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El VIH se agazapa en la otra Ruanda

El país de las mil colinas ha logrado mantener la tasa de población afectada por debajo del 3%, pero preocupa la relajación entre jóvenes y la prevalencia en grupos vulnerables

Charlène Byukusenge, joven activista ruandesa contra el VIH.
Charlène Byukusenge, joven activista ruandesa contra el VIH.Brian Otieno (PHOTO BY BRIAN OTIENO)
José Naranjo

Hay que saltar un arroyo de agua sucia y esquivar la ropa tendida para entrar en las dos humildes habitaciones a las que Marie (nombre ficticio) llama su hogar. En la primera de ellas hay un caldero al fuego con papas hervidas, su única comida del día, y una cesta con galletas y caramelos con la que a diario intenta ganarse unos céntimos por las empinadas callejuelas de tierra de su barrio, Gatsata. En la segunda, separada del mundo por una cortina, se adivina un colchón en el suelo donde también cada día ejerce la prostitución. “Vender galletas no da para vivir”, asegura elevando la voz sobre el borboteo de las papas, “y tener VIH y que te insulten y te señalen por la calle, tampoco ayuda”.

Gatsata es la otra Kigali, la que no aparece en los folletos turísticos ni en el relato de los visitantes sorprendidos por la limpieza de las calles del centro. Basta con apartarse de las grandes avenidas y los hoteles de lujo para toparse con ella. En realidad, Marie no nació en este batiburrillo de casas apiñadas en una ladera, sino que vino aquí por la proximidad del mercado. Y de sus clientes potenciales, lejos de miradas indiscretas. “Supe que tenía VIH cuando fui al hospital a hacerme el test por el embarazo de mi segunda hija. Me asusté muchísimo y es duro sufrir los insultos cuando la gente me ve ir a por mis medicamentos, pero ahora estoy contenta porque hay alguien que me cuida”, asegura Marie girando la cabeza hacia Emerith Mukamama, su ángel de la guarda.

En Ruanda, que se sepa, hay 212.576 personas con VIH, de las que unas 209.000 reciben tratamiento, según asegura Sage Semafara, coordinadora de la Red Ruandesa de Personas que viven con HIV y sida. Emerith Mukamama forma parte de este impresionante colectivo de la sociedad civil que ayuda, aconseja, acompaña y se preocupa por más de 150.000 beneficiarios gracias a sus 4.333 educadores. Hay de todo: adolescentes, homosexuales, trabajadoras sexuales, viudas y muchos jóvenes, porque, pese a que el porcentaje de población con VIH se ha estancado por debajo del 3% en los últimos años, nada menos que una de cada tres nuevas infecciones se producen entre personas de 15 a 24 años, según explica el doctor Eric Remera, responsable del Programa Nacional contra el VIH del Gobierno ruandés.

Dos de cada tres personas que viven con VIH en el mundo están en África, según los últimos datos de Onusida. En el planeta son 38,4 millones, una cifra que ha ido descendiendo gracias a los tratamientos y a la prevención; en el continente africano, algo más de 25. Los conflictos, los problemas de acceso a los medicamentos, la pobreza, la estigmatización de los enfermos y de las poblaciones de riesgo, todo suma. Y peor aún en los últimos dos años con el foco puesto en la covid-19. Varios países de África austral, como Sudáfrica, Lesoto, Esuatini y Botsuana, lideran las estadísticas con porcentajes de hasta el 20% de la población afectada, mientras que en la zona central, Uganda o Tanzania, ambos vecinos de Ruanda, superan tasas del 5% de personas con VIH. Sin embargo, el país de las mil colinas está cerca de lograr los objetivos.

El programa nacional contra el VIH comenzó en 1987, pero se vio interrumpido por el genocidio contra los tutsis, durante el cual el sida se usó también como arma de guerra

Como casi todo en Ruanda, la sombra del genocidio de 1994, en el que fueron asesinadas un millón de personas, marcó también la lucha contra el sida. “El programa nacional contra el VIH comenzó en 1987, pero se vio interrumpido por el genocidio contra los tutsis, durante el cual el sida se usó también como arma de guerra. En 2004, cuando se reiniciaron los programas, nos encontramos con muchos enfermos y víctimas, pero se ha hecho una inmensa tarea”, explica el doctor Remera. “En la actualidad tenemos acceso universal a los tratamientos, tests muy baratos y unos 5.000 casos nuevos menos cada año. Nuestro objetivo es acabar con el VIH en 2030, pero para eso tenemos que atraer a la gente joven a los centros de salud”. La aportación económica del Fondo Mundial, que acaba de conseguir 14.250 millones de dólares para los próximos tres años, son decisivas.

Richard (nombre ficticio) representa a los hombres que mantienen sexo con hombres (MSM, por sus siglas en inglés) dentro de la Red, pero la homofobia que impera en Ruanda, como en la mayoría de los países africanos, le coarta a la hora de dar su identidad. “Muchos jóvenes consideran que el sida ya no es una enfermedad grave, sin darse cuenta de las consecuencias y del coste que sufren aquellos que se contagian. Nosotros estamos doblemente estigmatizados, por ser homosexuales y por la enfermedad”, explica. En su opinión, el acceso generalizado a tratamientos en Ruanda ha provocado que el uso de preservativos y otras medidas de prevención se hayan relajado.

En el humilde barrio de Gatsata, Marie insiste a sus clientes que usen protección, pero no siempre es fácil. “A veces vienen hombres y me roban dinero o las galletas que vendo, otras veces abusan de mí”, explica. Hace cinco años era trabajadora del hogar, pero su empleador comenzó a acosarla hasta que logró acostarse con ella. Cuando la esposa se enteró, echaron a Marie de un día para otro sin pagarle el salario. “No tenía dónde ir y me acogió una amiga que era prostituta. Así fue como empecé. Le pido a Dios que me saque de esta vida, tengo dos hijos y quiero estar bien para ellos, montar un negocio o algo para que puedan estudiar. Me gustaría que la niña fuera detective y el niño, pastor de la Iglesia. Ese es mi sueño”, comenta. Nada menos que el 35% de las trabajadoras sexuales de Ruanda tiene VIH.

Al igual que Richard, la joven Charlène Byulusenge, de 28 años, colabora con la Red de Personas que viven con VIH y sida trabajando en el call center, una salita donde atienden por teléfono todas las consultas y dudas de manera anónima y discreta. Ella reside en el barrio de Kimihurura de la capital ruandesa, donde nació ya con VIH, y está acostumbrada a la comunicación. Utiliza sus perfiles de Twitter, Facebook e Instagram, así como su propio canal de YouTube, para contarle a la gente que el sida es real y que hay que ser precavidos, pero al mismo tiempo que no hay que estigmatizar a nadie por ello: basta con ser disciplinados con la toma de antirretrovirales para poder llevar una vida normal con el virus indetectable.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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