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COLUMNA
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‘Cosmos’: Carl Sagan tenía razón (y le hicimos poco caso)

El divulgador exploraba el universo en la serie de 1980 con su carisma, efectos visuales rústicos y la música de Vangelis. Hablaba de otros mundos que dan lecciones sobre este. El programa, en Filmin, no ha envejecido nada mal

Astronomer Carl Sagan
Carl Sagan, astrofísico y divulgador, en uno de sus programas.Tony Korody (Tony Korody)
Ricardo de Querol

Cuando los humanos de la prehistoria apagaban, de noche, las hogueras, se quedaban a solas con las estrellas. Había algo mágico en la forma en que el cielo aparecía inmutable cuando sobre la Tierra reinaba el caos. Además de magia, los que miraban los astros también se fijaban en sus patrones. Ya lo hizo Ptolomeo muchos siglos antes de que Copérnico, Galileo y Kepler se metieran en líos por eso. El progreso fue arrinconando a la astrología en favor de la astronomía: al principio eran lo mismo. En culturas antiguas, la astrología servía además al poder político, que se cuidaba de controlarla: por entonces predecir la caída de un tirano equivalía a instigar su derrocamiento.

El gran divulgador científico Carl Sagan lo explicaba de maravilla en su serie Cosmos, estrenada en 1980. Y, como buen apóstol del racionalismo, aprovechaba para burlarse de los horóscopos. Coge varios diarios y lee la predicción para un signo: libra. Todas son tan vagas que valen para cualquiera; todas tan distintas entre sí que no pueden responder a ninguna base. (Conocí una publicación en que los montadores de páginas, viejo oficio, se divertían intercambiando los párrafos de cada signo. Nadie se dio cuenta nunca).

Cosmos tiene una versión moderna, y atractiva, que presenta Neil deGrasse Tyson. La original, 13 capítulos de una hora, puede revisitarse en Filmin y ha envejecido muy bien. Sagan introdujo algunas actualizaciones al final de los capítulos en 1989 con los últimos hallazgos. Pero tampoco tuvo que corregirse demasiado. La serie se hizo cuando decaía ya la fascinación por la carrera espacial, lastrada por los recortes presupuestarios durante la crisis del petróleo. Sagan lamentaba mucho que se racaneara en la investigación espacial mientras seguía creciendo el gasto militar. Aun así, se habían dado pasos importantes para el conocimiento de los astros cercanos y lejanos, gracias a las sondas. Entonces ya llegaban fotos de los paisajes de Marte, aunque no fueran en alta definición.

Sagan, físico y astrofísico, exploraba el universo con su carisma, efectos visuales rústicos (punteros para la época), dramatizaciones de época y la bella música de Vangelis. Daba respuestas claras y hacía buenas preguntas. ¿Habrá vida allí fuera, podrá ser de otra naturaleza? La gran cuestión, si la vida es un fenómeno excepcional o abundante, sigue sin resolverse cuatro décadas después. Él apostaba por la segunda idea: creía probable que hubiera vida en millones de lugares. Y más remota la opción de que contactemos con otras civilizaciones avanzadas, pero no perdía la esperanza y animaba a intentarlo. Consideraba que un encuentro de ese tipo nos sacaría del provincianismo terrícola. Eso sí, también se ríe del fenómeno ovni, muy popular entonces, que considera cercano a la religión y a la superstición.

Sagan, por cierto, aprovechaba el conocimiento de otros planetas para hablar del nuestro. Venus, un infierno por el efecto invernadero, es el ejemplo perfecto, y temible, de lo que puede pasar si seguimos destruyendo el medio ambiente aquí abajo. Sagan advertía de que la devastación de la vegetación y la contaminación que provocamos los humanos pueden hacer la Tierra inhabitable. “No es necesario que la Tierra llegue a parecerse a Venus para convertirse en un lugar estéril y sin vida”, afirmaba. No había entonces un consenso científico tan rotundo sobre los efectos del cambio climático, pero él lo tenía claro. Incluso hay quien lo discute hoy, con 38 grados en abril y 135 días sin ver llover. El añorado científico se confesaba obsesionado por las capacidades autodestructivas de nuestra especie, desde el destrozo ecológico a la amenaza nuclear, muy presente en los años de la Guerra Fría y reaparecida ahora.

Medio siglo después de la última vez que una persona pisara la Luna, 43 años después de estrenarse Cosmos, 27 años después de la muerte de Sagan, el cohete que debe llevarnos de vuelta a la Luna y más tarde a Marte ha explotado en el despegue. La empresa (de Elon Musk) detrás del proyecto considera un éxito que no explotara antes.

Si Sagan sigue vigente, quizás sea que no hemos avanzado tanto como creemos. Que seguimos siendo insignificantes en el universo.

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Sobre la firma

Ricardo de Querol
Es subdirector de EL PAÍS. Ha sido director de 'Cinco Días' y de 'Tribuna de Salamanca'. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y la mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).

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