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La batalla de los siekopai por recuperar su “hogar ancestral”: documentos jesuitas para acreditar la posesión de la tierra

Justino Piaguage, líder de un grupo indígena repartido entre Ecuador y Perú, lidera el proceso judicial para demostrar la propiedad de un territorio. Su batalla legal contra el Estado puede servir de precedente a otras comunidades amazónicas

manuscrito jesuita
Manuscrito jesuita de 1753 con términos en paikoka, la lengua de los siekopai.
Patricia R. Blanco

Cuando la pandemia de covid-19 golpeó a los siekopai con la muerte de dos ancianos y un maestro, una abuela recordó cómo su padre, casi 100 años atrás, había superado un cuadro gripal con “fiebres altísimas” gracias a una infusión hecha a base de plantas que nacen en Pë'këya, la tierra originaria de este grupo indígena, uno de los 14 reconocidos en Ecuador. “Los médicos nos mandaban paracetamol y aislamiento, pero no nos funcionaba”, afirma Justino Piaguage (San Pablo de Katëtsiaya, Ecuador, 46 años), líder de la nación siekopai. La separación absoluta de una persona dentro de una comunidad que concibe la vida de forma colectiva y en continuo movimiento les resultaba imposible. “Escuché a los abuelos y entendí que el remedio que a nosotros nos salvaría no se encontraba en la medicina moderna, sino en nuestra tierra sagrada”. De esta selva, también conocida como Lagartococha (en la frontera entre Ecuador y Perú), sus antepasados fueron expulsados en 1941, tras la guerra entre estos dos países latinoamericanos. Ahora, los siekopai batallan por recuperarla.

El pasado martes, tres jueces de la corte de Sucumbíos (Ecuador) se trasladaron hasta San Pablo de Katëtsiaya para dirimir si los siekopai tienen derecho a poseer el que consideran su hogar “ancestral”, un derecho que reconoce la Constitución de Ecuador. Esta batalla legal contra el Estado, en la que este grupo indígena —de tradición oral— ha logrado demostrar con documentos de los jesuitas del siglo XVIII que son los pobladores originarios de esta tierra, puede servir de precedente a otras comunidades amazónicas que intentan recuperar el control sobre sus territorios.

El kwarawëko (jarabe en lengua paikoka) que usaron los siekopai durante la pandemia ilustra tanto la importancia de la tradición oral para esta comunidad, integrada por unas 2.000 personas repartidas entre Ecuador y Perú, como la necesidad de recuperar su “tierra ancestral” para evitar la “extinción cultural” a la que se sienten abocados. “Cuatro abuelos, desde su memoria histórica, buscaron las plantas con las que habían visto curar de niños”, cuenta Piaguage. Toñajorá para la tos, piaëta para aliviar la congestión entre la nariz y la frente, etapeko para el dolor de estómago, kamukajoro para las articulaciones o painuni para el dolor de cabeza. “Hicimos una infusión con ocho hierbas y los enfermos se recuperaban en dos o tres días”, asegura Piaguage durante una entrevista en Barcelona, en el marco del proyecto Ciudades Defensoras de Derechos Humanos, recientemente organizado en varios municipios catalanes. Sin embargo, la “memoria histórica” que les ayudó a recuperar su medicina tradicional no era suficiente para demostrar que son los pobladores originales del Pë'këya.

Justino Piaguage
Justino Piaguage, presidente de la Nacionalidad Siekopai, el pasado 27 de abril en Barcelona.Carles Ribas

El sueño de los siekopai de recuperar este trozo de la selva amazónica nació tras el Acta de Brasilia, el acuerdo firmado en 1998 entre Ecuador y Perú que puso fin a la disputa territorial entre ambos países. “En 1999 organizamos el primer encuentro entre siekopai de Ecuador y Perú, que permitió la reunificación de familias separadas durante 50 años, y empezamos a solicitar el reconocimiento de nuestro territorio ancestral, aunque pensábamos que no teníamos mucho sustento”, explica Piaguage. “Nuestra cultura es oral y nos enfrentábamos a una Administración que nos pedía documentos escritos”, añade.

Pero sí había registros, los de los jesuitas que intentaron evangelizar la zona. Un manuscrito anónimo de 1753, conservado en la Biblioteca Pública de Nueva York, contenía “unas 1.200 palabras” en paikoka, la lengua de los siekopai. “Sabemos que es de los jesuitas porque fueron los únicos que llegaron en aquella época a este territorio, muy alejado del centro de la misión, en Quito [la actual capital de Ecuador]”, explica la antropóloga argentina María Susana Cipolletti, que colaboró en la investigación. El título del documento alude al “Río Napo de los infieles” y a los ríos “Payohuages” y “Senzehuages”, nombres en paikoka que han convertido el manuscrito en una prueba clave para evidenciar que llevan al menos varios siglos habitando las tierras de Pë'këya. “La tradición oral de los siekopai es muy precisa, pero en este documento la intelección [entre la palabra en paikoka y en español] es casi total, lo que es muy interesante porque el texto es de 1753 y se trata de una lengua oral”, apunta Cipolletti, que ha participado en el proceso judicial como testigo.

La tradición oral de los siekopai es muy precisa, pero en este documento la intelección [entre la palabra en paikoka y en español] es casi total
María Susana Cipolletti

Existen al menos cuatro documentos más que avalan la presencia, como mínimo centenaria, de los siekopai en Lagartococha. “Un jesuita español, el padre Manuel Joaquín Uriarte, escribió en el siglo XVIII Diario de un misionero de Maynas”, editado en Madrid en los años cincuenta del siglo XX, que alude a los siekopai, apunta Cipolletti. También hay rastros de la existencia de este grupo indígena en el libro del jesuita José Chantre y Herrera, Historia de las misiones, escrito también en la segunda mitad del siglo XVIII y editado en 1903, y en “una rareza de 1781″, un libro del jesuita alemán Franz Niclutsch, Noticias americanas de Quito y de los indios bravos del Marañón, que Cipolletti tradujo al español junto a otro colega.

El cuarto documento, el más antiguo, es un escrito realizado con motivo de una expedición española en 1637. “Es interesante, porque se cuenta que hubo una rebelión de los siekopai, que mataron a algunos soldados porque el capitán había dado un bofetón a uno de ellos”, rememora la antropóloga. “El capitán no podía entender que ese trato, que no era peor del que se le daba a un sirviente español, hubiera provocado tal rebelión. No comprendía que el castigo físico no existía ni entre los siekopai ni entre la mayoría de los grupos de la Amazonía, aunque sí pudieran llegar a matar a alguien en una situación difícil”, añade.

Garantizar la supervivencia cultural

Piaguage es un experimentado litigador en defensa de un territorio “que sufre fuertes presiones de explotación petrolera y de monocultivo de palma”: lleva ya tres décadas batallando para lograr la reparación del daño ambiental que la petrolera estadounidense Chevron-Texaco provocó en su tierra. La compañía extrajo petróleo del subusuelo de esta zona de la Amazonía entre 1964 y 1992 y dejó cerca de mil balsas con restos de hidrocarburos, que contaminaron un millón y medio de hectáreas de la selva y que siguen suponiendo un grave peligro para la salud y el entorno de esta región de lagunas. Aunque Ecuador condenó a Chevron a una multa millonaria, la sentencia nunca llegó a aplicarse: la petrolera llevó el caso ante la Corte Permanente de Arbitraje de la Haya, apelando a un tratado bilateral de protección de inversiones firmado entre Estados Unidos y Ecuador, y el tribunal holandés rechazó finalmente la sentencia ecuatoriana.

La lucha de Piaguage pasa ahora por la “recuperación del territorio ancestral”. La Constitución de Ecuador de 2008 reconoce en su artículo 57 a “las comunas, comunidades, pueblos y nacionalidades indígenas” el derecho a “mantener la posesión de las tierras y territorios ancestrales y obtener su adjudicación gratuita”, así como a “participar en el uso, usufructo, administración y conservación de los recursos naturales renovables que se hallen en sus tierras”. Sin embargo, la legislación preveía una excepción, la de los espacios, como el Pë'këya, incluidos en el Sistema Nacional de Áreas Protegidas, para los que se contemplaba la cesión, pero no la propiedad. Hasta que en 2017 esta situación cambió con la aprobación de Ley Orgánica de Tierras Rurales y Territorios Ancestrales.

“Con todos estos argumentos, además de otros instrumentos jurídicos internacionales como la Declaración de Derechos Humanos sobre Pueblos Indígenas o la Declaración Interamericana de Derechos de Pueblos Indígenas, iniciamos las gestiones para recuperar nuestra tierra”, explica Piaguage. En 2021, la Defensoría del Pueblo de Ecuador exigió la devolución a los siekopai de las 42.535 hectáreas que solicitaron —de un territorio de más 100.000 hectáreas en las que ya viven otros grupos indígenas—. Sin embargo, ante la inactividad del Estado, la comunidad siekopai tomó la decisión de demandarlo.

Si cuando miro al árbol del ceibo no lo veo como la casa de los espíritus, sino que lo miro simplemente y pienso en serrar la madera y tener plata, ya he perdido el horizonte de la mirada siekopai
Justino Piaguage

En el juicio de primera instancia, los siekopai lograron ser reconocidos como pueblo ancestral del Pë'këya, pero no la adjudicación de las tierras, que es la decisión que el martes pasado se estudió en San Pablo de Kaatëtsiaya, la comunidad siekopai a la que los jueces se trasladaron para celebrar el juicio. “No creo que no se lo quieran adjudicar, pero ese territorio ya está en manos de un par de etnias que no tenían nada que ver con esa zona, que llevan allí viviendo 80 años y deberían aceptar ceder un poco de su tierra”, apunta Cipolletti. “Nuestra petición no incluye ningún territorio que ahora ocupen otras comunidades”, señala Piaguage, que asegura que apelarán a una tercera instancia si pierden este juicio.

La supervivencia cultural siekopai, considera Piaguage, requiere de “este reconocimiento”, que les permitirá seguir reforzando sus lazos como comunidad. “Podemos seguir siendo siekopai de forma física, pero nuestra existencia va mucho más allá. Porque yo puedo venir aquí y ponerme mi corona siekopai, pero si no tomó el yagé [ayahuasca] o el yocó [infusión que se toma al despertar] o no hablo mi propio idioma ni miro a la selva como lo hacían mis abuelos, como una selva humanizada, no soy un verdadero siekopai”, explica el líder. E incide en la dimensión simbólica de la selva: “Si cuando miro al árbol del ceibo no lo veo como la casa de los espíritus, sino que lo miro simplemente y pienso en serrar la madera y tener plata, ya he perdido el horizonte de la mirada siekopai”. Y si se llega a perder ese horizonte, augura, los siekopai habrán desaparecido.

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Sobre la firma

Patricia R. Blanco
Periodista de EL PAÍS desde 2007, trabaja en la sección de Internacional. Está especializada en desinformación y en mundo árabe y musulmán. Es licenciada en Periodismo con Premio Extraordinario de Licenciatura y máster en Relaciones Internacionales por la Universidad Complutense de Madrid.

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