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“El Sahel necesita algo parecido a un Plan Marshall”

El coordinador especial para el desarrollo en el Sahel de Naciones Unidas, Abdoulaye Mar Dieye, asegura que la comunidad internacional no dedica los esfuerzos necesarios a la crisis y apuesta por el diálogo con todos los grupos armados, incluso los yihadistas

Abdoulaye Mar Dieye, coordinador especial de Naciones Unidas para el Desarrollo en el Sahel.
Abdoulaye Mar Dieye, coordinador especial de Naciones Unidas para el Desarrollo en el Sahel.Alfredo Cáliz
José Naranjo

El economista Abdoulaye Mar Dieye (Senegal, 1952) ha pasado media vida trabajando para Naciones Unidas y sabe lidiar con destinos difíciles. Sin embargo, cuando Antonio Guterres le nombró coordinador especial para el desarrollo en el Sahel, asumió que le tocaba una tarea digna de titanes. Desde hace una década esta región está sumida en una crisis en la que el cambio climático, la pobreza y frustración de sus habitantes han abierto la puerta a grupos yihadistas que golpean con extrema dureza a la población. ¿Cómo se puede hablar de desarrollo en un lugar así? Aun consciente del reto, Dieye no pierde la sonrisa ni el optimismo. La semana pasada estuvo en Madrid, donde se reunió, entre otros, con la secretaria de Estado de Cooperación Internacional, Pilar Cancela.

Pregunta. Malí, Burkina Faso y Níger están en el epicentro de una crisis en materia de seguridad que ha provocado millones de desplazados y más de 30.000 muertos en 11 años, un problema que lejos de apagarse ha ido más, ¿cuáles son las razones que explican un deterioro de la situación tan acelerado?

Respuesta. Son crisis interconectadas que se alimentan mutuamente. El cambio climático es una razón, así como el mal desarrollo: el contrato social entre el Estado y los ciudadanos y entre las propias comunidades se ha resquebrajado. Además, la mala gestión de la crisis libia en 2012 fue un elemento acelerador. Pero se olvidan factores históricos. Estamos ante países enormes, un error que viene de la Conferencia de Berlín: se crearon Estados con una viabilidad muy limitada, donde las inversiones se concentraron en las capitales mientras las zonas alejadas y fronterizas se convirtieron en espacios de desgobierno. Como decía el filósofo chino Lao Tse, “los caballos de la guerra abundan en los arrabales”. El Sahel necesita de algo parecido a un Plan Marshall, pero no está ocurriendo. La II Guerra Mundial destruyó el aparato productivo europeo, en el Sahel fueron los planes de ajuste estructural de los noventa los que destruyeron lo poco que había. No hay una industrialización que dé empleo a los jóvenes, que entran en grupos terroristas porque no tienen alternativas.

P. ¿Estamos ante una crisis del modelo de Estado?

R. Hasta que no reinventemos el modelo de Estado en el Sahel no saldremos de esta. Los habitantes de esas zonas periféricas tendrían que decidir sobre sus sociedades y su desarrollo. Hemos heredado modelos coloniales que aplicamos sobre espacios muy grandes donde las élites sahelianas se han apropiado de la gobernanza, que hay que devolver a las comunidades. Mientras no reflexionemos sobre todo ello da igual lo que se invierta en el Sahel. No podrá prosperar.

P. Algunos movimientos sociales emergentes en África defienden esta idea y buscan soluciones en el pasado precolonial, donde encontramos largos periodos de estabilidad y equilibrios, a veces precarios y frágiles, pero quizás más adaptados a la realidad.

Occidente y los propios países africanos minusvaloran el proyecto político inherente al yihadismo, que bebe de sus fuentes en Siria e Irak

R. No soy fan de reinos y monarquías, pero en el pasado hemos tenido modelos de gobernanza que han funcionado. El Imperio de Malí, Sundiata Keita, la Carta de Manden de 1240, todo ello nos habla de una gestión estable en la que quedó establecido que las comunidades no debían ir a la guerra, así como el principio de solidaridad y el respeto al medio ambiente, entre otras cosas. No se trata de replicar, pero sí de inspirarse. Hemos metido la historia de África bajo la alfombra pese a que podemos aprender mucho de ella.

P. Los grupos yihadistas campan a sus anchas por amplias regiones del Sahel, cobran impuestos y reclutan combatientes, todo ello pese a la existencia de una misión de Naciones Unidas en Malí y, hasta hace un año, de una robusta operación militar liderada por Francia. ¿Es un fracaso de la comunidad internacional?

R. Más que fracaso, resultados muy limitados. Francia reaccionó con rapidez en 2013, de lo contrario hubiéramos tenido un Afganistán. Esa reactividad fue saludable. Sin embargo, hubo una falta de solidaridad regional. La Unión Africana y la Cedeao tendrían que haber sido mucho más activas. Fuimos de gatillo lento, lo que dio a los yihadistas el tiempo para avanzar. Si la cabaña de Birama se incendia, la cabaña de Amadou también se va a quemar y este tiene que reaccionar rápidamente. Pero lo que más me inquieta es la existencia de una especie de Triángulo de las Bermudas en el Sahel con una economía basada en los tráficos ilícitos, armas, drogas, migrantes, medicamentos o combustible, que crece e incluso puede superar a la economía formal. Un traficante de migrantes puede ganar hasta 1.500 dólares al mes, allí es algo enorme, atractivo para cualquiera. Intervenir ahí debe ser una prioridad.

P. ¿Cree que dichos tráficos son un objetivo en sí mismo o más bien un medio para alcanzar otro fines?

R. Las dos cosas. Hay un componente de banditismo en el terrorismo, no es solo ideología. Desde que hay un negocio que prospera, los actores económicos aparecen. Los yihadistas quieren ir incluso hacia los países del Golfo como Benín o Togo para controlar también la salida al mar. Es una estrategia de control económico para extender el control político. Occidente y los propios países africanos minusvaloran el proyecto político inherente al yihadismo, que bebe de sus fuentes en Siria e Irak y que busca siempre el punto débil. Los terroristas derrotados en Siria y el Sahel encuentran una proximidad religiosa con la población, que les permite crear simpatías. Pretenden desplazar el centro de gravedad del yihadismo hacia el Sahel.

Hay que asegurarse que un continente como África o una región como el Sahel tengan voz y voto, y dejen de ser zonas residuales en la gobernanza internacional

P. El avance del terrorismo ha provocado una fuerte inestabilidad política, con varios golpes de Estado y juntas militares apoyadas por parte de la población. ¿Qué debería ser más prioritario, el combate contra el yihadismo o la vuelta de la democracia?

R. Es una falsa dicotomía, tenemos que impulsar ambas cosas en paralelo. El poder debe volver al pueblo, la democracia es la mejor forma de gobernanza que existe. No se debe tolerar que el poder sea usurpado por ningún tipo de fuerza, ya sea militares o civiles. A la vez, estoy en contra de ir de manera mecánica a organizar elecciones sin arreglar los problemas de base. Pero la comunidad internacional no dedica los esfuerzos necesarios.

P. La región occidental de África atraviesa un periodo convulso de revisión de su manera de relacionarse con el mundo y, en concreto, con la antigua metrópoli: el debate del franco CFA, la restitución de los objetos de la colonización y un fuerte sentimiento antifrancés (y por extensión antioccidental) están más que de moda. ¿Qué impacto puede tener en el desarrollo del Sahel?

Se ha puesto el acento en el aseguramiento de la región por parte de las Fuerzas Armadas en lugar de en la seguridad humana

R. Es mucho más una frustración que un sentimiento antifrancés. Francia ha estado en la primera línea y hay una cuestión colonial, así que ellos reciben el golpe. No hemos respondido a las aspiraciones y esperanzas de la población. Se trata sobre todo de una demanda de la población saheliana a una mayor solidaridad internacional que en ocasiones se instrumentaliza.

P. Nuevos actores internacionales como los países árabes, China, Turquía, Marruecos y sobre todo Rusia, están cada vez más presentes en el Sahel. ¿Es una pugna por razones económicas o geopolíticas?

R. Ese es el espíritu del momento. Va mucho más allá del Sahel, las placas tectónicas de la geopolítica mundial están cambiando. La tensión entre las grandes potencias y la emergencia de otras crea movimientos tectónicos poderosos y un eslabón débil de la arquitectura mundial como es el Sahel tiene dificultades de adaptación. No se les puede pedir que elijan bando. Hay que ir a reflexiones más profundas sobre la gobernanza mundial y las estamos evitando, como la reforma del Consejo de Seguridad de la ONU que es obsoleto. Hay que asegurarse que un continente como África o una región como el Sahel tengan voz y voto, y dejen de ser zonas residuales en la gobernanza internacional.

Si tuviera que dar el premio Nobel de la Paz escogería a la población del Sahel por su resiliencia

P. La población civil del Sahel sufre especialmente las consecuencias del conflicto, ya sea como víctima directa de la violencia o en forma de éxodo y hambre. Los actores armados que cometen todo tipo de violaciones y abusos. ¿Cree que el mundo es consciente de la dimensión de la crisis y la amenaza que representa para todos? ¿Se está haciendo lo suficiente?

R. Me preocupa muchísimo. Tenemos que reforzar nuestros instrumentos de intervención para aumentar la protección de civiles. También me inquieta la excesiva militarización, se ha puesto el acento en el aseguramiento de la región por parte de las Fuerzas Armadas en lugar de en la seguridad humana. Por ejemplo, impulsar la vuelta del Estado a las zonas de donde ha desaparecido para que puedan dar los servicios sociales de base. Es muy necesario y no se está haciendo.

P. Países, como Mauritania o Níger, han llevado a cabo iniciativas más o menos discretas de diálogo e incluso negociación con los llamados grupos terroristas y comunidades locales de Malí y Burkina Faso. ¿Cree que la solución pasa por el diálogo?

R. Decía el presidente marfileño Houphouët Boigny, apoyándose en un proverbio africano, que el diálogo es el arma del fuerte. Es importante comprender que el interés general es superior a la suma total de los intereses particulares. Es importante dialogar, sobre todo con aquel contra quien combatimos. Creo en ese poder y felicito al presidente Bazoum, que en mi opinión es un visionario de la paz. Sé que hay países, sobre todo occidentales, que están en contra del diálogo, pero eso es un disparate. Solo el diálogo puede diluir una situación de crisis como esta. Puede ser directo o indirecto, pero tenemos que sentarnos a hablar.

La liberación del Sahel pasa por la liberación de sus niñas, que son prisioneras de la mutilación genital, el matrimonio precoz y de la exclusión de la escuela

P. ¿Con los grupos yihadistas?

R. Con el peor de tus enemigos. El silencio o la falta de diálogo es lo que provoca que las armas crepiten. Nadie puede vencer sin diálogo.

P. Pese a los retos, rezuma usted una especie de optimismo, ¿cree que hay salida para esta crisis?

R. Si tuviera que dar el premio Nobel de la Paz escogería a la población del Sahel por su resiliencia. Pese a toda la violencia, tienen fe y esperanza. Hace poco estuve en Niamey con Amina Mohamed y nos vimos con niñas que al principio eran muy reservadas y tímidas, pero que cuando vieron a esa mamá saheliana que es número dos de Naciones Unidas, comprendieron que hay esperanza. La liberación del Sahel pasa por la liberación de sus niñas, que son prisioneras de la mutilación genital, el matrimonio precoz y de la exclusión de la escuela o de los procesos de desarrollo. Mientras no liberemos a las niñas sahelianas no vamos a liberar el Sahel. Esa esperanza está por todos lados y no puedo permitirme el lujo de no tener confianza en el futuro.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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