El tipo de algodón importa: apostar por modelos más sostenibles contribuye a minimizar el impacto de la moda en el planeta

Esta fibra supone el 22% del mercado textil y su producción, uno de los mayores desafíos para respetar el medio ambiente. Frente al convencional, la creciente apuesta por opciones orgánicas, en conversión o regenerativas, se alza como uno de los grandes retos de una industria que nos incluye a todos: desde los gobiernos hasta el consumidor final

Atender a lo que dice la etiqueta sobre el algodón de la ropa se ha convertido en uno de los gestos cotidianos necesarios para sumarse a una conciencia positiva en la moda y contribuir a hacer de este un mundo más habitable. No siempre es sencillo, aunque la industria ya está dando todos los pasos necesarios para minimizar el uso del algodón convencional, mucho más contaminante en su plantación y procesado, para dar mayor uso al orgánico, en conversión o regenerativo. Conceptos con los que es importante familiarizarse para comprender sus diferencias.

Durante muchos años ha sido el oro blanco de la moda; en la actualidad, ante la emergencia climática, también se ha revelado como uno de sus grandes desafíos. El algodón es el tejido natural más empleado en la industria, representa alrededor del 22% del mercado textil: es vegetal, resistente, biodegradable, transpirable… Su impacto medioambiental es menor que el de otros tejidos naturales, como el cuero o la lana, pero, como advierte Gema Gómez, directora y fundadora de la plataforma de formación en moda y sostenibilidad Slow Fashion Next, “cuando hablamos de sostenibilidad, muchas veces no es el qué, sino el cómo lo hacemos; y el algodón convencional presenta diferentes impactos por el tipo de cultivo llevado a cabo hasta ahora”.

India, China, Estados Unidos, Brasil y Pakistán son los principales productores de un mercado que alcanza hasta 70 países y se dirige hacia prácticas de cultivo más respetuosas social y medioambientalmente. El problema del algodón convencional arranca en el suelo: se cultiva en grandes plantaciones intensivas que merman el terreno y lo vuelven más demandante. “Al plantar monocultivos, es decir, terrenos extensos con una misma semilla, no estamos fomentando la biodiversidad; con lo cual, las plantas y los insectos acompañantes de ese cultivo no encuentran depredadores y se convierten en una plaga, por lo que es necesario utilizar pesticidas y plaguicidas”, advierte Gómez.

Un auténtico cóctel químico que impacta en la salud del ecosistema y sus trabajadores: según datos de 2019 del Comité Asesor Internacional del Algodón (ICAC), la industria del algodón representa el 4,7% de las ventas de pesticidas y el 10,2% de insecticidas del mercado. Uno de los grandes retos de la industria es reducir esa cifra al mínimo posible, y eso pasa por una apuesta cada vez más firme por el algodón orgánico, que evita fertilizantes y pesticidas en el proceso.

Otro reproche común que pesa sobre el algodón convencional es su huella hídrica. Hay tantas variables que no se sabe calcular con certeza cuánta agua se necesita para fabricar un kilo de algodón. Aunque hay organizaciones sin ánimo de lucro que están trabajando para medir el impacto global de su cultivo. En el sector se utiliza habitualmente la evaluación del ciclo de vida (conocida por sus siglas en inglés LCA, Life Cycle Assessment), una metodología para evaluar los impactos ambientales asociados con todas las etapas del ciclo de vida de un producto, proceso o servicio comercial. En la industria textil aún existen limitaciones: no captura todas las áreas de impacto, como la salud del suelo, biodiversidad, bienestar animal e impactos sociales. Frente a la dificultad de recoger de manera exacta los promedios globales o los impactos regionales, Textile Exchange está desarrollando un enfoque que ha llamado LCA+ para cubrir de manera holística los vacíos de esta metodología y abordar estas otras áreas de impacto de producciones como la del algodón.

Mientras, la industria despeja otras dudas sobre su impacto. La Fundación Transformers, representante del sector del tejido vaquero, publicó el año pasado el informe Algodón: un caso de estudio de desinformación, en el que ponía en cuestión su fama de ‘cosecha sedienta’, alegando que es un cultivo que se adapta bien a la sequía y que necesita menos riego que el arroz, el trigo o el maíz. Santi Mallorquí, CEO de la firma española Organic Cotton Colors, aclara: “Es una planta que necesita agua en un periodo determinado para, después, tener otro seco, que es cuando acaba de madurarse hasta que se recoge. Si en estos períodos no lloviera lo suficiente, las grandes plantaciones convencionales tienen sistemas de riego donde utilizan agua [azul, apta para el consumo humano] para asegurar la cosecha. Esta puede llegar a ser importante o no en función de la temporada”. Con años de experiencia en cultivos regenerativos, calcula que la mayor parte del agua usada corresponde a la aplicación de productos químicos. A lo que habría que sumarle después los litros de agua utilizados en la etapa de tejeduría y de tinte.

Tampoco todas las fibras de algodón tienen el mismo impacto medioambiental. Con el objetivo de mitigar el uso de recursos naturales y humanos de la industria algodonera, la Unidad de Sostenibilidad Internacional (International Sustainability Unit), una organización impulsada por el rey británico Carlos III en 2017, cuando aún era Príncipe de Gales, para abordar los desafíos medioambientales, lanzó el reto 2025 Sustainable Cotton Challenge, un catalizador para dirigir el mercado hacia la producción de algodón orgánico y otras prácticas agrícolas de menor impacto. Según datos recabados por Textile Exchange, este esfuerzo colectivo al que se han sumado cerca de 173 compañías y que reconoce un total de 15 programas e iniciativas algodoneras –como Better Cotton (BC), Cotton Made in Africa, Fairtrade Organic, Organic Cotton, Recycled Cotton, REEL Cotton o Regenerative Cotton–, ha logrado que el 30% de algodón consumido en el mundo sea un poquito mejor. El objetivo es que de cara a 2025 alcance la mitad.

Desde la organización reclaman también una mayor transparencia y cooperación por parte de las agencias gubernamentales y organismos de certificación y acreditación para ofrecerle a la industria un marco, con datos precisos y correctos, para identificar las oportunidades y adversidades a las que se enfrenta en su transformación hacia una producción más sostenible. A pesar del reto de recabar datos 100% exactos, Textile Exchange ha elaborado el mapamundi (que se muestra a continuación) con la aproximación más cercana a lo que está ocurriendo en el mercado algodonero.

Los retos del algodón orgánico

“Lo que busca un cultivo orgánico es, a base de no aplicar químicos en el subsuelo, dejarlo como estaba”. Para Santi Mallorquí, el algodón orgánico debe cumplir las mismas premisas que el resto de alimentos de esta condición: se trata de pequeños cultivos donde los transgénicos, al igual que los fertilizantes y demás químicos están prohibidos; y el agua empleada procede de la lluvia. No se utiliza maquinaria en su cultivo y se recolecta a mano para conservar la pureza y suavidad de las fibras. El producto final, desde la creación del hilo hasta la ropa, también debe mantener esta condición natural inalterable. Puede resultar obvio, pero no siempre es fácil certificarlo.

En el caso de Organic Cotton Colors parten además con una ventaja: su algodón no requiere tintes porque nace de forma natural en el campo. ”Hemos preservado unas variedades en color crudo, verde y marrón que se utilizan hace muchísimos años pero que, con la revolución industrial y los tintes químicos, se perdieron”, explica su fundador. “Somos conscientes de que esto es un nicho de mercado por la capacidad productiva que podemos tener”. Su algodón OCCGuarantee® –un sello propio que resume su visión holística– procede principalmente del proyecto social de Brasil, en donde trabajan conjuntamente con pequeñas economías familiares y locales. Los agricultores son los propietarios de la tierra, a los que la empresa asegura estabilidad económica al garantizarles la compra de todo el algodón que producen a un precio justo. De esta forma, controlan el origen, la calidad y la trazabilidad. Otra de las ventajas sobre el algodón convencional.

Para Gema Gómez, de Slow Fashion Next, el coste de producción es una de las barreras que impide a los agricultores adoptar estas prácticas; sobre todo, añade, cuando existen ‘etiquetas’ que prometen mayores ingresos: “El algodón orgánico internaliza los costes de no contaminar, de cuidar el suelo, de los salarios justos... Además, tiene que pagar una certificación para demostrar que todo esto es cierto, lo que lo hace menos competitivo en el mercado”, apunta. Una problemática que también destacan desde Textile Exchange que, a pesar de todo, calcula que en el ejercicio 2020-2021 se recogieron 342.265 toneladas de fibras de algodón orgánico en el mundo, producidas en 621.691 hectáreas de tierra certificada: un crecimiento del 37% respecto al año anterior. India, con una aportación del 38% de su producción de algodón orgánico, seguida de Turquía (24%) y China (10%), encabezan el cambio.


Hacia la Economía del Amor

La regla de oro para pasar de la conciencia a la acción es aprender a leer las etiquetas de nuestra ropa. En el mundo del algodón orgánico existen varios certificados, con sus aciertos e imperfecciones, que también consideran los aspectos sociales y ambientales. Entre ellos destacan Organic Content Standard (OCS) y Global Organic Textile Standard (GOTS). El primero es un estándar voluntario impulsado por Textile Exchange que acredita el porcentaje de materia orgánica, del 5% al 100%, que contiene un producto: “Es una certificación que solamente cubre el origen orgánico de una materia, es decir, no cubre aspectos sociales o temas como el uso eficiente del agua o gestión de químicos dentro de las fábricas de procesamiento”, explica Gema Gómez. “Tiene que ir acompañada de otra certificación, Content Claim Standard (CCS), que asegure la cadena de custodia a lo largo de los diferentes procesos por los que va pasando la materia”.

Para que un producto textil gane el sello GOTS debe contener un mínimo de 70% de fibras orgánicas certificadas. Se considera la norma de referencia en el mundo del algodón porque, además, verifica que el cultivo, así como las condiciones de trabajo, cumplen cierto nivel ético y medioambiental. Cubre aspectos logísticos como importación y exportación, el etiquetado, el empaquetado o el transporte.

Otro error que cometemos es creer que el algodón con certificación Better Cotton (BC) es orgánico. Esta organización sin ánimo de lucro se creó para impulsar comunidades algodoneras más ecológicas, éticas e igualitarias. Los agricultores reciben formación para utilizar los recursos de forma más eficiente, reducir los productos químicos o aplicar los principios de trabajo decente: “Es un poco mejor que el convencional, pero la realidad es que proviene de una semilla modificada genéticamente y permite químicos”, puntualiza Mallorquí que, a cambio, resalta el futuro de la Economía del Amor: “Es una certificación nueva y bastante desconocida, creada en Egipto, que puede ser muy interesante porque engloba una visión holística en la que, por primera vez, la parte social, la medioambiental y la económica tienen el mismo peso”.

Algodón reciclado para minimizar recursos

Aunque constituye el 1% del mercado del algodón, desde Textile Exchange auguran un aumento de la producción y demanda del algodón reciclado. Las grandes firmas de moda han empezado a incluirlo en sus diseños y las ventajas resultan evidentes: tiene el potencial para reducir en gran medida el uso de recursos que necesita el algodón virgen en su cultivo y, además, darle una nueva vida a los desperdicios textiles que abarrotan los vertederos. Elaborado con materiales pre-consumo y prendas post-consumo, su futuro está estrechamente ligado con el de la moda circular y las innovaciones en el campo del reciclaje. Desde Recover, el fabricante con sede en Alicante especialista en tejidos de algodón reciclado, advertían de la importancia de la materia prima que se recicla –son preferibles los tejidos monomateriales y de un mismo color– para garantizar la calidad y durabilidad del tejido resultante.

Algodón en conversión para iniciar el cambio

Digamos que el algodón en conversión es un tejido con buenas intenciones: no cumple con los estrictos parámetros del algodón orgánico, pero tiene la intención de llegar a serlo algún día. “Aunque la agricultura orgánica brinda beneficios a largo plazo, el periodo de conversión, a menudo de tres años, es una enorme carga para que los agricultores la soporten solos”, apuntan desde Textile Exchange, que barajan la idea de concederle la certificación OCS independientemente de la fecha de cultivo, para incentivar económicamente a los productores y que puedan hacer frente a los costes. Al fin y al cabo, se cultiva desde el primer día bajo los parámetros que el algodón orgánico durante su proceso de cultivo se evita el uso de pesticidas y fertilizantes químicos, lo que lo convierte en una opción más sostenible que el algodón convencional. Los expertos señalan que es un poco más caro que el algodón convencional, pero también se produce bajo las mismas normas orgánicas, en un terreno agotado y en proceso de limpieza, que tardará en dar sus frutos.

El algodón regenerativo del futuro

Se estima que el consumo global del algodón, según World Wide Life (WWF), libera alrededor de 220 millones de toneladas de dióxido de carbono y, en concreto, una tonelada de fibra produce 1,8 toneladas de dióxido de carbono. ¿Y si los cultivos regenerativos fueran la solución al calentamiento global? “Son cultivos que colaboran en la salud del suelo y de las plantas, fomentando que estas desarrollen raíces para capturar de manera segura el dióxido de carbono de la atmósfera. Para ello se evita arar los suelos, se maximiza el uso de diferentes cultivos y se integran animales en la ecuación que mejoran la biodiversidad. Es una manera de cultivar que tiene en la propia naturaleza su inspiración y que fomenta también la creación de redes entre las personas”, explica Gema Gómez, que propone explorar los beneficios de otras plantas como el lino o el cáñamo.

Porque la pregunta que nos quedaría por responder es si puede el algodón regenerativo abastecer la demanda de la industria. Para Mallorquí, el futuro pasa por reducir el ritmo de producción y consumo actual ”porque no hay suficientes planetas para dar cabida al uso de recursos humanos” y crear proyectos con la capacidad de revertir el cambio climático. “Esto no quiere decir que toda la industria se tenga que pasar al algodón orgánico regenerativo pero, sin duda, ese tendría que ser el camino. Tenemos todo el conocimiento como para que haya más y más áreas en algodón en transición y, en la medida en la que se incrementen las áreas de algodón orgánico y algodón regenerativo, querrá decir que disminuirán las otras y, por lo tanto, de alguna forma, estaremos yendo en la línea correcta”.


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