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Tribuna
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Los debates González-Aznar, 30 años después

Más que convencer a los dos candidatos de la necesidad de un cara a cara en televisión, lo difícil fue la negociación para acordar los detalles entre los equipos socialista y popular

Tribuna Campo Vidal 24/05/23
SR. GARCÍA

¡Treinta años ya desde aquel primer debate entre candidatos a la presidencia del Gobierno! Un antes y un después en la historia audiovisual española y en las campañas electorales.

¿Por qué fue posible entonces? Porque ambos lo necesitaban. Recuperada la democracia el 15 de junio de 1977, un debate televisado en la siguiente elección, marzo de 1979, tras la aprobación de la Constitución, resultaba impensable. Adolfo Suárez era un gran comunicador, con magnetismo especial en privado, pero solo intervenía en declaraciones en radio y televisión. Ni siquiera concedió ruedas de prensa durante su mandato.

Felipe González ganó por mayoría absoluta en 1982, también en el 86 y casi en el 89; le faltó un escaño. Pero en 1993 lo tenía muy ajustado. La idea del debate se la propusimos Antonio Asensio y yo en La Moncloa y se abrió a esa posibilidad. Fue fácil convencer a Aznar porque necesitaba esa proyección pública. Lo difícil fue acordar los detalles porque era la primera vez en España y no había precedentes. Y lo sorprendente es que fuimos a pedir un debate y nos dieron dos, por lo que, después de Antena 3, se celebró otro en Tele 5, moderado por Luis Mariñas. El PP exigía que los candidatos aparecieran sentados porque alguien les vendió la especie de que “en un debate televisado gana siempre el más alto”. “¿Cuánto dice el PP que mido yo?”, ironizaba el candidato socialista. “¿1,82? Exageran porque en milicias me tallaron en 1,80 y siempre se mengua”. Pero ya los teníamos sentados. Avanzábamos. Los negociadores del PSOE querían entonces que la mesa fuera alta “porque a Felipe le gusta cruzar las piernas”. Años después se lo conté al presidente y no daba crédito.

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Lo que sí hicieron ambas fuerzas políticas fue firmar un documento notarial en secreto, que conocimos años después, porque lo “desclasificó” Txiki Benegas. Me entregó una copia. Lo relevante en ese texto era que los partidos se obligaban a dos debates: para que, quien ganara el primero, no se escabullera del segundo. En cuanto al minuto final, allí solo se dice que se establecerá el orden de intervención “de mutuo acuerdo”.

Los negociadores principales, Benegas y Javier Arenas, se citaron el sábado para llegar a ese acuerdo. Nada. Ni el domingo; ni el lunes. Llegaron al plató encastillados y el comienzo del debate se alargaba. Al final, saqué una propuesta de emergencia, que creo que favorecía a Aznar porque abría el debate y cerraba la primera parte; y abría también la segunda. Pero el último minuto era para González, con petición mía en público de que no lo utilizara contra el candidato popular. Cumplimos todos y, a pesar de un rifirrafe en pantalla sobre la cuestión, el programa terminó en paz.

El primer debate lo ganó Aznar en Antena 3 y nadie lo pone en duda. No lo esperaban, quizás, ni quienes lo acompañaron: Javier Arenas, Miguel Ángel Rodríguez, Ana Mato y alguno más. Le aplaudieron a la salida y le corearon “¡presidente!, ¡presidente!”. “¿Os pensabais que iba a perder, eh, cabrones?”, les respondió, con aquellas bromas suyas que helaban la sangre. Felipe perdió porque subestimó al adversario y confió en su dialéctica superior. José María Maravall y su equipo le recomendaron que no mirara al oponente sino al moderador, lo que me incomodaba muchísimo porque descuadraba los tiros de cámara cuidadosamente preparados por el realizador Pedro Ricote. Escondió tras el decorado las cámaras con lo que el candidato socialista salía de perfil. Además, Aznar llevaba bien preparados en fichas los titulares que iba a disparar. Y daba en el blanco. Debió de ensayar a conciencia y con una planificación de campaña cuidada: el sábado, mitin en Toledo; el domingo, en Alcalá de Henares. Cercanías. Y el lunes descanso y preparación. El PSOE mandó a Felipe a Canarias el domingo anterior. Cansancio y susto de gravedad. Algunos socialistas difundieron posteriormente la idea de que Felipe había perdido aquel primer enfrentamiento dialéctico por el impacto emocional del grave incidente aéreo del día anterior. Tampoco sabíamos aquel lunes 24 de mayo, cuando llegó con aspecto muy cansado, que la cabina del avión privado que llevaba a Felipe González, después de dar mítines en Santa Cruz y Las Palmas, se despresurizó súbitamente sobre el Atlántico y tuvo que regresar de noche y planeando a Canarias. Luego, esperar allí otro avión que voló desde Madrid a recogerlo.

El segundo debate lo ganó claramente González, después de prepararlo arduamente, lo que no había sucedido una semana antes.

Aquel día Aznar se debió de prometer a sí mismo que no iría nunca más a un debate. En 1996 lideraba las encuestas y lo rechazó. “Nos ha faltado una semana de campaña o un debate”, declaró Felipe al reconocer la “dulce derrota” por solo 150.000 votos. Cuatro años después, el PP ganó por mayoría absoluta, así que Aznar se permitió no aceptar debates: y en 2004 le “recomendó” a su sucesor designado, Mariano Rajoy, que no lo mantuviera frente a Zapatero. Sí lo aceptó Rajoy en 2008 y desde la Academia de Televisión se pudieron restablecer los debates, que nunca han faltado en las citas electorales. Tras quince años de parón.

También se habían suspendido en Estados Unidos durante 16 años, después de aquellos primeros Kennedy-Nixon que maravillaron al mundo. Quienes lo vieron por televisión apreciaron que había ganado ampliamente Kennedy. Los que solo lo escucharon por la radio optaron por una clara victoria de Richard Nixon. Había algo extraño que no controlaban. Efectivamente: la comunicación no verbal, que pasó a ser objeto de estudio en las universidades. De aquella época son los libros de Flora Davis, como El lenguaje de los gestos, y otras investigaciones.

En España, recuperados en 2008, se celebró en 2011 un Rajoy-Pérez Rubalcaba. Uno. Pero en esta materia, la diferencia entre cero y uno, no es uno; es infinita. Y en 2015 también uno, con Rajoy y Pedro Sánchez. El socialista elevó el techo: “El presidente del Gobierno debe ser una persona decente y usted no lo es”. “Hasta aquí hemos llegado”, replicó Rajoy que lo tachó de “ruin, mezquino y deleznable”.

Fue el último cara a cara presidencial. Pero no por su dureza. Con la nueva política, los debates se celebraron a cuatro, con Albert Rivera y Pablo Iglesias; y más tarde a cinco, con Santiago Abascal. Debatir a cinco es asumir el riesgo de una sucesión de monólogos.

Para la próxima campaña lo ideal sería mantener uno o dos debates a cinco pero, además, celebrar un cara a cara entre los que de verdad pueden presidir el Gobierno, léase Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo. Y si quiere el resto de candidatos, que propongan a cualquiera de ellos, o entre ellos, debates a dos. Veremos.

Lo importante es que la tradición se mantenga. Al fin y al cabo, como dice Alan Schroeder, investigador de debates, “no se trata de un boxing dialéctico, sino de una selección de personal”. La ciudadanía, con la moneda de su voto, contrata a quien crea mejor para dirigir la empresa España S.A. Imprescindibles los debates.

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