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LA BRÚJULA EUROPEA
Columna
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Deterioro cognitivo

El envejecimiento de la población plantea grandes retos. El auge de nuevas tecnologías y plataformas sociales, con su incierto impacto sobre desarrollo intelectual y conciencia ciudadana, también

Una anciana y una trabajadora se abrazan en la habitación en la que la primera permanece confinada, en una residencia de Barcelona en abril de 2020.
Una anciana y una trabajadora se abrazan en la habitación en la que la primera permanece confinada, en una residencia de Barcelona en abril de 2020.Santi Palacios
Andrea Rizzi

Son cada vez más las familias europeas en las que llega el momento en el que ya no se le dice con irritación a un allegado insistente —“¡preguntaste eso mismo hace una hora!”—, porque se hace evidente que las reiteraciones son los albores de un proceso de deterioro cognitivo. El envejecimiento de la población es un problema con rasgos globales —como alertaba un reciente informe de la ONU, que proyecta que el número de personas mayores de 65 años en el mundo se duplicará de aquí a 2050, alcanzando una cuota de 1.600 millones—, pero Europa tiene una proporción de mayores especialmente elevada. El continente afronta ahora crisis urgentes —desde la guerra en Ucrania a la pérdida de poder adquisitivo— y desafíos estratégicos —desde la transición verde a la digital—, pero no puede perderse de vista el necesario esfuerzo de adaptación de las sociedades al reto demográfico, que implica ámbitos tan amplios como políticas migratorias, sanitarias, de sostenibilidad de las pensiones o de dependencia.

Tampoco deberían descuidarse los riesgos asociados a un potencial deterioro cognitivo de otro tipo, transcendiendo su definición médica, en una clave de interpretación sociológica.

No hay razones para sucumbir al pesimismo, pero sí argumentos para fijarse muy a fondo —y reaccionar adecuadamente— en el efecto que los nuevos contextos tecnológicos producen sobre el desarrollo intelectual de las nuevas generaciones. ¿Cómo influye el cambio en los hábitos de lectura y reflexión inducido por la abundancia de estímulos, por el dominio de mensajes de corto recorrido, por el imponerse de un estilo de vida poco propenso a la concentración? ¿Cómo podría influir el afirmarse de tecnologías de inteligencia artificial que resuelven con brillantez tareas de escritura, encogiendo aún más el espacio para una actividad de notable importancia en la formación intelectual de los líderes de una sociedad? Conviene fijarse bien. Esto significa no solo estudiarlo científicamente, sino que la política y profesionales de sectores clave presten máxima atención a los resultados, para aprovechar el potencial de los nuevos avances y reducir sus efectos contraproducentes adaptando, por ejemplo, los sistemas educativos.

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Asimismo, no hay razones para sucumbir al pesimismo, pero sí argumentos para fijarse muy a fondo en el efecto que los nuevos contextos de plataformas sociales y mediáticas producen sobre la conformación de la conciencia ciudadana y la participación de los individuos en la esfera pública. A esas cuestiones, entre otras, dedicaba Jürgen Habermas un interesante artículo académico publicado el año pasado (Reflexiones e hipótesis sobre una ulterior transformación estructural de la esfera política pública). ¿Cómo afecta a la capacidad de análisis de las personas el aflorar de espacios —con rasgos adictivos— en los que fluye una enorme masa de información/opinión descontrolada, sin filtros profesionales? ¿Qué tipo de responsabilidades editoriales deberían pedirse a las plataformas que, a través de los contenidos que difunden, contribuyen de manera tan profunda a plasmar el punto de vista, e incluso la forma mentis, de tantas personas? Hay esto, y mucho más.

Será bueno pues prestar atención a la lacra del deterioro cognitivo de carácter médico que afecta a los mayores; y también a los riesgos de deterioro cognitivo de otra suerte que acechan a los más jóvenes, y a los del medio. Sin pesimismo, pero tampoco indolencia o ingenuidad.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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