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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El peligroso avance del falso síndrome de alienación parental en América Latina

Movimientos conservadores y grupos de hombres han empujado el uso de una cuestionada figura para conseguir la custodia de sus hijos

Violencia física y sexual en pediatría en Cataluña
El síndrome de alienación parental es altamente dañino para la infancia, según expertos.Unsplash
Catalina Oquendo

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No tiene validez científica. No es reconocido por las autoridades de salud ni de psiquiatría del mundo y lleva años generando debate entre abogados y psiquiatras, pero se está convirtiendo en un arma arrojadiza contra las mujeres de América Latina. Se le conoce como síndrome de alienación parental y, a pesar de ser una figura cuestionada, se está abriendo camino en las legislaciones de la región para favorecer a quienes cometen violencia de género.

La usan los hombres para deslegitimar las denuncias de las mujeres por violencia en su contra y hacia sus hijas e hijos; la validan algunos jueces que niegan la custodia a la madre y se la otorgan al padre acusado de violencia familiar y ahora la quieren instalar en las normas. Esa es la alerta que hace el Comité de Expertas del Mecanismo de Seguimiento de la Convención de Belém do Pará (MESECVI) de la OEA y la Relatora Especial sobre la Violencia contra la Mujer de las Naciones Unidas.

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Para entenderlo vale la pena ponerle rostro a través de un caso reciente. Una mujer brasilera escapó con sus tres hijos tras encontrar que el padre, un hombre violento, abusaba del niño menor. La justicia, sin embargo, aplicó el síndrome de alienación parental, en adelante SAP, y ordenó que el niño fuera entregado a su padre. La mujer, aterrada porque su niño siguiera siendo abusado, huyó con sus hijos y se escondió en otro país.

Y es solo uno de los ejemplos que se han dado en la región. Desde 2014 vienen llamando la atención sobre cómo, sin que esté aprobado en ninguna legislación, la usan los jueces para decidir en casos de tenencia compartida. “No nos oponemos a las custodias compartidas, se trata de que esa figura del supuesto síndrome se está usando en casos donde hay un ejercicio de la violencia contra las mujeres, ellas lo han denunciado y, como respuesta a este ejercicio de violencia, entonces el hombre argumenta la alienación parental por parte de las madres y el pedido de custodia”, explica Marcela Huaita Alegre, abogada y presidenta MESECVI. Incluso alerta que es utilizado por los jueces en casos de agresión sexual a menores, como el de la mujer brasileña. “Lo que pedimos es que se analice caso a caso”.

El término fue introducido en los años ochenta por el psiquiatra estadounidense Richard Gardner, quien argumentaba que existía un síndrome que podía llevar a los niños con problemas de custodia conflictiva a acusar falsamente de abusos a un padre. Gardner, cuya teoría causó rechazo científico desde el comienzo, sostenía que los niños que padecían el síndrome habían sido aleccionados de forma vengativa por uno de los progenitores y denigraban obsesivamente del otro sin motivo. El psiquiatra, que se suicidó en 2003, recomendaba a los tribunales en los que testificó trasladar al niño del hogar del progenitor supuestamente alienante y dejarle bajo la custodia del acusado del abuso.

Con el tiempo, esa teoría ha tenido aún más detractores, pero ya se había instalado y se popularizó rápidamente en países como España. También lo hizo en algunos de América Latina donde movimientos conservadores y grupos de hombres por la custodia de sus hijos han empujado su uso. Y ahora, con otros nombres, se está intentando colar en los congresos.

“Es una corriente que va llegando a la región, en algunos países de forma más fuerte. Hay un backlash (reacción antifeminista) en términos de movimientos más conservadores que discuten que las mujeres estén siendo víctimas y en muchos de esos casos, también comienzan a reivindicar algunos elementos de la igualdad respecto de los padres y el derecho de los padres de asumir la tenencia de sus hijos y utilizando algunas veces este tipo de argumentos como el SAP”, agrega Huaita.

El debate está a fuego en toda la región. Recientemente, en Chile se intentó incluir en la Comisión de Familia de la Cámara de Diputadas y Diputados. La ministra de la Mujer tuvo que aclarar que rechazaban la idea de “legislar para incluir el ‘síndrome’ de alienación parental como violencia intrafamiliar y evitar así discutir “un proyecto de Ley sin base científica ni jurídica”. “Ahora a trabajar por su rechazo en sala”, dijo mientras la presidenta de la Corte Suprema insiste en que el SAP no es un invento.

En Uruguay también se discute otro proyecto de corresponsabilidad en la crianza, el nombre benévolo, aunque se basa en el supuesto síndrome de alienación y a pesar de que en ese país ya existe la tenencia compartida. En Brasil, hubo un intento en 2010 cuando sancionaron la Ley de la Alienación Parental, aunque en 2022 el Consejo de Salud brasileño pidió su derogación. “En Perú lamentablemente se aprobó”, recuerda Huaita. En ese país, expresamente, se incluyó un artículo en la Ley que da validez al SAP.

Con sus particularidades, la figura recorre la región. Las expertas de la OEA insisten en sus riesgos. “La utilización de esta controvertida figura en contra de las mujeres, en casos donde alegan violencia por razones de género o violencia contra las hijas e hijos, es parte del continuum de violencia de género y podría generar responsabilidad a los Estados por violencia institucional”, alertan.

El piscinazo de Viña del Mar: machismo vestido de tradición

Valeria Ortega, durante el piscinazo de 2012.
Valeria Ortega, durante el piscinazo de 2012.Mario Davila (Mario Davila)

Por Érika Rosete

¡Qué hipocresía la del festival Viña del Mar! Un día después de anunciar que no tendría más una reina que se remojara en la piscina del hotel O’Higgins para el deleite de la prensa y los espectadores, nombraron a una embajadora del certamen que repitió exactamente la misma tradición, el conocido piscinazo. Para quienes no conozcan de qué hablo, se trata de una especie de ritual que empezó hace más de 20 años y que no es otra cosa que una mujer con un diminuto traje de baño saltando a una alberca para ser retratada después por cientos de hombres que gritan agitados con sus cámaras dentro y fuera del agua.

Es difícil criticar con la severidad necesaria algo que una buena parte de una sociedad considera una tradición. Pero, si esas tradiciones significan seguir reproduciendo estereotipos, violencias, y la idea de que los cuerpos de las mujeres sirven como una apropiación pública y de uso común para el espectáculo. Por qué no cuestionarlo, deplorarlo o llamarlo por su nombre: machismo.

En el piscinazo de este viernes, la periodista y surfista chilena Isidora Ureta, embajadora de la edición 2023 del Festival, trató de que el acto perdiera un poco del tufo de otros años y se mostró más distante que otras participantes que posaban de manera sensual frente a las cámaras mientras se desnudaban poco a poco. Antes de que el presentador llegara en el conteo al 2 y al 3, se lanzó al agua a la cuenta de 1 y respondió las preguntas de la prensa sin salir de la piscina.

El festival ha tratado de camuflar su tradición más rancia presumiendo que el bikini de Ureta está hecho con redes de pesca recicladas, como si eso restara un ápice a la cosificación que año tras año hacen de las mujeres. Tampoco pasa desapercibido que premie a Alejandro Fernández con los máximos galardones, después de que el cantante mexicano interpretara ‘Mátalas’, una canción que ha causado incomodidad y enojo en una región en la que cada año más de 4.000 mujeres son víctimas de feminicidio. ¿Saben qué nos enoja a tantas mujeres? Que el público de la Quinta Vergara y miles de espectadores llamaran “galantería” a lo que realmente era acoso. “Ay, qué gaviotota”, comentó el cantante a la mujer que le entregó el premio, para después comentar que sentía que algo le temblaba “entre las piernas” y el público emocionado aplaudía todavía más fuerte.

Es muy curiosa la sensación que este tipo de imágenes nos deja a muchas mujeres. El pensar que, como sociedad, no estamos aún listos para tener conversaciones que comiencen a tirar aquellas “tradiciones”y “rituales” que históricamente han puesto en peligro nuestra integridad; y que, al mismo tiempo, recordemos que, desde hace ya muchos siglos nuestros cuerpos siguen siendo material para el espectáculo. Algo público de lo que los demás pueden sentirse libres de hablar, cuestionar y violentar sin que haya alguna consecuencia.

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Alejandro Fernández y su canción ‘Mátalas’ generan polémica en el Festival de Viña del Mar

La exministra de Desarrollo Social y la Red Chilena contra la Violencia condenan que el cantante mexicano interpretara un tema que “hace apología de los feminicidios”.

Y una sugerencia para acabar:

🎬 Un documental: Yo soy Vanessa Guillén. Por Sally Palomino

Es imposible no conmoverse hasta las lágrimas con la historia de Vanessa Guillén, la soldada de 20 años desaparecida y asesinada en una base del Ejército de Estados Unidos en 2020. Mayra y Lupe, sus hermanas, son las protagonistas del documental, que acompaña su lucha para que haya justicia y por conseguir una reforma al interior de las fuerzas militares, manchadas por el acoso y las agresiones sexuales entre soldados.

La tenacidad de la familia Guillén para no dejar que el caso quedara oculto originó un movimiento en el que miles de miembros del servicio que sufrieron abusos sexuales en el Ejército compartieron sus experiencias en redes sociales con la etiqueta #IAmVanessaGuillen.

Mayra y Lupe reivindican la memoria de su hermana en cada paso que dan. Christy Wegener, directora y productora, las acompaña en su casa, en Texas, en sus viajes a Washington a encontrarse con congresistas, en las manifestaciones que convocaron a cientos de personas en honor a Vanessa. Las dos hermanas se convirtieron en un símbolo contra el silencio frente a lo que ocurre en el Ejército de Estados Unidos. Gracias a ellas, muchas víctimas de Fort Hood, la base militar con más casos de agresiones sexuales en ese país, se animaron a contar sus historias y denunciar.

La persistencia de la familia Guillén logró esclarecer su caso y que se aprobara una ley con su nombre para proteger a las víctimas de violencia sexual en las fuerzas armadas. Amanda Mars visitó en junio de 2021 la base militar Fort Hood, en Texas, para reconstruir la historia de Vanessa. Acá puede leer el reportaje con fotos de Mónica González.

A propósito de la palabra ‘soldada’

Hace unos días, publicamos una historia sobre un contingente de mujeres que se unió al Ejército de Colombia después de más de 20 años en que solo habían entrado hombres. La palabra “soldada” en la nota generó una inesperada reacción de algunos lectores. “Qué graso (sic.) error que por ideologías de género pretendan llamar soldadas a nuestras SOLDADOS mujeres”, reclamó un lector en Twitter. Al respecto, les compartimos la columna de Álex Grijelmo, responsable del Libro de Estilo de EL PAÍS, sobre el uso de la palabra soldada que, aunque no es recogida por el Diccionario, es posible y recomendable. Acá la pueden leer.

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Sobre la firma

Catalina Oquendo
Corresponsal de EL PAÍS en Colombia. Periodista y librohólica hasta los tuétanos. Comunicadora de la Universidad Pontificia Bolivariana y Magister en Relaciones Internacionales de Flacso. Ha recibido el Premio Gabo 2018, con el trabajo colectivo Venezuela a la fuga, y otros reconocimientos. Coautora del Periodismo para cambiar el Chip de la guerra.

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