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Columna
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El asno del Mesías

Si el gobierno ‘ultra’ de Netanyahu se sale con la suya, Israel dejará de ser un Estado democrático y de derecho

Manifestación en Berlín (Alemania) para protestar contra la visita del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu y sus políticas, incluida una controvertida reforma judicial, el pasado 16 de marzo.
Manifestación en Berlín (Alemania) para protestar contra la visita del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu y sus políticas, incluida una controvertida reforma judicial, el pasado 16 de marzo.Michael Kuenne (Zuma Press / ContactoPhoto)
Lluís Bassets

La democracia, sin ley, es efímera. Conduce a la dictadura. La ley sin democracia es la dictadura misma, un Estado que puede tener derecho, pero nunca es de derecho. No hay separación de poderes, jueces independientes, control parlamentario y judicial del Ejecutivo ni, por supuesto, consentimiento de los gobernados como corresponde a la democracia liberal y representativa.

Israel se halla ahora en una encrucijada en la que se juega su alma democrática, forjada en la historia heroica y trágica del sionismo. El Gobierno más extremista desde su fundación quiere situar la voluntad del Parlamento, representante de la mayoría, por encima de la interpretación de la ley, hasta ahora competencia de los jueces en un país sin Constitución escrita.

Como consecuencia, se convertirá en un Estado con apartheid, en el que ni los ciudadanos israelíes árabes ni los palestinos de los territorios ocupados contarán con jueces que protejan sus derechos cuando sean vulnerados, como ha sucedido en multitud de ocasiones. Será, ya sin matices, una democracia étnica y mayoritaria, en la que no se respetarán ni la voz ni los derechos de las minorías.

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Esta involución es obra de la ambición y los nulos escrúpulos de Benjamín Netanyahu, primer ministro durante 17 años, que ha conseguido ganar las elecciones y recuperar el Gobierno gracias a su alianza con los ultraortodoxos fundamentalistas y con los colonos racistas y a un programa electoral que, de aplicarse, significará la muerte de Israel como Estado a la vez judío y democrático. No lo dice la oposición palestina, ni el pacifismo israelí, ni la opinión europea de escasas simpatías hacia Israel. Lo dicen Isaac Herzog, el presidente de Israel, el exprimer ministro Ehud Olmert, mandos militares y de los servicios secretos, e incluso portavoces del sionismo más duro.

Sin seguridad jurídica, está en peligro la start-up nation, innovadora y tecnológica, que ha sabido atraer tantas inversiones y tanto talento. Peligra la ejemplaridad de su experiencia, así como el atractivo internacional del sionismo liberal. Desaparece del horizonte la imprescindible paz con los palestinos, espina clavada en las conciencias democráticas. Si Netanyahu se sale con la suya, habrá dos legitimidades contrapuestas, la del Supremo, que anulará la ley aprobada por el Parlamento de mayoría ultra, y la de este Parlamento que pretende someter a los jueces. El enfrentamiento civil está servido.

Shlomo Ben Ami, historiador, hispanista y exministro de Exteriores de Israel, lo ha explicado esta semana en un magistral artículo en La Vanguardia (El honor perdido de la democracia israelí, 17 de marzo), en el que da con la figura evangélica que mejor encarna el papel de los líderes populistas en relación a las dictaduras: “Netanyahu es, para ellos [los fascistas supremacistas y teócratas], el asno del Mesías; del mismo modo que Donald Trump, el ateo hedonista, lo fue para los cristianos evangélicos de Estados Unidos”.


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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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