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EDITORIAL
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La decisión del BCE

El nuevo aumento de los tipos de interés menosprecia la bajada de la inflación y se justifica con graves contradicciones

Sede del BCE, en Fráncfort. Foto: ALEX KRAUS (BLOOMBERG)
El País

El Banco Central Europeo (BCE) ha vuelto a subir los tipos de interés medio punto. Los eleva así hasta dejar el precio del dinero en el 3%, lo que prefigura su inminente traducción para los consumidores de crédito hasta niveles cercanos al 4%. Con esta medida, la entidad de Fráncfort confirma su estrategia fuertemente restrictiva, impulsada por un imperturbable núcleo de férreos halcones. Esta ratificación en el giro restrictivo iniciado el pasado verano no solo viene dada por el notable importe de las alzas, que empeorarán las perspectivas tanto de crecimiento económico, ante un año 2023 que se prevé ya de por sí débil, como del mantenimiento del empleo. También ofrece aristas oscuras por las circunstancias en que se produce, y por la deficiente y contradictoria argumentación esgrimida por la presidenta, Christine Lagarde, en la rueda de prensa celebrada con el vicepresidente, Luis de Guindos.

Así, este aumento es el primero de los registrados hasta ahora en que su dureza (0,5 puntos) supera a la que decidió la víspera la Reserva Federal de Estados Unidos (0,25 puntos), quizá escudándose en que esta última inició antes las subidas de los tipos de interés y los tiene más altos. Pero sobre todo menosprecia el continuo descenso de la inflación en la eurozona: bajó en noviembre, por vez primera en 17 meses, al 10,1%; en diciembre al 9,2%, y en enero al 8,5%. La tímida alusión de Lagarde a que sus riesgos inherentes son ahora “más equilibrados” es un argumento flojo y apenas desarrollado, algo sorprendente cuando se trata del principal estándar que debe vigilar el banco central. La actitud de muchos inversores apostando a la compra de bonos en la convicción de que esta inflación seguirá remitiendo —y que Fráncfort acabará asumiendo esa realidad— no fortalece la expectativa de aumentar la credibilidad (en la línea dura) con que se diseña la secuencia de alzas. La nueva fraseología empleada para decisiones ya repetidas alude a “mantener el rumbo” a un “ritmo constante” de manera que la estrategia resulte “suficientemente restrictiva”. Pero parece hacer aguas cuando se propone directamente “amortiguar la demanda” y prevenir el “riesgo” de alzas en las expectativas, sobre todo de las salariales.

Resulta en efecto un contrasentido con la naturaleza de la inflación, generada sobre todo por el lado de la oferta (costes energéticos, cuellos de botella, economía internacional, guerra de Ucrania), pretender dominarla asfixiando el consumo, la demanda, y por tanto limitar el crecimiento y aumentar el paro. Y un juicio igualmente poco benigno merece la aparente osadía subyacente del propósito en sí de constreñir la demanda, más que de modularla. Además, la reiterada referencia al peligro de los aumentos salariales como riesgo para los precios se compadece mal con estudios recientes, como los del FMI o los del Instituto Roosevelt, que los relativizan como causa inflacionaria.

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El comunicado del jueves especifica un horizonte de futuro inmediato en el que el consejo “pretende” repetir el alza de medio punto en su próxima reunión de marzo. Los confusos matices posteriores de Lagarde no desmintieron esa pretensión. Su misma anticipación contradice el habitual estribillo de que las subidas se irán decidiendo “según los datos” y “reunión a reunión”, cuando en realidad, los datos de marzo no están disponibles.

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