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La crisis del coronavirus
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Una muralla para un mundo vacunado?

En la discusión sobre las patentes hay que poner en una balanza los beneficios de unas pocas compañías, y en la otra, el coste en vidas y en pérdidas económicas de la decisión de no compartir el conocimiento

Una anciana recibe en la ciudad india de Chennai una dosis de vacuna contra el covid el pasado marzo.
Una anciana recibe en la ciudad india de Chennai una dosis de vacuna contra el covid el pasado marzo.IDREES MOHAMMED (EFE)
Milagros Pérez Oliva

La variante delta surgió en India, ómicron en Suráfrica, dos países con alta incidencia de coronavirus y baja tasa de vacunación. No es casualidad. Hace un año, estos dos países propusieron a la Organización Mundial de Comercio (OMC) una exención temporal de las patentes para asegurar que las vacunas llegaran de forma rápida y equitativa a todo el mundo. Era la manera de frenar la expansión del virus y evitar que surgieran nuevas y peligrosas variantes. Hemos perdido un tiempo precioso. Ahora, la aparición de la nueva e inquietante ómicron ha obligado a suspender la 12 Asamblea Ministerial de la OMC que debía celebrarse en Ginebra a partir del 30 de noviembre con la propuesta de exención de patentes en el orden del día. La suspensión de vuelos impide que se discuta de nuevo cómo evitar que eso siga ocurriendo.

Dos terceras partes de los 164 países de la OMC apoyan suspender por tres años la protección de la propiedad intelectual de las vacunas y los procedimientos para fabricarlas. La iniciativa encontró en el nuevo presidente de Estados Unidos, Joe Biden, un poderoso e inesperado aliado, pero la férrea oposición de la Unión Europea, liderada por Alemania, y otros países con fuertes intereses en la comercialización de las vacunas la ha dejado en el limbo de las discusiones paralizantes. La UE sostiene que las disposiciones vigentes sobre licencias voluntarias son suficientes para asegurar el reparto de las vacunas. Pero si algo se ha visto en este año perdido es que estos mecanismos son un completo fracaso, incluida la figura farragosa y llena de obstáculos de las licencias obligatorias por razones de salud pública, posibles desde 2001.

Un año después, el 80% de las vacunas fabricadas, según la OMS, se han inyectado en los países ricos, que apenas suman el 15% de la población mundial. Y el programa Covax de donación de vacunas apenas ha logrado repartir 400 millones de los 2.000 que debía distribuir antes de acabar 2021.

Lo que hace inquietante esta nueva cepa es que reúne muchas más mutaciones de las esperables y en pocos días ha desplazado a la variante delta, que ya era más contagiosa que las anteriores. Se cree que mutó en el organismo de una persona inmunodeprimida a causa del VIH, lo que la conecta con otra desigualdad previa: la del acceso a los tratamientos contra el sida. Con 8,2 millones de infectados, Suráfrica es el país con mayor impacto del VIH. ¿Será ómicron la supervariante que temían algunos reputados virólogos? Todavía es pronto para saberlo, pero mientras el mundo rico cierra fronteras y se apresura a administrar una tercera dosis de refuerzo, los estragos que pueda causar se concentrarán de nuevo en los países pobres con menor tasa de vacunación. Y si se confirmara que la nueva variante es capaz de eludir la protección de las vacunas, aunque las farmacéuticas pudieran desarrollar una adaptación eficaz contra la nueva variante, no haríamos sino volver a la casilla de salida.

¿Cuál es la perspectiva, una muralla para el mundo vacunado? ¿Con qué costes? ¿La parálisis intermitente del comercio mundial? ¿Por cuánto tiempo? En la discusión sobre las patentes hay que poner en una balanza los beneficios de unas pocas compañías, y en la otra, el coste en vidas y en pérdidas económicas de la decisión de no compartir el conocimiento para producir vacunas a gran escala. Seguro que si se hacen números, la exención de las patentes sale a cuenta, incluso en el caso de que hubiera que compensar generosamente a las farmacéuticas por el lucro cesante. Incluso si nos olvidamos de que para obtener esas patentes, las seis principales fabricantes de vacunas recibieron 12.000 millones de dólares de financiación pública. Ojalá ómicron no sea tan peligrosa como puede llegar a ser. Ojalá desaparezca como desapareció la variante beta. Pero si no es así, lamentaremos no haber hecho lo que todos saben que hay que hacer: compartir la tecnología y empezar a producir vacunas en todo el mundo.

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