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Columna
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Perdón, me resbalé

La diferencia entre una metáfora y la realidad es la misma que el hambre de sexo y el hambre a secas

La pandilla protagonista de 'Erase una vez en América', de Sergio Leone (1984).
La pandilla protagonista de 'Erase una vez en América', de Sergio Leone (1984).
Manuel Jabois

Es sabido que hay una edad muy divertida en la infancia en la que los niños hablan de un modo a sus padres cuando están solos, y ya otro cuando están delante de sus amigos. Se trata del niño que aún es y del adolescente que va a ser, cuyos problemas con su cuerpo se trataron en esta columna hace algunas semanas a propósito de un amigo mío, Luca Gistau, que mañana está de cumpleaños. Pero esto no va por Luca, ya adolescente perdido, sino por mi hijo, que empieza a despojarse más despacio de lo que debería de la niñez cuando está conmigo, y más rápido de lo acostumbrado cuando está con los demás. La lucha que tiene consigo mismo es fascinante y me recuerda a una escena antológica del cine, aquella en la que Sergio Leone pone a un niño a crecer en Érase una vez en América. Seguro que no es la comparación adecuada (por la época y, desde luego, por los niños) pero el arte, y esa película es bellísimo arte, nunca es adecuado, por eso es arte.

En la cinta, Patsy, un chico de 13 años, se entera de que una vecina suya, también menor, se prostituye a cambio de una charlotte russe, un pastelito de nata. Así que el chico decide ahorrar y por fin se va a una tienda para comprar la charlotte y perder la virginidad. Con el pastel, se va al edificio en el que vive la chica. Sentado en las escaleras de ese barrio judío y pobre de Nueva York de principios del siglo XX, delante de la puerta de la chica, Patsy mira el pastel y, tras pensárselo mucho, mete el dedo para saborear la nata. Un poco no pasa nada. Luego otro poco. Lo hemos hecho todos y es lo mismo con los pasteles, la olla de pasta y el sexo: un poco es imposible. Ya lo dejó dicho Martín Caparrós en su podcast Ñamérica de Sonora: es mucho más fácil la abstinencia que la moderación. Patsy quita la guinda, vuelve a ponerla, la coge de nuevo, pensativo, y se la come. Descontrolado, agarra el pastel y se lo ventila a bocados. Cuando sale por fin la chica, le pregunta: “Y tú, ¿qué querías?”. Y el niño, con la boca manchada de nata: “Los otros chicos me dijeron que... Bueno, nada”.

Patsy quiere dejar de ser virgen y la chica le pide algo muy caro: dejar de ser niño a cambio de un pastel, que era todo lo que ansiaba un año antes. El hombre Patsy concede al niño Patsy las últimas victorias: que pruebe un poco de nata. Pero basta probarla para que el niño le plante cara al hombre: la quiere toda. Es una escena gramsciana (lo nuevo no acaba de nacer, lo viejo no acaba de morir) que Leone resuelve con una lección de vida: la diferencia entre una metáfora y la realidad es la misma que el hambre de sexo y el hambre a secas.

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Esa obra maestra contiene una escena que resume aún más dolorosamente las ganas del niño de ser niño cuando interfiere de golpe la vida adulta en su más cruel enseñanza. Se trata de Dominic, un crío de diez años al que disparan por la espalda mientras huía tras una gamberrada. Todos los amigos habían echado a correr, y cuando él cae abatido, se disculpa con uno de ellos que lo mira asustado: “Perdón, me resbalé”.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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