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Columna
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Cluedo en la Tierra Media: adivina quién es Sauron

‘El Señor de los anillos: los anillos de poder’ acaba convertido en un juego por descubrir la identidad del malo de la función

El Señor de los anillos: los anillos de poder
Personajes de 'El Señor de los anillos: los anillos de poder'.
Jacinto Antón

Acabada la primera temporada de El Señor de los anillos: los anillos del poder, es el momento de hacer balance de lo que hemos visto. Es una tarea tan peligrosa como atravesar las Ciénagas de los Muertos o atravesar el paso de Morgul, visto cómo las gastan los ultraortodoxos tolkinianos; “dura es la hora, sin duda”, como decía Aragorn, pero allá vamos.

Lo hemos pasado estupendamente regresando a la Tierra Media (y contornos) y volviéndonos a sumergir en el universo de Tolkien en un gozoso batiburrillo de temas propios del viejo profesor mezclados con ideas nuevas ―incluidas ideas de la serie rival, paradójicamente tan tolkiniana, Juego de tronos—, aunque siempre se ha percibido un intento de ser respetuosos con la creación del autor. De lo mejor de la serie, el empoderamiento de Galadriel (Morfydd Clark), la comandante elfa que ha pasado de tener un papel secundario (y que Ilúvatar me perdone por la afirmación) en El Señor de los Anillos y otros textos de Tolkien a ser la indiscutible protagonista de esta precuela de la obra magna del escritor. La estampa de la hermosa elfa rubia embutida en armadura como una Juana de Arco noldorin (y más al alcanzarle los fuegos de la erupción del Orodruin, el volcán de Mordor) es de las que queda en la retina tras los 8 episodios de la primera temporada en Amazon Prime. La elfa sufre luego síndrome de excombatiente (y de Estocolmo).

Nos ha impresionado mucho también —aparte de la barbilla de Elrond, sólo comparable a la de Kyle MacLachlan; por cierto, señores elfos: nunca tupé con orejas puntiagudas— la plasmación del reino-isla de Númenor, del que tanto habíamos oído hablar en El Señor de los anillos y que sabemos que se acabará corrompiendo a lo Camelot, en este caso por la incapacidad de sus habitantes humanos de asumir que ellos son mortales y los elfos no (que es algo que sin duda ha de dar rabia). Y ha sido emocionante la sensación de peligro y luego el desencadenamiento de la guerra en el sur contaminado por el Mal, acontecimientos en los que han destacado el insólito elfo negro interpretado por el actor portorriqueño Ismael Cruz Córdova y sobre todo el jefe (“padre”) de los orcos Adar (Joseph Mawle), de inquietante fisonomía vampírica.

A destacar la plasmación de los orcos, más terribles y correosos que los de Peter Jackson, y con autoconciencia existencial (los tiempos están porque ninguna forma de vida sea del todo despreciable); uno de ellos, prisionero, suelta a sus captores durante un duro interrogatorio unas líneas dignas de Shylock: “Somos tan dignos como tú del aliento de la vida”). Y una magnífica carga de caballería in extremis al puro estilo rohirrims. También hay un retorno del rey en modesto (Halrand no es Aragorn, ¡y que lo digamos!).

Tramas más flojas y viejos conocidos

Menos interesantes y a ratos algo cargantes son las tramas paralelas de los enanos en su reino de Khazad-dûm y la de los nómadas-recolectores pelosos, hobbits avant la lettre. En la primera, la de los enanos, hemos visto por fin a las enanas que Tolkien nos escamoteó (sólo se las menciona una vez, en los apéndices de El Señor de los Anillos), y ha resultado pesadita la relación paterno filial entre el rey Durin y su hijo por un quítame ahí ese mithril, la plata de Moria, el material estratégico-espiritual que codician los elfos como si fuera uranio o coltán. En cuanto a los pelosos, también aquí con protagonista femenina, la aventurera Nori, el equivalente de Frodo, su sociedad rural de buenismo pseudo-hippy da un poco de grima (tienen “el corazón más grande que los pies”, y ambas cosas mucho más grandes que el cerebro). Hay que recordar cuánta gente no pasó del principio de El Señor de los anillos precisamente por la larga explicación de la aburridísima vida de los hobbits que nos propinó Tolkien. En esta trama figuran también el extraño caído del cielo que sigo pensando (en mi torpe ignorancia) que debe ser Gandalf (se nos revela que es un istari, así que bien podría ser) y tres especies de valkirias andróginas, brujas o vampiras, con sorpresa.

Nos hemos encontrado con mucha gente y cosas conocidas ya por El Señor de los anillos y El Hobbit (libros y películas), como a Isildur (antepasado de Aragorn), al Balrog, a los incipientes Nazgul, las piedras palandir, los propios anillos que ya estamos forjando, con infiltrado incluido… La serie juega mucho con el conocimiento que tienen los fans de todos ellos.

Pero si algo ha caracterizado finalmente la primera temporada es el juego que se ha propuesto al espectador de intentar averiguar en qué personaje se esconde Sauron. Sembrado de falsas pistas, este ejercicio de trilerismo fantástico (¿dónde está la bolita?) y auténtico Cluedo de la Tierra Media (¿quién es el criminal?) ha marcado con progresiva intensidad los capítulos hasta la ¿sorpresa? final, en que la identidad ha sido revelada en una escena digna de la tentación en el desierto y líbrame de ti, Satanás. Por delante, muchísimas intrigas que resolver, tramas que cerrar, guerras que librar y, claro, un anillo para gobernarlos a todos, para atraerlos a todos y atarlos en la oscuridad, etcétera.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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