Vaquera: “Nueva York se ha convertido en una ciudad imposible. Apenas queda espacio para lo auténtico”
Ni estudiaron moda ni vienen de entornos privilegiados, pero han sobrevivido a un paisaje dominado por las grandes marcas de lujo y sin apenas espacio para la independencia. Patric Dicaprio y Bryn Taubensee crearon Vaquera hace una década como homenaje a los diseñadores revolucionarios a los que admiraban. Ahora desfilan en París, les apoya Dover Street Market, pero siguen cuestionando el sistema y hablando de los temas que importan
Una máquina de coser, infinitos tutoriales de YouTube, un par de amigos dispuestos a ayudar y una enorme devoción por ciertos diseñadores de los ochenta y los noventa. Así fue como Patric Dicaprio y Bryn Taubensee irrumpieron en la escena de la moda neoyorquina hace una década con su marca, Vaquera, y un puñado de desfiles autofinanciados en los que homenajeaban a su manera a Rei Kawakubo, Vivienne Westwood o, más tarde, a Martin Margiela o Miguel Adrover, con aquella colección, en 2018, que se ganó al público gracias a unas camisas con el rostro de sus héroes estampados. Moda para los muy modernos o, como ellos mismos se autodenominaban, moda fan fiction, aludiendo a los relatos imaginarios que las adolescentes escriben sobre sus ídolos. “Aunque ahora hemos ido un poco más allá, claro que seguimos tomando referencias de la gente que admiramos, pero estamos encontrando un estilo propio”, comentan vía Zoom desde su estudio en Nueva York. “No es que seamos muy nostálgicos, pero crecimos con un tipo de moda más lúdico, más experimental”, dicen.
En un paisaje dominado por tendencias fugaces y grandes marcas, propiedad la mayoría de grandes conglomerados, Vaquera supuso un soplo de aire fresco porque practican “una mirada externa hacia la moda”, explica Dicaprio, “nos fijamos mucho en el choque entre lo que propone la pasarela y cómo lleva la ropa la gente en la calle”, un diálogo entre la performance y la realidad, que ellos traducen en combinaciones audaces, volúmenes o accesorios que juegan a romper la frontera entre el producto de moda y el disfraz. Pero esa mirada externa no solo es estética, sino también es social. Ninguno de ellos viene de entornos privilegiados, “durante mucho tiempo combinábamos esto con distintos trabajos de todo tipo para poder financiarnos”, dicen. Puede sonar exagerado, pero lo cierto es que la moda de hace una década era distinta a la de ahora, con un puñado de marcas independientes que, sobre todo desde Nueva York, cuestionaban, a través de sus colecciones, temas como el género, el patriarcado, la migración, etc., “pero ahora esta ciudad se ha convertido en algo imposible. Es muy caro sobrevivir aquí y apenas queda espacio para lo auténtico”, afirma Taubensee.
En 2019 Vaquera se planteó cerrar. “Apenas teníamos una colección, y mucho menos dinero para enseñarla”, cuentan, pero ocurrió una especie de milagro: Adrian Joffe, pareja de su admirada Rei Kawakubo (Comme des Garçons) y dueño de Dover Street Market, la tienda de moda de vanguardia más famosa del mundo, se fijó en sus creaciones y decidió invertir en ellos, además de proporcionarles sus locales como punto de venta. “Fue perfecto porque su forma de ver la moda se parece a la nuestra y seguimos siendo independientes”, aseguran.
Tras la pandemia, y con una Semana de la Moda de Nueva York ya entregada a las marcas clásicas, Joffe les ayudó a desfilar en París (en 3537, el espacio multidisciplinar de Dover Street Market en Le Marais) y, desde entonces, sus desfiles son más comerciales, “aunque sin perder nuestra identidad. Nos hemos enfocado más en el denim o la sastrería, pero a nuestra manera”. Los desfiles de Vaquera siguen siendo una especie de performance con público aplaudiendo, modelos con una actitud cercana a la de un ball de voguing y cameos de celebridades de culto, como Julia Fox o Richie Shazam. A veces diseñan vaqueros y camisetas, “porque se trata de trasladar nuestro universo en productos que se puedan vender”, comentan, pero siguen tocando temas que importan: si justo antes del confinamiento hicieron una colección que hablaba, de forma profética, de convertir la casa en escenario (por pura precariedad juvenil), la colección de este verano versa sobre la dialéctica entre la necesidad de exponerse públicamente y conservar parcelas de privacidad y autenticidad, un conflicto que se ha traspasado de las celebridades a cualquier mortal joven con redes sociales. La de este otoño gira en torno al dinero, “al final todos terminamos pensando en lo mismo, en el dinero, aunque no nos guste. Y la moda se ha convertido en eso, en una divisa y en una cifra, en algo que se intercambia, sin importar el componente provocador o artístico”, opinan.
Ni Patric ni Bryn tienen todavía dinero. Solo el justo para sobrevivir en un Nueva York que ya únicamente admite a millonarios y para pagar a las cuatro personas que conforman su equipo, pero ya cuentan con una red de distribución en las principales capitales gracias Joffe y una página web en la que trasladan todo ese universo irreverente a camisetas con mensajes o estampados iconoclastas, bolsos inspirados en el mercado del souvenir neoyorquino o pantalones vaqueros deconstruidos, “supongo que hemos llegado a ese punto en el que podemos trasladar nuestro mundo a prendas que cierto tipo de público pueda llevar porque se siente identificado”, dicen. No saben si el futuro les permitirá seguir haciéndolo, “pero al menos podemos decir que seguimos aquí, sorteando obstáculos, pero disfrutando de lo que hacemos”.
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