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Columna
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Mejor lo hablamos

En un entorno con aluvión de tesis doctorales plagiadas burdamente y el más obsceno negocio universitario en marcha, no habrá que creer que un mero avance técnico nos vaya a hacer aún peores personas. Ya somos horrorosos

ChatGPT
Una usuaria consulta el blog de presentación de ChatGPT en la página de sus creadores, OpenAI.ALEX ONCIU
David Trueba

Resulta chocante que estemos tan preocupados de pronto por la amenaza de la mal llamada inteligencia artificial y, en cambio, no parezcamos alterados por el evidente dominio de la estupidez natural con la que convivimos. Nadie duda de que los avances tanto tecnológicos como sociales contribuyen a mejorar la vida de las personas, por más que a ratos esa nueva realidad nos perturbe porque arrastra consigo un agravamiento de ciertos síntomas del malestar humano. Con nuestro instinto innato para la autodestrucción, somos capaces de revertir lo que son obvios adelantos en conocimiento y tecnología en armas de infelicidad, persecución, alienación y sometimiento. La IA provoca idéntico debate que el mal uso de las redes y el teléfono portátil porque nos pone al alcance de la mano nuevas oportunidades para practicar la falsedad, la apropiación indebida, el engaño y la estafa. La tecnocracia está causando estragos por la sencilla razón de que le hemos otorgado valor al exhibicionismo por encima de la búsqueda del propio amparo, y el peor síntoma es la creciente ola de suicidios adolescentes.

Una de las más repetidas prevenciones en la opinión pública ante el desarrollo de la IA es el modo en que puede perjudicar a la enseñanza escolar. Ya se habla de trabajos copiados y niños sin retentiva. Quizá ignoran muchos que el corte y pega es una asignatura expandida. En un entorno con aluvión de tesis doctorales plagiadas burdamente y el más obsceno negocio universitario en marcha, no habrá que creer que un mero avance técnico nos vaya a hacer aún peores personas. Ya somos horrorosos. En lo educativo, y lo señalan estudios sobre el deterioro de la comprensión lectora en menores, tendríamos hace tiempo que haber puesto el acento sobre una mejora del sistema para que los chicos no abandonen por la tentación tecnológica el desarrollo de sus capacidades cognitivas. Una de las mejores maneras de evitar el plagio y la impostura escolar es recuperar la oralidad. España va con años de retraso sobre el sistema francés o anglosajón de dominio de lo hablado. Un sabio profesor repite a menudo que solo demuestras el conocimiento cuando eres capaz de explicar lo que sabes. El valor no está en el título enmarcado de la pared, sino en la vertebración de lo aprendido con la realidad.

Es posible que los actores puedan doblarse con su propia voz en todos los idiomas del mundo o que caras y cuerpos ya fallecidos sean recuperados digitalmente para seguir la faena, pero no dejan de ser fuegos de artificio. No es la primera vez que asistimos a la apropiación del talento de otro para desarrollar la mediocridad propia. Las canciones, las lecciones, la organización laboral y la recogida de residuos pueden organizarse mejor con las aplicaciones de cálculo. Convivirá el talento con la depredación y el ingenio y la bobería. En la sutil inconcreción del capricho humano, donde se mezclan lo racional y lo irracional y lo bondadoso y lo malvado, es donde se juega nuestra vida diaria. Enseñemos a los chicos a hablar y a pensar en voz alta y tendremos un Parlamento muy distinto, un ágora más rica, un debate mejor. En la obsesión por volver a todos los ciudadanos unos vacuos consumidores pasivos quizá nos hemos pillado los dedos. Como dijo un experto, fabricar tontos es un gran negocio, hasta que los tontos son tantos que te dictan la norma y te modelan a su gusto.

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