Freno y marcha atrás en la obesidad infantil

¿Estamos criando niños obesos? Todos los estudios indican que sí, pero los factores que alimentan la epidemia de sobrepeso y obesidad están identificados y algunos países empiezan a adoptar estrategias para evitar su progresión.

Francisco Cañizares

Estefanía Villanueva (Málaga, 1978) llegó a pesar 92 kilos recién cumplidos los 15 años. Medía 1,72 metros y su índice de masa corporal (IMC) era de 31. El diagnóstico era claro: obesidad. Dos años después la báscula marcaba 68 kilos y su IMC certificaba que había dejado atrás el exceso de peso. El acoso que sufrió en el instituto por su apariencia física fue un punto de inflexión. Dos chavales que jugaban al voleibol y no conocía de nada, Carlos y Fran, la vieron llorar un día y se prestaron a echarle una mano. El deporte que empezó a practicar, los cambios en la dieta y el apoyo de otros dos amigos, Laura y Francis, hicieron posible el milagro. Ambos eran compañeros en el instituto y con Francis incluso compitió en la pérdida de peso. “Los cuatro fueron mis ángeles de la guarda”, recuerda hoy Villanueva.

Según la última actualización de 2019 del estudio Alimentación, Actividad física, Desarrollo Infantil y Obesidad (ALADINO) de la Agencia de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN), el 23,3% de los menores de 16 años tiene sobrepeso y un 17,3% obesidad. La experiencia que muchos de estos niños y adolescentes podrían contar sería similar a la de Estefanía, quizá no todas con tanto apoyo del entorno, y muestra el impacto que tiene el exceso de peso en la salud emocional, además de en la física.

Además de haberlo vivido en primera persona, Estefanía Villanueva lo conoce por su profesión como psicóloga. “Los niños obesos se retraen, entran en procesos de ansiedad y depresión y con frecuencia caen en trastornos alimentarios”, explica Estefanía Villanueva. Su relato, como el que podrían hacer otros menores, es también un ejemplo de que el exceso de peso es reversible, un niño obeso, salvo excepciones, no tiene por qué serlo de adulto. Al mismo tiempo apunta a los numerosos factores que inciden en este problema y han de ser tenidos en cuenta en su abordaje.

El Plan Estratégico Nacional para la Reducción de la Obesidad Infantil (2022-2030) que el Gobierno presentó en mayo reconoce que existen obstáculos que dificultan que los niños y adolescentes crezcan de forma saludable y, entre otros, cita la dificultad para el acceso a una alimentación adecuada, la falta de tiempo o espacios apropiados para jugar o hacer deporte, o la falta de condiciones ideales para el descanso o el bienestar emocional.

Esa conjunción de factores la ha destacado también la red mundial OPEN (Obesity Policy Engagement Network) cuya filial en nuestro país, OPEN España, ha elaborado un Decálogo de Derechos de las Personas con Obesidad que reclama el reconocimiento de los derechos de los pacientes, el impulso de medidas que los garanticen, así como tratamientos eficaces y accesibles. El objetivo es que las Administraciones, con la participación de especialistas y pacientes, hagan un planteamiento integral que parta del derecho a la salud de las personas con exceso de peso, y en el caso de los niños garantice que tienen acceso a entornos de vida saludable, desde el colegio hasta sus casas.

Uno de los miembros de esta red, Andreu Palou, catedrático de Bioquímica y Biología Molecular de la Universidad de las Islas Baleares y director del Laboratorio de Biología Molecular, Nutrición y Biotecnología, apunta dos espacios críticos: “El ambiente familiar y el escolar son determinantes. Es muy importante la formación en hábitos saludables en las edades más jóvenes”. En las investigaciones aparece la formación, junto al nivel socioeconómico, como un factor determinante en el exceso de peso. A menor nivel de renta y académico, mayor prevalencia de sobrepeso y obesidad.

Todos los especialistas consultados reconocen que hasta ahora la generalidad de los países o no han abordado el problema o cuando se ha tomado alguna iniciativa ha sido parcial e insuficiente. Solo algunos, como Alemania, han desarrollado planes integrales para hacerle frente. El estudio internacional Actions Teens, en el que España ha participado junto a otros nueve países y que apoya Novo Nordisk, refleja que hay un amplio margen de mejora en numerosos aspectos.

Para empezar, el exceso de peso no se percibe en muchos casos como un problema. El estudio señala que uno de cada tres padres que tienen un hijo con obesidad no es consciente de ello y casi la mitad piensan que se resolverá de forma espontánea, a pesar de que no existe evidencia científica alguna que lo avale. “El ambiente familiar, especialmente en las edades más jóvenes, es determinante en la formación y en la adquisición de hábitos saludables”, apunta Andreu Palou. El estudio refleja también que nueve de cada diez profesionales sanitarios reconocen que no ha tenido una formación significativa al respecto después de haber acabado sus estudios.

La OMS califica la obesidad como una enfermedad crónica, pero los pacientes no tienen el seguimiento de otras patologías similares, como la hipertensión arterial o la diabetes. Se puede prevenir, de ahí que sea tan importante tomar la iniciativa en la infancia, pero también es imprescindible tratarla teniendo en cuenta la cronicidad (el peso perdido puede recuperarse) y hacerlo cuanto antes.

El estudio Actions Teens señala que el 80% de los adolescentes que habían consultado con un profesional de la salud ya presentaban al menos un problema asociado al exceso de peso. Andreu Palau recuerda en este sentido que “la prevalencia de diabetes tipo 2 y prediabetes en niños y adolescentes se ha incrementado alarmantemente en las dos últimas décadas, en paralelo al aumento de obesidad”.

El Plan Estratégico Nacional para la Reducción de la Obesidad Infantil (2022-2030) recoge 50 medidas para hacerle frente y fija objetivos concretos para 2025 y 2030. Se plantea reducir el sedentarismo un 10% dentro de tres años y un 25% dentro de siete. En los hábitos de alimentación se ha planteado mejorar la baja adherencia a la dieta mediterránea un 20% en 2025 y un 50% en 2030. Algunos especialistas sostienen que las metas son demasiado ambiciosas para plazos de tiempo tan reducidos. La iniciativa OPEN España reclama que se acompañe con una asignación presupuestaria en los Presupuestos Generales del Estado.

Susana Monereo, responsable de la Unidad de Obesidad, Metabólico y Endocrino del Hospital Ruber Internacional de Madrid, da la bienvenida a la iniciativa y destaca su apuesta por la actividad física porque “es muy importante para que los niños cojan buenos hábitos”, pero apuesta por una fórmula más ambiciosa: “La obesidad es una enfermedad trasversal y para que un proyecto sea realmente efectivo debería ser un plan estratégico general para toda la población”.

La especialista sostiene que en los países donde se ha puesto el foco en la población infantil “los resultados han sido pobres y limitados en el tiempo”. Si el plan se ejecuta, confía en que, al menos, pare la progresión del sobrepeso y la obesidad en España.

En las últimas tres o cuatro décadas han cambiado radicalmente los hábitos alimenticios en muchos países y, sobre todo, en los del sur de Europa, donde ahora se registran cifras de sobrepeso y obesidad muy superiores a las del norte del continente. Está claro que nuestros niños viven de espaldas a la dieta mediterránea y que el ambiente obesogénico (que genera obesidad) tiene más peso en el sur, entre otras cosas, porque el control de la publicidad relacionada con productos de alimentación es mayor en los países del norte que en el área mediterránea”, apunta Andreu Palou.

Al abandono de la dieta mediterránea se suma una reducción pronunciada de la actividad física en el mismo periodo de tiempo, el cóctel perfecto que alimenta la epidemia de obesidad infantil. El deporte cobra especial importancia durante la infancia y la adolescencia no solo por su influencia en el peso, sino porque es determinante en la configuración de la estructura corporal. Según los expertos, el uso excesivo de los dispositivos electrónicos que copan el ocio de muchos niños y adolescentes y favorece el sedentarismo pone en evidencia la necesidad de una estrategia de prevención que abarque todos los ámbitos, el escolar y el familiar, de manera que los menores tengan acceso a otras alternativas de ocio.

“Los dispositivos electrónicos, a la par de reducir la actividad física, disminuyen el desarrollo de la masa muscular y el aprendizaje de los beneficios del ejercicio físico”, apunta Susana Monereo. La especialista del Ruber Internacional señala que pasar horas y horas ante la pantalla guarda relación con otros muchos problemas vinculados a la obesidad y es un buen ejemplo de lo interconectados que están los distintos factores que inciden en ella.

Hay estudios que demuestran la asociación entre el uso excesivo de estos dispositivos con dietas más desequilibradas, mayores niveles de ansiedad por la comida, así como más trastornos de la conducta alimentaria. Un ocio centrado en la pantalla, explica la doctora Monereo, es el inicio de un proceso complejo con consecuencias inmediatas en el peso: “El niño que pasa mucho tiempo con un dispositivo electrónico no sale, no hace ejercicio, cuando lo practica tiene poca fuerza y lo ejecuta mal, no lo disfruta y deja de hacerlo. Es un círculo vicioso del que es difícil salir”.

La obesidad tiene que ver con un desequilibrio energético entre las calorías que se ingieren y las que se gastan. Así planteado, la solución puede parecer sencilla, hay que comer menos y moverse más. El problema reside en modificar hábitos muy instaurados. Para conseguirlo, los especialistas sostienen que es fundamental crear las condiciones que favorezcan los hábitos saludables para prevenir la epidemia de obesidad, así como facilitar a las personas que ya la sufren los recursos asistenciales para revertirla. Debe ser un objetivo estratégico en la obesidad en general y en la que afecta a niños y adolescentes en particular.

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