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tribuna
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Usar condón se ha vuelto ‘carca’

Las generaciones más jóvenes han perdido el miedo a las enfermedades de transmisión sexual confiando en que la ciencia las cure si se contagian

Uso de preservativos
Cartel de la campaña de 1990 sobre el uso de preservativos encabezada con el lema 'Póntelo. Pónselo'.
Estefanía Molina

Me contó una amiga su última revisión ginecológica, en una de esas escenas típicas de confesiones íntimas entre mujeres treintañeras. “El médico me preguntó si utilizo protección en las relaciones sexuales, y le conté que uso condón porque no tengo pareja estable. Pero la verdad, me da más miedo quedarme embarazada que contraer una enfermedad de transmisión sexual (ETS) a estas alturas… ¿A ti no te ocurre?”, me soltó mientras el café se me iba por el otro sitio.

Y eso de no temerle a una ETS está muy extendido entre nuestros jóvenes, pese a que nos escandalice. Los datos muestran un crecimiento apabullante de casos de gonorrea, sífilis, o clamidia en la última década en España. No sería la primera vez que un amigo es avisado por alguna de sus parejas sexuales de haber contraído una patología venérea, con el fin de que se hiciera las pruebas para descartar el contagio. El condón va en descenso, o no se usa adecuadamente, porque no todo puede atribuirse a que ahora se detecten mejor esas enfermedades.

Así que lo raro es que el tema no esté cada día en los telediarios, ni se abra un debate público profundo en las instituciones. O somos beatos, o somos hipócritas cuando se trata de sexo. Qué vergüenza supone reconocer que un colega, un hijo o una prima ha pillado una ETS, por el temor a que se vuelva una especie de “apestado” o nos miren mal los de fuera.

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El problema es que a veces solo nos centramos en juzgar la inconsciencia de ciertas conductas sexuales, en vez de buscar soluciones más efectivas. Algunos dirán que tenemos una juventud muy viciosa o lasciva. No veas, están todo el día con las aplicaciones esas de citas. Y quizás esto último no sea del todo mentira. Esperar hasta el matrimonio para acostarse con alguien no es lo común en este siglo, y no resulta tan extraño que los chavales tengan varias parejas sexuales a lo largo de la vida.

Sin embargo, el mayor cambio entre generaciones en lo relativo a las ETS no pivota tanto sobre la moral, como sobre el miedo. Nuestros padres fueron de la generación que vio cómo el sida arrasaba a personas y a familias. Ponerse el condón en los años ochenta podía ser una elección de muerte o de vida. En cambio, el avance de la ciencia ha ido diluyendo el miedo al VIH en el primer mundo, por la extensión de la pastilla PrEP o la eventualidad de que el virus se cronifique.

Así pues, que todavía hoy la protección en las relaciones sexuales se base en el miedo demuestra ser una estrategia de muy corto alcance. En ausencia del pánico a una ETS, a la juventud solo le quedará el temor a un embarazo para obligarse a usar preservativo, como en el caso de mi amiga. Y nada podría ser más peligroso para las mujeres porque las desprotege y cuestiona las conquistas del feminismo.

Primero, descarga en las chicas, aunque sea injustamente, la última responsabilidad de usar el condón para no quedarse preñadas. Y eso es terreno pantanoso a ciertas edades, donde la baja autoestima puede jugar malas pasadas. Una muchacha jovencita me confesó su miedo a exigir el preservativo cuando algún chico soltaba eso de “es que a mí no me gusta, me aprieta”. Cero dudas de que no está sola en ese temor al rechazo.

Segundo, el miedo a un embarazo indeseado salta por los aires gracias al avance en libertades femeninas. Los métodos anticonceptivos de larga duración, la píldora del día después, o el derecho al aborto, difuminan la idea de una concepción no esperada. Y sería un peligro que los ultras encontraran argumentos para afirmar que el aborto se usa como medida anticonceptiva, y no como recurso de emergencia.

Aunque no deja de ser el dibujo de una generación —sin generalizar, obviamente—­– eso de que algunos teman más a un bebé que a una enfermedad venérea. Muchos jóvenes saben que no pueden permitirse tener hijos con sus sueldos míseros, o porque no lo desean, ya que les restaría autonomía para otros proyectos vitales. En cambio, aún hay quien lo fía todo, temerariamente, a la esperanza de que la ciencia lo salve, si llega a infectarse de una ETS. Cómo viran las sociedades, que hoy ponerse el condón parece carca, restrictivo de los placeres carnales, cuando antaño daba libertad al salvar tantas vidas humildes.

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Sobre la firma

Estefanía Molina
Politóloga y periodista por la Universidad Pompeu Fabra. Es autora del libro 'El berrinche político: los años que sacudieron la democracia española 2015-2020' (Destino). Es analista en EL PAÍS y el programa 'Hoy por Hoy' de la Cadena SER.

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