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Columna
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Invalidez

Mi escaso sentido de la responsabilidad todavía me obliga a ver cosas muy publicitadas por las plataformas y bendecidas por la crítica, como la inane ‘The Assistant ‘o la lamentable ‘Color Out of Space’

Avance de 'The Assistant'.
Carlos Boyero

Mi interés por descubrir nuevas perlas del cine y de las series es tan limitado como escéptico, pero mi escaso sentido de la responsabilidad todavía me obliga a ver cositas muy publicitadas por las plataformas y bendecidas por la crítica. Logro con esfuerzo llegar al final de The Assistant, aunque podría haber prescindido a los 15 minutos de su aburrido metraje. Me informan de que el movimiento (o lo que sea) llamado Me Too, convencido de que posee la verdad absoluta y que a veces incurre en nombre de su infinito e institucionalizado poder a perpetrar barbaridades, acorralamiento sin pruebas, estupideces sectarias, ha definido esta película como un sutil, insólito y magistral retrato de la confusión, la progresiva ira, la indefensión ante el chantaje de una secretaria que trabaja en la productora de un depredador sexual muy parecido a Harvey Weinstein. La forma de contar esta historia siniestra me parece cansina, con los tics y la nadería del más insufrible cine independiente. Sus intenciones son defendibles, pero el desarrollo es inane.

Prolongo el bostezo con la lamentable Color out the Space, que protagoniza el temible Nicolas Cage, empeñado infatigablemente en acumular una filmografía grotesca. Con algunas excepciones, pero muy antiguas. Me acerco a ella porque está inspirada en el universo de mi amado Lovecraft, aquel misántropo de Providence que inventó en su terrorífica literatura a los Antiguos, el Necronomicón, el esplendor de un mal ancestral. Pero aquí todo es ridículo, gore, barato. No provoca miedo, solo risa tonta.

Y recurro a lo seguro, a lo que me sigue fascinando. O sea, Hitchcock. Debido a mis penosas circunstancias actuales, por razones lúdicas, pero también masoquistas, me concentro en la fascinante La ventana indiscreta. Un señor escayolado, inmóvil en su silla de ruedas, fotógrafo de profesión, se dedica a fisgonear con su mirada y sus prismáticos en la vida de sus vecinos. Constata soledades, exhibicionismo, amargura, cotidianeidad, alegría y también la posibilidad de un crimen. Ocurre en el tórrido verano neoyorquino. Le acompaña a ratos una elegante, hermosa, sensual y superpija Grace Kelly, obsesionada en lograr el amor del arrogante e inseguro inválido. Yo no tengo vecinos enfrente de mi casa, no voy a descubrir secretos inconfesables. Creo que estoy a salvo de que alguien me quiera dar matarile por husmear en lo que no debo.

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