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ERC, otra víctima de Pedro Sánchez

Junqueras lo había fiado todo a una estrategia bilateral, de la que no ha salido ninguna votación para Cataluña hasta la fecha

Oriol Junqueras y Gabriel Rufian
El líder de ERC, Oriol Junqueras, y el diputado republicano Gabriel Rufián, tras la rueda de prensa este lunes en la sede de la formación en Barcelona.Toni Albir (EFE)
Estefanía Molina

Oriol Junqueras es otra víctima colateral del retroceso del PSOE de Pedro Sánchez. ERC se desplomó este 28-M, perdiendo más de 300.000 votos. Y es que Junqueras lo había fiado todo a una estrategia bilateral, de la que no ha salido ninguna votación para Cataluña hasta la fecha. Aunque el castigo del independentismo a los republicanos no permitirá ya abrir reflexión alguna, bajo la nueva pantalla de “que viene la ultraderecha”.

Era el clima de opinión entre muchos votantes hasta el domingo: Lo más llamativo obtenido por ERC habían sido los indultos, junto a las reformas de la malversación y la sedición. Es decir, la salvación de su clase política. Sánchez lograba así borrar el imaginario del lazo amarillo y dejar al independentismo noqueado, sin poder blandir más sentimiento de agravio. En cambio, Esquerra no había conseguido ningún acuerdo que someter a votación, ya no un referéndum de ruptura —algo imposible—; tampoco un nuevo Estatut o parecido.

Así que las elecciones municipales lanzaron un recordatorio a la vía del posibilismo: el votante independentista sigue existiendo, aunque haya asumido que la situación ya no es como en 2017. En la pantalla del posprocés, el nihilismo, la pasividad, son la tónica imperante por las expectativas frustradas. Pero si la abstención creció este 28-M, más en el lado del independentismo, debe entenderse ya como síntoma de protesta.

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Los resultados electorales abren interrogantes para ERC sobre su giro moderado. No es casual que hayan salido varias voces republicanas contrarias a un tripartit con PSC y En Comú para la Alcaldía de Barcelona. La percepción de que alejarse de Junts pasa factura vuelve como un fantasma. El único beneficiado de la desazón independentista es el PSC, mientras que Esquerra no parece salir airosa de haber roto el monopolio de los partidos del procés.

Quizás se subestimaron las últimas elecciones autonómicas en Cataluña: Aunque Aragonès ganó, la suma de Junts y CUP fue superior. Es decir, que el independentismo menos dialogante sigue siendo fuerte —y el que menos cayó este 28-M respecto a 2019—. El problema es que las propuestas de junteros y cuperos continúan siendo irrealizables en el marco de la ley —que sus dirigentes no piensan ya vulnerar, por miedo a más penas de prisión—. Y si Junts resistió este domingo fue gracias a su potente base de alcaldes, no a su cúpula.

Aunque el independentismo no podrá reflexionar sobre la desafección que deja el posprocés, ahora que la nueva pantalla es el miedo a que gobiernen PP y Vox. La crisis de representación latente quedará sepultada ante la nueva lógica de la resistencia que plantea ya Pere Aragonès: todo el independentismo conjurado contra la ultraderecha. Si bien existe un clima de opinión escéptico, entre algunos votantes, sobre que pedir unidad es la enésima huida de sus líderes para ahorrarse la fiscalización por el fracaso del 1-O o la mesa de diálogo.

El caso es que una caída del PSOE sería el mayor problema para Esquerra a corto plazo. La estrategia pactista, bilateral, solo tiene sentido si había alguien delante con quien dialogar. Sería difícil creer que eso se lo pueda ofrecer un Alberto Núñez Feijóo de la mano de Vox en La Moncloa. Una eventual derrota de Sánchez supondría darle oxígeno al relato de Junts y CUP sobre que “nada hay que negociar con el Estado”.

A la sazón, el repliegue de ERC también podría estar entre los motivos por los que Sánchez ha adelantado los comicios. El presidente no se podía arriesgar a que su socio Aragonès acusara un desgaste mayor en unos meses: había que aprovechar de inmediato el tirón del PSC en Cataluña. Es pronto para aventurar si el retroceso de la moderada Esquerra es extrapolable a unos comicios autonómicos o nacionales, pero el riesgo existe.

Así que el 23 de julio también está en juego la paz territorial. Cataluña no es hoy como en 2018, gracias al efecto apaciguador de los indultos; tampoco se parece a la Cataluña del 9-N o del 1-O, porque no hay un Gobierno como el de Mariano Rajoy al frente. Nada le vendría mejor al discurso de la ruptura que una derecha que reparte cera cada semana, o una izquierda que no pueda cerrar definitivamente el conflicto. ERC será otra víctima de Pedro Sánchez, si este no revalida.

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Sobre la firma

Estefanía Molina
Politóloga y periodista por la Universidad Pompeu Fabra. Es autora del libro 'El berrinche político: los años que sacudieron la democracia española 2015-2020' (Destino). Es analista en EL PAÍS y el programa 'Hoy por Hoy' de la Cadena SER.

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