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Columna
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Los mercaderes de la nueva guerra fría

Según el empresario Eric Schmidt, toda IA desarrollada en China es peligrosa para la paz mundial y a la vez toda regulación de la IA en EE UU coarta la capacidad para garantizar la paz mundial

Eric Schmidt, en una conferencia de seguridad e inteligencia artificial en Washington DC en 2019.
Eric Schmidt, en una conferencia de seguridad e inteligencia artificial en Washington DC en 2019.ALEX WONG (AFP)
Marta Peirano

Cuenta Kari Frederickson en su libro Cold War Dixie que, cuando Truman le pidió a Du Pont que construyera una planta para desarrollar armas nucleares, la petroquímica accedió bajo la condición de no ganar un duro con la operación. Habían ganado tanto dinero con la venta de explosivos durante las dos últimas guerras que les habían colgado el sobrenombre de “mercaderes de la muerte”. Tenían miedo de que un papel principal en el proyecto Manhattan perjudicara las ventas de productos como el nailon y el celofán. “No nos podemos permitir ganar dinero con una máquina de guerra tan abominable como se espera que sea esta”, declaró el presidente, Crawford Greenewalt, al Comité de Energía Atómica en 1950.

Entonces la industria militar era una máquina que se encendía para la guerra, implicando a empresas como Du Pont o Levi Strauss para garantizar una rápida capacidad de producción de armas y uniformes. Después, las empresas retomaban su actividad comercial, reconduciendo las infraestructuras hacia la vida civil. Pero, después de la II Guerra Mundial, la máquina se quedó encendida.

Durante la Guerra fría, EE UU invirtió miles de millones en defensa, incluyendo el desarrollo de armas nucleares y el establecimiento de bases militares en todo el mundo. La máquina creció y creció sin que Rusia invadiera Occidente o hubiera pruebas concluyentes de que tuvieran la intención. En su discurso de despedida, Eisenhower advirtió sobre la potencia distorsionadora de la máquina. “En los Consejos de Gobierno, debemos cuidarnos de la adquisición de influencia injustificada, ya sea buscada o no, por parte del complejo militar-industrial”. Entonces la máquina estaba ya volcada en las infraestructuras de vigilancia que se liberaron en septiembre de 2001, justo a tiempo para la guerra contra el terror. Desde entonces, las tecnológicas compiten por enchufarse al gran complejo militar industrial estadounidense. Y Eric Schmidt se ha afianzado como enlace principal.

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Es un tablero en el que se ha desdoblado en dos posiciones. Por un lado, como presidente de la Junta de Innovación de Defensa y de la Comisión de Seguridad Nacional Inteligencia Artificial, asesora al Pentágono en sus inversiones y también en la regulación de IA. Por otro lado, su firma de capital riesgo Innovation Endeavors invierte en las mismas empresas que reciben contratos multimillonarios del Gobierno federal.

Su discurso está vertebrado sobre dos premisas: toda IA desarrollada en China es peligrosa para la paz mundial y toda regulación de la IA estadounidense coarta la capacidad de EE UU para garantizar la paz mundial. Con este discurso, Schmidt resucita el mito de las dos potencias rivales que dividen el planeta en dos facciones con valores presuntamente irreconciliables para justificar la necesidad de superar militarmente al otro con una gran inversión militar. Ignorar sus intereses es olvidar la Historia. Como dijo Eisenhower en aquel discurso, “sólo una ciudadanía alerta y bien informada puede obligar al adecuado engranaje de la gran maquinaria industrial y militar de defensa con nuestros métodos y objetivos pacíficos, de manera que la seguridad y la libertad puedan prosperar a la vez”.

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