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La Sabatina
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El camino de Marcelo

Marcelo, el bombero de López Obrador, es una constante en el sexenio que se acerca al ocaso

El Secretario de Relaciones Exteriores de México, Marcelo Ebrard, en enero de 2023.
El Secretario de Relaciones Exteriores de México, Marcelo Ebrard, en enero de 2023.HECTOR VIVAS (Getty Images)
Salvador Camarena

Las horas de decisiones sin retorno suenan en Palacio, en donde esta semana una de las corcholatas del presidente demostró lealtad. El canciller sacó el pecho para defender con todo a Andrés Manuel López Obrador, así fuera echando a los lobos a una diplomática. Es Marcelo Ebrard en su quintaesencia: aplaude para arriba, desprecia para abajo.

Decir que Ebrard despotricó contra la embajadora en Washington, Martha Bárcena, para que López Obrador viera, en la carrera sucesoria, una prenda de lo que es capaz a la hora de atravesarse por él es quedarse corto. Marcelo tiene dos pulsiones: la ambición política –el añejo y persistente sueño de las cosas grandes— y el deseo de quedar bien con el jefe.

A veces esas pulsiones caminan juntas. Como ahora, en las reverberancias de la exhibida que le dio al Gobierno mexicano el exsecretario de Estado, Mike Pompeo. Las memorias del exfuncionario de Donald Trump se conocieron hace un mes y confirman lo que ya se sabía por otras fuentes: que México pactó que Estados Unidos eche a su territorio a migrantes.

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El libro deja mal parados a Ebrard y a AMLO. Desde hace semanas, cuando se editaron estas memorias, el canciller desestimó la publicación. Pero no tiene la autoridad para salir así como así del sainete. Porque en los pasajes de esa abdicación de la soberanía hubo testigos incómodos, así fuera marginados, como lo es la exembajadora en EEUU.

Una charla de ésta con el periodista León Krauze completó el puzzle de contradicciones entre lo que el gobierno mexicano reconoce en público de cuanto hace en privado en la relación con Washington. Con los detalles aportados por Bárcena queda fuera de toda duda la sumisión que el lopezobradorismo tuvo ante Trump desde la transición misma.

Ebrard ha intentado salir lo menos raspado del entuerto. Es mentira y esto es parte de una campaña de una exembajadora resentida. Esa es la escuela que domina el canciller. La fuga hacia adelante. Qué más da si lo que dice Pompeo cuadra con lo que antes se expuso en el libro Border Wars, publicado por dos reporteros del New York Times en 2019.

Mienten, unos por el ardor de ya no estar en tan histórico gobierno y otros –Trump, Pompeo, la prensa— por la lucha política salpicada de antimexicanismo que vive EEUU. Eso es lo que quiere Palacio que escuchen los mexicanos, que el patriotismo de Andrés Manuel es épico, que nuestra soberanía vuela alto. Una diplomacia de kermés.

Porque acá también la campaña electoral es permanente. Y el lopezobradorismo no quiere llegar desdentado a los comicios donde presumirá que defendió a México de las presiones externas así haya cedido siempre a convertir a la República Mexicana en el patio trasero estadounidense. Y ahí es donde las pulsiones se le harán bolas a Ebrard.

El soldado Marcelo tiene que salir al rescate de AMLO. Lo que dice Pompeo no puede ser cierto no porque se probaría que Ebrard admitía que a México le impusieran cosas ilegales con la condición de que él pudiera decir que fue una decisión unilateral de Washington. No, no puede ser verdad porque a Andrés Manuel se le cae el aura de gran soberano.

Por eso Ebrard no escatimó al intentar desprestigiar a Bárcena en Palacio Nacional el martes pasado. Porque es la testigo incómoda no solo de sus enjuagues, sino de la sumisión presidencial: con ella hablando, este asunto no se puede barrer debajo del tapete de la politiquería. Y es por eso mismo López Obrador la declaró ese día persona non grata.

Es cierto que al cuidar al presidente se cuida a sí mismo en lo más importante que tiene: sus aspiraciones presidenciales. Lo que Ebrard parece no entender es que a veces es difícil desprenderse de tan buenos servicios, sobre todo cuando viene la peor parte del sexenio, el cierre que requerirá de toda maniobra y no pocos oficios. De Marcelo como handyman.

Ebrard terminaría siendo víctima de su fama y resultados como operador de pocos escrúpulos, esos mismos que le sirvieron para pactar con el enviado de Trump a espaldas del pueblo mexicano y de los migrantes de toda nacionalidad.

Marcelo, el bombero de AMLO es una constante en el sexenio que se acerca al ocaso. Desde salir corriendo a comprar pipas para la nunca suficientemente explicada escasez de gasolina, hasta el feliz padrino a la hora en que su jefe le impone una presea a un violador de derechos humanos. ¿Vacunas? Marcelo. ¿Migrantes? Marcelo. ¿Callar a Bárcena?...

Y Marcelo como carnal del presidente. El hoy canciller presume que se sometió a él en la elección capitalina del 2000 para no dividir a las izquierdas, que acató la fuerza del tabasqueño en encuestas parejas cuando con éstas se decidiría la candidatura presidencial de 2012. Soy su valedor, reclama a quienes dentro del movimiento siempre le recelan.

Marcelo, el leal que no es el favorito ni del presidente ni del entorno de éste. Marcelo el que está convencido de que si el método de la encuesta es científico, entonces la candidatura es suya. Marcelo el que no se da cuenta de que hoy todos prefieren a la científica, y no a quien quiere, en actitud díscola, coquetear con la rejega clase media.

Es Ebrard en la coyuntura de su carrera. Tiene frente a sí la bifurcación más importante: o sigue en la lealtad y acata –como siempre-- cuanto se le imponga desde Palacio, a la espera de ser premiado con el máximo honor de la República, o se desmonta del gobierno en sus términos y busca por sí mismo, en desafío a su jefe, la máxima magistratura.

Además, en la sucesión Ebrard está poniéndose en un lugar bastante incómodo. Corre el riesgo de convertirse en su añorado jefe Manuel Camacho: en sombra que no deje crecer a quien obtenga la candidatura oficial, en duda que atasque el arranque de la nueva coronación porque no faltarán quienes añoren el cambio sorpresivo de jinete.

Conviene que el dedazo tenga más de dos aspirantes, pero al gobierno no le conviene que al correr de los meses la gente se haga bolas sobre quién es el bueno. Porque contra lo que dice Marcelo de su fortaleza en los sondeos, no ha logrado despegarse en estos ni cambiar la idea de que él no es el favorito así sea el meritorio del mediocre gabinete.

Si no es Claudia la ungida, la lealtad de Ebrard no necesariamente será premiada con la candidatura. Adán Augusto López sigue creciendo en los sondeos y, sobre todo, en el calor de la masa de Morena, que lo acoge gustosa en los mítines. El secretario de Gobernación, instrumentador del plan B, está listo para todos los escenarios. ¿Marcelo también?

De Adán no se duda que pase lo que pase estará con el presidente López Obrador hasta el final. Si no resulta candidato será ariete del partido oficial para empujar a quien reciba el encargo de seguir el desbroce lopezobradorista. La interrogante con Ebrard, por el contrario, ha crecido durante años: ¿romperá o no quien una vez ya perdió con AMLO?

Esa duda carcome no solo a la comentocracia sino a la base de López Obrador. En la hora de las definiciones no está clara la lealtad de Ebrard si el destape no le favorece. Que frente al presidente de la República esa interrogante aún no le merme cercanía o funcionalidad, no significa que ello esté exento de costos entre la militancia morenista.

¿Cuándo sigues siendo un activo para el movimiento porque sales arriba en las encuestas y cuándo el estar mano a mano con la jefa es precisamente lo que no permite que ninguno de los dos se despegue? El dedo que puede cancelar esa parejera para que el bendecido corra sin que le resoplen en el cuello pronto podría responder esta duda.

El canciller tiene el corazón partío. Su dedicación al proyecto de su jefe ha sido en beneficio mutuo y hoy ambos disfrutan de estar en los papeles estelares, pero nada hay en el horizonte que diga que tan sólido tándem pueda seguir en los años por venir con el otro de ellos en la silla presidencial.

Las pulsiones se le enredan al secretario de Relaciones Exteriores. Quiere más y quizá sea el que ha demostado que puede más (dicho esto sin olvidar que es el creador de la Línea 12 del Metro que en 2021 mató gente al derrumbarse). Sus ambiciones le reclaman que no las deje en la cuneta por atender a AMLO, mas su lealtad a éste le complica aquellas.

Por ambición se come las preseas a machacadores de derechos humanos, y cena callando frente las atrocidades del tiranuelo de Nicaragua. Se acuesta agradecido con Adán Augusto López, que manda al demonio el fallo de la Comisión Interamericana que condena el arraigo de no culpables. Los silencios del canciller son tantos y atronadores.

El político que promete más clase media además de primero los pobres está en la antesala de su camino de Damasco. Pero titubea entre subirse al caballo que puede provocarle la caída de la transfiguración en el arquitecto de una nueva iglesia, o quedarse como soldado de un régimen en donde hasta hoy no se ve que le vayan a premiar con algo más alto.

Marcelo, el ángel del señor al que ayuda a enviar a los infiernos del destierro a quienes como Martha Bárcena disienten del dogma.

Marcelo, el que tiene el éxito asegurado como cancerbero de AMLO, pero nada escrito de que éste le quiere para ser el elegido por y para el pueblo.

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