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Columna
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Lo mío, lo nuestro

Si practicáramos una visión de conjunto, seríamos más ecuánimes, esto nos facilitaría un mayor sosiego y probablemente hasta nos lograra hacer más inteligentes

Protesta de agricultores en el Puerto de València, en febrero.
Protesta de agricultores en el Puerto de València, en febrero.Mònica Torres
David Trueba

Hablamos demasiado de nosotros mismos. A medida que aumenta el aislamiento generalizado, gracias a la pantomima de la hipercomunicación, las personas se cierran como las flores en la noche. Ha sido interesante ver cómo las manifestaciones de agricultores, que eran entendibles para todos, generaban al mismo tiempo una obtusa indiferencia. No va conmigo. Sucedió antes, y más grave, con las demandas de los sanitarios o los profesores, que pese a ser eco de nuestra sociedad carecieron de un apoyo contundente. Lo gremial nos distancia. Allá cada cual. La nueva política teatralizada tiende a disgregarnos y hasta los partidos nacionalistas, ya sean españoles o catalanes, han decidido seccionar a sus ciudadanos entre buenos y malos. Buenos y malos para sus intereses particulares, claro. Nada hay más ladino que un nacionalista, que dice amar el todo cuando en realidad adora lo sesgado, lo particular, lo privado.

Ha resultado profundamente indigno ver cómo el partido de la oposición utilizaba el primer caso notable en cinco años de corrupción dentro del Gobierno para lanzarse sobreactuado a la yugular, cosa que es entendible, pero que convenía moderar tras una trayectoria reciente que aún se dirime en los juzgados. No ayuda tampoco su particular manera de encarar la corrupción entre sus propias filas, cargando contra fiscales, policías, Gobierno y Agencia Tributaria cuando les sacan los colores. Aún más felino ha sido el ataque contra los periodistas. Todavía estaba reciente la condena general a Pablo Iglesias cuando señalaba a ciertos locutores o informadores y, sin embargo, se justifica el atacar y amedrentar a los profesionales que investigan en las brechas corruptas del entorno de la presidenta Ayuso. A su turbio piso no se pueden acercar a preguntar los reporteros, después de dos años de acoso al chalet de Irene Montero sin que los partidos rivales ordenaran parar ese acto indigno, excusándose en una supuesta venganza por los antiguos escraches.

Son síntomas de cómo lo propio importa mientras lo ajeno provoca desprecio. Esa hipersensibilidad la podemos tener las personas que nos dedicamos a la cultura. Nos fastidia sobremanera que ese ministerio o esa consejería sea la que se concede al partido minoritario en las coaliciones, la que menos dotada está, la menos respetada en su contenido. Como nos sorprende que en España, por ejemplo, cuando un director de cine o un pintor son acusados de abusos sexuales su caso aparezca en la sección de cultura. Algo que no pasa en otros países, en Francia recientemente una actriz acusó a dos directores de violación y obviamente la noticia iba en páginas de sucesos, sociedad o juzgados, jamás en la de cine. Aquí no. No hay más que ver el seguimiento de la violación protagonizada por el futbolista Dani Alves. Ningún medio lo seguía en su sección de deportes ni ponía a sus informadores de fútbol a relatar los pormenores, porque era lógico tratarlo como un contenido judicial. El hecho de que la sección de cultura sufra ese desdoro, robándole sus poquitas páginas para hablar de abusadores o violadores provoca su profesión es artística, nos provoca extrañeza. Estoy seguro de que quienes son ajenos ni siquiera habían reparado en ello. Será debido a que flotamos permanentemente en nuestra placenta propia. Si practicáramos una visión de conjunto, con menos lupa y un poco más de plano general, seguro que eso nos ayudaría a ser más ecuánimes, nos facilitaría un mayor sosiego y probablemente hasta nos lograra hacer más inteligentes.

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