Aprovechar antes que tirar: la última gran tendencia de la moda

Desde las estrellas de Hollywood hasta las pasarelas, pasando por el consumidor medio, el reaprovechamiento de prendas se ha convertido en una nueva revolución llamada a cambiar la manera en que se consume la ropa

No es casualidad que en los últimos años la ropa de segunda mano haya logrado sacudirse el estigma para convertirse en un símbolo de orgullo y principios. Las alfombras rojas se han llenado de piezas de archivo y fondo de armario –en la première londinense de Eternals, por ejemplo, Shiloh, la hija de la actriz Angelina Jolie, rescataba un vestido antiguo de su madre– e incluso la ropa desechada ha llegado a la pasarela. Uno de los desfiles más aplaudidos de la pasada 080 Barcelona Fashion, orquestado por los estilistas Fermin+Gilles, se componía únicamente de prendas recuperadas de plantas de clasificación de residuos textiles y de tiendas de segunda mano de la capital catalana.

Esta apuesta por la circularidad supondría la reducción de hasta un 25% en las emisiones de dióxido de carbono que genera la industria. Así lo recoge el último informe realizado por la consultora GlobalData y la compañía de segunda mano ThredUp –dato que coincide también con las estimaciones de la ONU–, en el que auguran que este mercado se duplicará en los próximos cinco años, pasando de los 30.000 millones de euros que factura en la actualidad (un 2% de las cuentas globales de la industria) a 70.000 millones.


La conciencia medioambiental, el posicionamiento de la Unión Europea sobre la moda circular y la situación económica han impulsado un mercado en el que, por primera vez, tanto marcas como clientes participan activamente. A veces incluso se intercambian los roles. Lo explica Iker Vélez de Mendizábal, CEO de Micolet, una de las plataformas españolas más populares de compra y venta de segunda mano, junto a Vinted, Percentil o, en el sector del lujo, Vestiaire Collective y Best for Less:“La inflación ha hecho que la población busque el ahorro y la segunda mano no solo ofrece la posibilidad de vender ropa y obtener ingresos extra, sino que también aporta la opción de continuar vistiendo tendencias sin gastar demasiado. Es decir, pueden continuar con sus hábitos de consumo, pero invirtiendo menos dinero en moda”.

Para Vélez de Mendizábal, la ropa de segunda mano ya no entiende de generaciones –si la media de edad de sus usuarios estaba entre los 18 y los 25 años, en tan solo 24 meses los de entre 35 y 54 años se han convertido en mayoría–, lo que sí ha cambiado es la forma en la que nos relacionamos con ella: “A la hora de comprar algo nuevo, pensamos en la posibilidad de venderlo en un futuro a medio plazo. Esto tiene su parte positiva, ya que las prendas que son reintroducidas rápidamente en el mercado no pierden tanto valor y están en buen estado. Son un activo valioso para el sector”, señala el experto. Tan solo en Micolet, procesan alrededor de 150.000 prendas al mes. Es uno de sus valores diferenciales: recogen la ropa que los usuarios ya no quieren, la clasifican y, mediante un software propio, le ponen precio. La que no pasa el corte, se devuelve o se dona a alguna ONG. De la que se vende, se quedan con un 25% del precio. Es una forma de animar a los usuarios, liberándolos de los procesos pesados de venta (fotos, negociación, envíos...) y, a su vez, de inyectar confianza en los compradores, asegurándoles calidad y transparencia.

Albert Alberich, director de Moda re-, la cooperativa social impulsada por Cáritas para la gestión circular de la ropa usada, celebra que este modelo de reecommerce –como lo han rebautizado los medios especializados– haya saltado al mercado convencional. “Es una buena iniciativa y esperamos que se consolide, ya que puede tener una gran incidencia en los puntos actualmente débiles del sistema: va a ayudar a la desestigmatización y a la normalización de este consumo, acercando la oferta a nuevos colectivos”. Aunque pone el foco en el impacto medioambiental que puede ocasionar el volumen de envíos y devoluciones de las plataformas online, asegura que “está abriendo escenarios imposibles de imaginar hace muy poco tiempo”.

Firmas como Stella McCartney o Gucci llevan años aliados con The Real Real para asegurarle una segunda vida a sus piezas vintage y, con un enfoque más social, Isabel Marant lanzó una web desde la que premia con vales a los clientes que donan su ropa usada, destinando lo recaudado de las ventas a mejorar la educación y promover la artesanía entre las mujeres de comunidades indígenas. Zalando cuenta con una sección dentro de la misma plataforma, para que sus clientes compren o intercambien ropa. Según los expertos, el refuerzo del perfil activista de las marcas contribuye a aumentar su influencia como educador y motor de cambio. Ya ocurrió con el reciclaje: que firmas como Mango, Inditex o H&M tomaran la decisión de incluir puntos de recogida textil en sus tiendas ha contribuido a concienciar sobre la importancia de gestionar correctamente la ropa usada y facilitar el asentamiento de una industria paralela, con compañías como Moda re- o Humana, que la utilizan para integrar y emplear a aquellos en riesgo de exclusión social.

Ahora que la segunda mano es una opción más, uno de los principales retos, en palabras de Iker Vélez de Mendizábal, de Micolet, “será que los consumidores no vean la segunda mano como una opción más para quitarse la ropa usada de encima y comprar más, sino que busquen en la segunda mano una opción para consumir moda de una manera sostenible, velando por la calidad y por el medio ambiente”.

La plataforma de alquiler de ropa Ecodicta se alió con la artista Haizea Sayar, al frente de Alabama Banana, para darle una nueva vida, brocha mediante, a aquellas chaquetas gastadas por el uso.
La plataforma de alquiler de ropa Ecodicta se alió con la artista Haizea Sayar, al frente de Alabama Banana, para darle una nueva vida, brocha mediante, a aquellas chaquetas gastadas por el uso. Adriana Ayala

El alquiler frente a la adquisición

Aunque el volumen de la ropa que producimos y compramos ha aumentado, estudios como el de la Fundación Ellen MacArthur advertían de que las veces que ponemos una prenda antes de descartarla era cada vez menor: en los últimos 15 años el uso ha disminuido alrededor de un 36%. Con el objetivo de reducir el consumo, la empresa La Más Mona fue de las primeras en apostar por el alquiler de ropa en España: “Empezamos ofreciendo un servicio de alquiler para looks de invitada; aquellas prendas que son más especiales y, a la vez, utilizamos menos porque no queremos repetir en esos eventos”, rememora su CEO, Polo Villaamil. “Al principio encontramos que había bastante fricción hacia este modelo. Algunas mujeres decían que no alquilarían jamás y otras tenían ciertos reparos o miedos a la hora de hacerlo: ‘¿Me quedará bien la prenda? ¿Qué pasa si se mancha o se rompe? ¿Qué pasa si al final decido usar otro look?’, se preguntaban”. La adopción de medidas como los seguros de accidente y de cancelación y el orgullo de su clientela ha contribuido a normalizar este modelo. Incluso Carrie Symonds se casó con el exprimer ministro británico Boris Johnson con un vestido boho que había alquilado por 50 euros en My Wardrobe HQ, disparando las búsquedas en Internet.

Aunque todavía se puede considerar un modelo nicho, el último informe de la empresa de estadística Statista prevé un crecimiento de casi un 40% en los próximos cinco años, y la industria tampoco ha dudado en apoyarlo: el grupo Kering invirtió en la start-up Cocoon en 2021 y, a nivel nacional, el pasado marzo, Mango se aliaba también con La Más Mona. Como ejemplo, Villaamil señala el éxito del servicio que permite a sus clientas alquilar su propia ropa y rentabilizar su propio armario. “Aproximadamente un 15% de nuestro catálogo lo componen estas prendas y muchas de sus dueñas han podido recuperar gran parte (a veces incluso más) del precio que pagaron por ellas”.

En la imagen, uno de los vestidos para grandes ocasiones de La Más Mona.
En la imagen, uno de los vestidos para grandes ocasiones de La Más Mona.La Más Mona

Para el empresario Raúl González, cofundador, junto a su mujer Mercedes García, de Ecodicta, el alquiler le permite a las marcas acceder a un nuevo canal de distribución, testar sus colecciones o revalorizar excedentes de stock. En cuanto a los consumidores: “Es un complemento a la compra o al armario: permite cubrir el gusanillo de estrenar o, en el caso de mujeres expuestas al escrutinio, esa necesidad de cambiar de ropa”. Trabajan principalmente con firmas más sostenibles y, aunque cuentan con prendas para grandes ocasiones, su principal tirón son las cajas de prendas casual que una estilista trata de seleccionar acorde a los gustos del usuario: una, de cinco prendas al mes con una suscripción por 49,90 euros y otra de ocho, a cambio de 79,90 euros.

En cuestión de alquiler, ambos empresarios observan diferencias generacionales. Con más de 250 suscriptores, Ecodicta se considera una plataforma de mujer comprometida, entre las que destacan “periodistas, ejecutivas o directivas de multinacional que necesitan ropa para eventos importantes pero no tienen tiempo de ir de tiendas”. Para llegar a los más jóvenes –García asegura que alquilan puntualmente para bodas–, han lanzado una línea de segunda mano: “La clienta más joven prefiere comprar porque todavía tiene espacio en su armario y quiere llenarlo de cosas chulas, mientras que la clienta un poco más mayor ya lo ha llenado, y se ha dado cuenta de que no ha utilizado tanto la ropa como pensaba”, coincide Villaamil, convencido de que en el futuro “seguiremos comprando las prendas que más utilizamos pero tendremos una pequeña porción de nuestros armarios en constante rotación”.

Nuevas formas de producir

La emergencia climática no solo ha cambiado la mentalidad del comprador, la industria también ha comenzado a revisar su forma de producir, con modelos que apuestan por bajar el ritmo y el volumen. Un grupo de diseñadores y distribuidores, encabezados por Dries Van Noten, plasmaron durante la pandemia en la Carta abierta a la industria de la moda, un manifiesto elaborado con el firme propósito de reducir el impacto de la industria.

Entre las medidas para alcanzar esos objetivos, los expertos alaban prácticas como la producción bajo demanda. “Al trabajar con preorden, los diseñadores solo producen la cantidad de prendas que han sido solicitadas por los clientes, lo que ayuda a reducir el desperdicio de materiales y de ropa no vendida”, resalta Moisés Nieto que, desde su firma homónima, ha reivindicado siempre el valor de la artesanía y la producción local. Para el diseñador, otra de las ventajas de este método es su capacidad para crear comunidad: “Nos ayuda a establecer una relación más cercana con los clientes al permitirles participar en el proceso de diseño y producción, y recibir retroalimentación sobre las prendas antes de su producción”. Pero no es una práctica reservada a las firmas emergentes o sostenibles, ventajas como el ahorro de materiales, la cierta exclusividad o la minimización de riesgos financieros, han hecho que firmas como Prabal Gurung o Emilia Wickstead aumenten cada vez más el porcentaje de su oferta.

Dentro de esta cultura del aprovechamiento, el upcycling (es decir, el reciclaje creativo de tejidos y prendas) se ha convertido también en el milagro de la moda. Lo fue durante la pandemia cuando, ante las restricciones, firmas como JW Anderson o Miu Miu lograron salvar sus colecciones, redescubriendo el potencial de los remanentes que tenían en el almacén. “Al darle nueva vida a prendas antiguas o desechadas, se reduce la necesidad de producir nuevas prendas y se minimiza la huella de carbono asociada con la producción y el transporte de ropa nueva”, apunta Moisés Nieto, que ha incorporado a sus colecciones tanto excedentes como “tesoros domésticos”: antiguas mantelerías, servilletas bordadas, pañuelos que pertenecían a su familia... Asegura que potencia la creatividad y la innovación: “Al trabajar con materiales ya existentes, los diseñadores podemos experimentar con nuevas formas, colores y texturas para crear prendas únicas y originales”.

Frente al paradigma de usar y tirar, la moda circular reivindica también el sentido emocional de la ropa. “Los clientes están cada vez más interesados en conocer la historia detrás de las prendas que compran”, asegura Nieto. Para el diseñador, es la razón por la que buscan marcas y diseñadores transparentes en cuanto a su proceso de producción y trazabilidad, y podría ser también uno de los motivos por los que recurren a la segunda mano o los diseños personalizados en la búsqueda de hallazgos y prendas con una narrativa especial. Para cerrar el círculo, las firmas también han puesto a la disposición de sus clientes servicios de reparación y manuales de cuidados de prendas con un objetivo que trasciende del medioambiental: volver a vincularnos con la ropa que vivimos.

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