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Columna
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Desnazificar, los tiempos del verbo

En pasado se trata de recuperar un mito, el de la victoria sobre el nazismo. En presente, es la forma de librar una guerra total

Un militar pasa frente a los restos del avión Antonov An-225.
Un militar pasa frente a los restos del avión Antonov An-225.OLEKSANDR RATUSHNIAK (EFE)
Lluís Bassets

Desnazificar y desmilitarizar, dos verbos persistentes desde el 23 de febrero de 2022 en boca de Putin que trascienden la trivialidad injuriosa de la propaganda bélica. Para ver más allá de las consignas y encontrar su pleno significado hay que conjugarlos en todos los tiempos.

En pasado, explican el proyecto de Stalin para Europa en 1945, aplicado con devoción a la Alemania ocupada por las tropas soviéticas, los territorios de la futura República Democrática. Los efectos de la prohibición de la ideología derrotada y de la severa aplicación de la justicia a sus dirigentes repercutieron muy pronto sobre todos los partidos y ciudadanos díscolos con el nuevo poder comunista impuesto por los tanques estalinistas, incluidos los socialdemócratas hostiles a la unión de la izquierda decretada desde el Kremlin. Allí desaparecieron los nazis, pero hasta 1989 no regresó la libertad.

Todos, soviéticos y estadounidenses, querían una Alemania desarmada. Henry Morgenthau, el secretario de Comercio de Roosevelt, pensó en dividirla en cinco y convertirla en una economía agraria. Concordaba con Stalin, que aplicó parte del programa de desindustrialización a su zona de control. Situó a sus adiestrados títeres en el poder, se llevó el grueso de la industria pesada, la sometió a la división del trabajo del campo socialista y organizó a su gusto unas fuerzas armadas y de seguridad, encuadradas en el Pacto de Varsovia.

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En el otro lado, en cambio, no hubo ni lo que Stalin podía entender como desnazificación ni desmilitarización a su gusto. La represión contra los antiguos nazis terminó en cuanto empezó la Guerra Fría y hubo que esperar al juicio de Adolf Eichmann en Jerusalén en 1961 por genocida para que tomara impulso la rendición de cuentas por el Holocausto. El Plan Marshall y la economía social de mercado condujeron a la recuperación de la potencia industrial alemana. Con el ingreso de la Alemania Federal en la OTAN, Moscú pudo blandir de nuevo el espantajo del militarismo, ahora estadounidense, instalado otra vez en el corazón de Europa como en tiempos de Hitler.

En presente, Putin conjuga en Ucrania los mismos verbos que Stalin tras la derrota de Hitler. Sus tropas los aplican ya en la parte de Ucrania que dan por conquistada. Las atrocidades cometidas en Bucha, Irpin y tantas otras localidades, difícilmente pueden disociarse del comportamiento del Ejército Rojo tan bien descrito en Una mujer en Berlín, testimonio estremecedor del tipo de hueste saqueadora y violadora que venció y sucedió a la tropa alemana, todavía más criminal. Al igual que la ocupación y parálisis de las centrales nucleares, el bombardeo de infraestructuras y factorías o la destrucción del Antonov, el mayor carguero aéreo del mundo y orgullo de la aviación ucrania, corresponden al propósito de obliterar a Ucrania como potencia económica. Así como la deportación de poblaciones, el secuestro de niños, el pillaje y destrucción del patrimonio y la desaparición de cualquier rastro de pluralismo y de libertad en los territorios ya ocupados buscan su desaparición por asimilación y rusificación. Desnazificar significa que Ucrania no exista como nación europea, libre y soberana.

En pasado se trata de recuperar un mito, el de la victoria sobre el nazismo. En presente, es la forma de librar una guerra total, que no distingue entre objetivos civiles y militares, o entre combatientes y ciudadanos de a pie. Cuanto mayor sea la destrucción, más desnazificado y desmilitarizado el país, es decir, menos Ucrania. En futuro, estos verbos conjugan el proyecto de paz de Putin, incluso para otros países de la región, como Moldavia y, en el caso más que improbable de que nadie se resista, luego Polonia y las repúblicas bálticas.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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