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tribuna
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Pristina y Belgrado acuerdan empezar a entenderse

Para lograr la implementación de los acuerdos entre Kosovo y Serbia, será imprescindible que la Unión Europea permita avanzar en el proceso de ampliación

Desde la izquierda, el representante especial de la UE, Miroslav Lajcak; el alto Representante de la UE para la Política Exterior, Josep Borrell, y el presidente serbio, Aleksandar Vucic, durante su encuentro en Ohrid, República de Macedonia del Norte, el pasado sábado.
Desde la izquierda, el representante especial de la UE, Miroslav Lajcak; el alto Representante de la UE para la Política Exterior, Josep Borrell, y el presidente serbio, Aleksandar Vucic, durante su encuentro en Ohrid, República de Macedonia del Norte, el pasado sábado.DIMITRIJE GOLL (EFE)

Hace poco más de un mes Kosovo celebraba los 15 años de su declaración de independencia. Habían transcurrido entonces nueve años desde el final de una guerra en la que perdieron la vida más de 13.000 personas y que finalizó tras los bombardeos de la OTAN sobre Serbia. Desde ese mes de febrero de 2008 y hasta ahora el principal objetivo de las autoridades de Pristina ha sido conseguir su reconocimiento como Estado, un reconocimiento que le permitiría, en primer lugar, alcanzar un asiento en Naciones Unidas, pero también comenzar su camino de integración hacia la Unión Europea y la OTAN. No está siendo un camino fácil ya que, si bien por el momento, 117 Estados lo han reconocido, otros como Rusia, China, Ucrania y cinco miembros de la UE (Chipre, Rumania, Grecia, Eslovaquia y España) se han resistido a reconocer su estatalidad. Pero, sin duda, el principal obstáculo siempre ha sido la ausencia de entendimiento con Serbia que siempre ha mantenido que el territorio de Kosovo, en términos legales, nunca ha dejado de ser territorio soberano de Serbia.

Desde 2011 Bruselas ha intentado desencallar esta situación. De este modo se lanzó el Diálogo Belgrado-Pristina con la idea de intentar abordar desde un proceso negociador de largo alcance una situación que es, a todas luces, extremadamente incómoda para la UE. En este marco se han abordado, primero cuestiones técnicas, pero también ha contado con la involucración de los principales líderes políticos de ambas partes a lo largo de los años. El avance fue lento y complicado. Uno de sus principales hitos fue el denominado Acuerdo de Bruselas firmado en 2013 por el que se preveía el establecimiento de una Asociación de Municipios de mayoría serbia en Kosovo y que se completaría en 2015 con el acuerdo para determinar qué competencias tendría una vez constituido. Sin embargo, prácticamente todo lo acordado fue declarado inconstitucional por los tribunales kosovares que alegaron que con ello se permitía a Serbia una injerencia innecesaria en Kosovo. Por su parte, el Gobierno de Belgrado siempre ha intentado jugar a la carta de la ambigüedad estudiada, por un lado, negociando y exigiendo protección para sus minorías, por otro, sosteniendo ante su opinión pública que jamás reconocería la estatalidad de Kosovo, incluso con reforma constitucional mediante.

Durante todo este tiempo, sin embargo, la UE ha permanecido impasible y enervada a un tiempo, ante la divagación constante en la que tanto Pristina como Belgrado se han enredado y que, hasta fechas recientes, parecía que no llegaba a resultados concretos. Y así ha sido hasta que con la llegada de la nueva Comisión de Ursula von der Leyen se quiso avanzar en la Europa geopolítica, comenzando, tal y como afirmó el Alto Representante Josep Borrell, por los Balcanes occidentales. Pero no ha sido hasta que el estallido de la guerra en Ucrania ha hecho tomar conciencia plena a la UE de la necesidad imperiosa de dar respuestas a conflictos enquistados, especialmente aquellos situados sus fronteras inmediatas y para desempolvar el proceso de ampliación.

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Y es en este contexto en el que hay que analizar lo acontecido entre Pristina y Belgrado durante el último mes. Primero, con la aceptación por ambas partes del acuerdo propuesto por Alemania y Francia, segundo con el acuerdo verbal por el que se establece una hoja de ruta de la normalización de las relaciones entre ambas partes. De este modo se reconocen símbolos y documentos, la autogestión de la comunidad serbia de Kosovo y el estatus especial de la iglesia de Serbia, pero también las partes se comprometen a no obstaculizar los procesos de membresía a organizaciones internacionales ni a la adhesión europea, así como la resolución pacífica de los conflictos. En definitiva, se trataría de preparar el camino para alcanzar un acuerdo legalmente vinculante entre las partes o lo que es lo mismo, el reconocimiento de Kosovo, al tiempo que también se lanza un globo sonda de cara a las respectivas opiniones públicas.

En todo caso, es difícil ser optimista ante un acuerdo no-acuerdo ya que no ha sido firmado y en el que, una vez más, se observan maniobras de dilación y de distracción por ambas partes. Veremos si se consigue alcanzar el triple objetivo pretendido por Bruselas, además del de no tener distracciones adicionales a la guerra en Ucrania. En primer lugar, como herramienta de construcción de paz entre las partes. En segundo lugar, para dar estabilidad a la región. Y en tercer lugar, para mejorar la percepción de presencia de la UE en la zona. Pero para ello, lo primero es conseguir la implementación efectiva de los compromisos adquiridos. Y para ello hará falta mucho más que buenas intenciones. También será imprescindible que la UE cumpla sus promesas y permita avanzar en el proceso de ampliación, lo que le permitiría ganar una mayor credibilidad en la región y entre sus ciudadanos.

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