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Martin Amis, eternamente insomne y accesible

El escritor británico entendía que los novelistas son ‘anfitriones’, “gentes que te abren la puerta y te invitan a pasar”

Martin Amis
Martin Amis, en París en 1979.
José Andrés Rojo

El último libro que publicó Martin Amis se titula Desde dentro (Anagrama). Es un texto autobiográfico, pero a su manera: cuenta episodios concretos que le ocurrieron, pero se va por las ramas cada dos por tres, le gusta hacer digresiones, comenta asuntos que pasaban por ahí, teoriza. La fórmula de la nota a pie de página le da mucho juego, es el hallazgo perfecto para ir abriendo otros caminos, para acordarse de cosas que no van bien en la narración principal, para desplegar un poco de erudición, para hacer una observación ingeniosa. Esas notas podrían ser un estorbo para el lector, una distracción, un dolor de muelas. No lo son. Se entra fácilmente en el juego y su desorden y su carácter caprichoso dan una idea del proceso de creación, de su manera de trabajar. Cuando se construye un artefacto, los planos generales solo sirven de guía. Si de pronto aparece un tornillo que sirve para amarrar o prolongar o discutir o completar un asunto, pues se usa ahí, y santas pascuas.

Martin Amis ya había usado este recurso en su otro libro autobiográfico, Experiencia (Anagrama). Contaré mis asuntos en el cuerpo principal (pudo haber pensado, quién sabe), pero todo lo demás que viene al hilo —y todo lo demás puede tener una enorme relevancia o quedarse en detalles menores— lo coloco como una nota. Experiencia y Desde dentro: conviene detenerse en los dos títulos. El primero alude a ese proceso que te ha permitido acumular algún conocimiento (sobre la vida, sobre el mundo, sobre las personas) o te ha permitido desarrollar alguna habilidad. El otro se refiere a un lugar específico: no estás afuera de lo que escribes, no hay ninguna distancia que te proteja, estás pringado en el fango y enredado en la madeja.

Es posible que no sean sus mejores libros, qué más da, pero establecen unas complicidades que acaso sean las que Martin Amis fue construyendo pacientemente con sus lectores. No se procura ser un enfant terrible por las buenas, cuando provocas andas persiguiendo respuestas, que te devuelvan el sopapo, que te bailen las gracias, que te respondan. Contra el cliché (Anagrama) se titulaba otro de sus obras, y de eso trató con frecuencia en sus textos. De liquidar los estereotipos y las ideas recibidas, de no conformarse con las explicaciones de manual, de salirse del rebaño. Ya fuera a propósito de los totalitarismos nazi y soviético, del terrorismo islamista, del sexo y la vida erótica, de los conflictos de Oriente Próximo, de las armas nucleares, de las drogas y de las vidas y asuntos de los escritores. No hay nada de lo que haya ocurrido en las últimas décadas que no lo incitara a pronunciarse y a enredarse en sus recovecos.

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En Desde dentro escribió que “los novelistas son anfitriones, gentes que te abren la puerta y te invitan a pasar”. En Experiencia explicó que la escritura no es comunicación, sino un medio de comunicación. “Y están los otros escritores”, añadió, “que bullen a tu alrededor; son como amigos: pacientes, íntimos, eternamente insomnes y accesibles, a lo largo de los siglos”. Y remató: “Esta es la definición de la literatura”. Tiene razón. A la obra de Amis, por lo menos, hemos entrado como quien entra a su casa: para pasar el rato, discutir de todo, aprender a vivir, cuestionar esto y aquello y lo otro, reír y reír, y también llorar y echar pestes. Murió el sábado, pero seguirá ahí: paciente, íntimo, accesible a todas horas.

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Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.

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