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Qué pasa cuando tienes una hija maltratada: “Lo intenté todo para que se diera cuenta. Y no pude”

Madres y padres de víctimas de violencia machista se enfrentan a veces a situaciones difíciles de manejar, sobre todo cuando se producen en la adolescencia

Mujeres maltratadas
Mara, la madre de la menor víctima de maltrato por su ya expareja Joel Domínguez, jugador de la UD Las Palmas, el 16 de marzo en Las Palmas de Gran Canaria.Quique curbelo
Isabel Valdés

—El día que me llamó la Policía pensé que me iba a encontrar a mi hija debajo de una sábana. ¿Suena exagerado? Quizás sí, pero no le deseo a ninguna madre, a ningún padre, los 20 minutos hasta que llegué.

La que habla es Mara y el día al que se refiere es el pasado 5 de marzo. Ese domingo, su hija no había vuelto a casa. La última vez que la había visto había sido la noche anterior, desde una de las carrozas de carnaval de Las Palmas de Gran Canaria, y la última vez que habían hablado fue porque esa adolescente, a punto de cumplir los 17, pedía permiso para quedarse en casa de su novio. Mara le escribió varias veces el domingo: “Sobre las cuatro me mandó un mensaje y me dijo ‘mami, tranquila, ya voy bajando en la guagua”. Una hora después le sonó el móvil: “Era la Policía, me dijeron: ‘Tiene que ir a la casa [del novio] porque a él se lo han llevado detenido por un delito de violencia machista, no le podemos dar más información’. Me puse histérica”.

Su miedo no era hueco, estaba lleno por un año y medio, el último, en el que esta mujer de 46 años, criminóloga, acostumbrada a tratar con adolescentes con problemas porque ese es su trabajo, que ha educado a su hija desde y en el feminismo y le ha enseñado las herramientas para detectar la violencia machista, ha ido viendo cómo su primera relación se convertía en una de maltrato, violencia psicológica y luego física. Meses en los que no ha conseguido que ella reaccionara a lo que estaba ocurriendo: “Lo intenté todo para que se diera cuenta de que estaba en una relación de maltrato. Y no pude”. Aún no puede. Tampoco después de lo que ocurrió hace dos domingos.

Cuando llegó a aquella dirección supo que Joel Domínguez, el novio de su hija, jugador del juvenil en la UD Las Palmas, la había agarrado, empujado y pegado varias patadas en la calle, y que había sido un policía nacional, fuera de servicio, quien vio la agresión y llamó a sus compañeros. El proceso fue en el Juzgado de Violencia sobre la Mujer número 1 de Las Palmas de Gran Canaria, dos días después. “Movido por el propósito de causar un menoscabo en la integridad física de la mujer a quien estaba sentimentalmente unido”, se lee en la sentencia, ya firme y de conformidad, porque él reconoció los hechos. Ella “no quiso denunciar, no declaró contra su pareja en el juzgado de violencia, no quiere ser reconocida por el médico forense ni emprender acciones penales y civiles contra el encausado”.

Joel Domínguez, jugador del juvenil de la UD Las Palmas, en una imagen de archivo.
Joel Domínguez, jugador del juvenil de la UD Las Palmas, en una imagen de archivo.UD Las Palmas

El juez condenó a Domínguez como “responsable de un delito de maltrato de obra en el ámbito familiar”. Cuarenta días de trabajo en beneficio de la comunidad y prohibición de aproximarse a la víctima a menos de 500 metros y comunicarse con ella de cualquier forma durante un año.

Para Mara, el “éxito” de esa sentencia es el año de alejamiento. Porque es lo que no consiguió en ningún momento, que dejara de verle. “Ni siquiera después de la primera denuncia, porque hay otra”, dice. Domínguez —al que la UD Las Palmas ha sancionado con entrenar en solitario 40 días, y se ha limitado a mostrar su “rechazo” a “cualquier tipo de violencia” y a la “conducta” del jugador, “aunque se trate del ámbito de su vida privada”— tiene una causa pendiente por el mismo delito en la Fiscalía de Menores, del pasado verano, cuando aún no era mayor de edad.

Entonces, explica Mara, sí declaró, pero aun así, siguió con él: “¿Qué hago? No la voy a atar a la pata de la cama. Tengo una sensación de impotencia tremenda, esa sensación de no poder ayudarla, de no conseguir que entienda lo que está pasando. Ella se está sintiendo sola y para ella yo soy su mayor enemiga”.

Mara narra que la ha visto sufrir “días y días” en los que le recordó “cómo funcionaba la escalera de la violencia”; publicaciones en las redes sociales de él “insultándola y humillándola”; a ella arreglarse durante más de una hora “como si fuese a una cena de gala aunque fuese jueves cuando había quedado con él, salir por la puerta y volver a los 10 minutos para cambiarse y quitarse el maquillaje”; “presiones, órdenes, control, manipulaciones”. Y sigue queriendo estar con él. “Lo quiere, dice. Lo justifica diciendo que él ha crecido en un entorno de violencia y que ella lo puede ayudar, que solo ella lo puede ayudar”, cuenta.

Y nada de lo que cuenta “es raro”, dice Marisol Rojas, psicóloga experta en violencia machista, “se repite en mujeres jóvenes y también adultas, feministas, que tienen muy claro lo que es el maltrato, pero cuando ellas mismas están inmersas en él, es como si se desconectaran varios aprendizajes”. A pesar de haber recibido una educación enfocada desde el feminismo, el contexto en el que se crece y se socializa sigue manteniendo vigentes ciertos estereotipos y, sobre todo, los mitos del amor romántico. En España, según el barómetro de Juventud y Género 2021 del Centro Reina Sofía sobre adolescencia y juventud de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD), el 34% de los chicos cree que tener pareja implica la entrega absoluta a la otra persona. Ellas lo piensan menos, un 24,6%, pero también lo piensan.

El síndrome de la salvadora y otros mitos del amor romántico

“Toda la historia de esa adolescente, como lo son las de muchísimas otras, ese apego, tiene que ver con esos mitos y con cómo se gestan desde la infancia”, añade la psicóloga. Por ejemplo ese “síndrome de la salvadora, la creencia de que el amor de una puede cambiar al otro, sacar la buena persona y el corazón que hay dentro del ‘ogro’, como en La bella y la bestia. Las víctimas no son las personas que tienen que ayudar a sus maltratadores”. O todas aquellas razones o excusas con las que “se justifica el comportamiento y la violencia de la media naranja, como que tenga un mal día o que nosotras lo hemos provocado porque hemos dicho o hecho algo”.

También la dependencia emocional “que genera la idea de que si no se tiene pareja es como si faltara algo, y que hay que tratar como una adicción porque el cerebro funciona exactamente igual, se desactiva parte del razonamiento lógico”; o la propia mitificación del amor, por el que “las relaciones de pareja están colocadas en el puesto más alto del podio cuando son o deberían ser una pata más de nuestra vida, pero está incrustada esa idea de que por amor se hacen locuras y todo vale. Es sobrevalorar y entender mal el amor romántico, y cuando esto ocurre es más fácil caer en relaciones tóxicas”.

Más de la mitad de los chicos entre los 15 y los 19 años en España creen que “deben” proteger a su novia, según el último informe del Injuve. Y las situaciones de violencia de género en la pareja que más mujeres jóvenes reconocen haber vivido con mayor frecuencia son las de abuso emocional —”insultar o ridiculizar”, el 17,3%—, el control abusivo general —”decidir por mí hasta el más mínimo detalle”, 17,1%—, y el control a través del móvil (14,9%), con datos del Ministerio de Igualdad. Eulalia Alemany, la directora técnica de FAD Juventud, apunta que sus estadísticas señalan que “la violencia de control se detecta cada vez más: cómo vistes, con quién sales, revisar el móvil... Tanto la sufrida por una misma como la que ves que se ejerce en el entorno, y eso es algo positivo”.

Pero también que “cada vez hay más personas que niegan la violencia machista”: según su último estudio, de 2021, uno de cada cinco chicos en España cree que no existe la violencia machista, el doble que hace cuatro años. “Los cambios culturales y sociales son algo que cuesta mucho tiempo cambiar, el patriarcado, la forma en la que entendemos las relaciones... Y la irrupción de discursos totalmente antifeministas no ayuda, pero también nos dan un contraste de lo que hace falta cambiar”, añade.

Un cambio educativo y la familia como red

Tanto Alemany como Rojas, la psicóloga, coinciden en que una de esas cosas a cambiar es la educación. “Para aprender a relacionarnos, para tener relaciones realistas basadas en valores, en el respeto y en la igualdad”, dice Rojas. Y otra, la importancia de la familia, el entorno, no solo para detectar lo que ocurre sino para ser red, sea cual sea la reacción de quien está sufriendo esa violencia. “Todas somos adolescentes en algún momento y reaccionamos de formas muy similares en estas situaciones. Cuando sobre todo nuestras madres o nuestros padres nos dicen ‘esto no es normal, aléjate’, te pones en modo ataque, piensas que te quieren separar de él y que nadie te entiende”, ahonda Rojas.

Los protocolos para hacer frente a la violencia machista en la adolescencia apuntan siempre a que la implicación de la familia en la protección y la recuperación son esenciales para un ámbito en el que las dinámicas se repiten, incide la psicóloga: “Los hombres que maltratan son expertos manipuladores, siempre le van a dar la vuelta a la situación para convertirse en la víctima, y todo aquel que se posicione contra él se convierte en un enemigo de la víctima real, la mujer, que va a ser su defensora a toda costa”.

La familia, ahonda, “debe estar, ser apoyo, entender la dependencia emocional que producen este tipo de relaciones e intentar que ella acceda a tratamiento psicológico”. Igual las amigas, los amigos. Y sin tensar demasiado: “Un punto de equilibrio, difícil de alcanzar en situaciones como esta, que está entre sostenerla y respetarla, que ella sepa que siempre, siempre, van a estar ahí, que van a ser su red. Pero también dejando siempre bien claro que lo que está ocurriendo ni es normal ni sano para ella. Pero estar siempre”.

Los menores de 18 años son el grupo de edad en el que más crece la violencia machista: más agresores y más víctimas

Entre los más jóvenes, los menores de 18 años, es donde más está creciendo la violencia machista. Al menos en lo que se conoce de forma fehaciente, porque saber si esas cifras responden exclusivamente a una subida de la violencia o de las denuncias, o de ambas en proporción, es imposible. En cualquier caso, son los números del último informe sobre violencia de género y doméstica del Instituto Nacional de Estadística, con datos de 2021. Los adolescentes son el grupo de edad en el que más ha aumentado el número de denunciados respecto a 2020: un 70,8%. Y entre las adolescentes, donde más lo ha hecho el número de víctimas: un 28,6%.

Estos números, que corresponden a denunciados y víctimas con órdenes de protección o medidas cautelares dictadas inscritas en el Registro Central para la Protección, apoyan dos cuestiones que otros estudios y análisis en el último año han dejado ver. Por un lado, que la caída en algunos datos que hubo en 2020 fue solo un retroceso circunstancial por la situación excepcional que produjo la crisis sanitaria; y se están recuperando los valores prepandémicos, con un crecimiento de algo más del 3% tanto en víctimas como en agresores. Por otro, que se está produciendo un retroceso en la concienciación de la juventud en torno al machismo y la violencia.

El teléfono 016 atiende a las víctimas de violencia machista, a sus familias y a su entorno las 24 horas del día, todos los días del año, en 52 idiomas diferentes. El número no queda registrado en la factura telefónica, pero hay que borrar la llamada del dispositivo. También se puede contactar a través del correo electrónico 016-online@igualdad.gob.es y por WhatsApp en el número 600 000 016. Los menores pueden dirigirse al teléfono de la Fundación ANAR 900 20 20 10. Si es una situación de emergencia, se puede llamar al 112 o a los teléfonos de la Policía Nacional (091) y de la Guardia Civil (062). Y en caso de no poder llamar, se puede recurrir a la aplicación ALERTCOPS, desde la que se envía una señal de alerta a la Policía con geolocalización.

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Sobre la firma

Isabel Valdés
Corresponsal de género de EL PAÍS, antes pasó por Sanidad en Madrid, donde cubrió la pandemia. Está especializada en feminismo y violencia sexual y escribió 'Violadas o muertas', sobre el caso de La Manada y el movimiento feminista. Es licenciada en Periodismo por la Complutense y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Su segundo apellido es Aragonés.

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