una sociedad. Eso es solo el principio del camino. Hemos tardado.

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Sobre la firma

Ricardo de Querol
Es subdirector de EL PAÍS. Ha sido director de 'Cinco Días' y de 'Tribuna de Salamanca'. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y la mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).

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