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TRIBUNA
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Una pelota para distraer a los mejores del ‘populacho’

La reflexión de fondo radica en cuál es el empeño que pone lo público para promocionar a una élite entre los estudiantes de clase trabajadora

Un grupo de estudiantes, en una prueba de Selectividad en la Universidad de Sevilla, en junio de 2022.
Un grupo de estudiantes, en una prueba de Selectividad en la Universidad de Sevilla, en junio de 2022.PACO PUENTES
Estefanía Molina

Me conectó una amiga con esa sensación, tan desoladora, que experimentan los estudiantes brillantes cuando aceptan que jamás tendrán la alcurnia para lograr ciertos puestos de élite. “Es como estar dentro, pero estás fuera. Algunos mueven un dedo y listo. Tienes los méritos, pero jamás el capital social con el que nacen”, me deslizó sobre su entorno laboral, tan impregnado de endogamia: el mundo de los organismos internacionales.

Así que algunos dirán que bienvenida al mundo, así es la vida; quién no ha logrado un trabajo gracias a ciertos contactos. Los pudientes se codean desde antaño en entornos selectos, forjando grupos de pertenencia o de pares. La sociología tiene bien estudiado el efecto de esas hermandades educativas o de lazos de sangre.

Sin embargo, dar una palmadita piadosa a mi conocida supone transigir, sin rubor, con que el populacho no está llegando a ciertos puestos de élite tanto como nos gustaría. Ello enturbia la creencia de que resulta suficiente con un Estado de bienestar que ofrezca oportunidades de estudio para poder romper techos tan altos. Y queda empañado cuando observamos ciertos entornos, donde aún pesa tanto la estirpe, como en los círculos internacionales.

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Aunque el drama es de difícil resolución, deja reflexiones micro si nos abstraemos del caso. Son las lagunas de nuestro sistema público para promocionar que los humildes lleguen a puestos donde la herencia de relaciones, los flujos de información o los contactos resultan tan potentes o cerrados.

Recordaba una conversación con un catedrático a quien le pregunté qué proporciona la universidad pública a los mejores de cada promoción, más allá de un diploma o, a lo sumo, un bolígrafo de recuerdo. Es decir, si se sentaban con ellos a orientarles sobre becas, programas..., si eran capaces de ofrecerles suculentos contactos laborales o de crear grupos de excelencia, como sí ocurre en universidades privadas. Me contestó sin ambages que “a los mejores, siempre les irá bien en la vida”.

Y aquel comentario es tan falso como es cierto que el logro académico no necesariamente va aparejado a una bolsa de relaciones, aun si se lucha contra los condicionantes de clase. Esta amiga pudo lograr con enorme sacrificio de sus padres pagarse la enseñanza de idiomas, y con el suyo propio, sacar notazas en la pública y lograr estancias de trabajo. Pero, pese a su enorme empeño y a la falta de horas de sueño, no metabolizó eso que a sus colegas les vino dado, porque aún le faltaba algo.

Ese algo eran los flujos de know-how o de “cómo funcionan las cosas” en el mundo. Muchos jóvenes tendrían las habilidades o la formación, pero se sienten muy perdidos al desconocer la guía de opciones, al no contar con los consejos necesarios. Por mucho que los institutos o las universidades ofrezcan charlas a sus estudiantes, el conocimiento real de campo, o la “información” sobre ciertos mundillos, sigue siendo un elemento a menudo ligado a la clase social de los padres.

Aunque había otro algo que le falta a mi amiga, que me recordó a la confesión de un político español hace unos años a un periodista: “Por mucho que yo trabaje en esas esferas de la diplomacia, es evidente que no soy uno de ellos. Se palpa en la seguridad, en el habla, en la forma de relacionarse, en el bagaje…”. En definitiva, se notaba en que no pertenecía a la liturgia de esos distinguidos semejantes.

Y quizás la reflexión de fondo radique en cuál es el empeño que pone lo público para la promoción de una élite entre los estudiantes de clase trabajadora. Claro está, el Estado debe ofrecer primero oportunidades al conjunto, mediante becas por nivel socioeconómico. Sin embargo, el Estado puede ir más allá, y acompañar de forma exhaustiva a los más brillantes del populacho, dándoles un trato aún más personalizado a esos pocos que rozan la excelencia, pero que no habitan en unos entornos selectos de información o contactos.

Ya sea por falta de financiación, o por complejo, negarle desde lo público a los mejores de la clase humilde un esfuerzo intensivo de promoción, o capital social, sigue lastrando en parte su ascenso. Su ilusión de que si logran el mismo currículo que los pudientes competirán en casi igualdad de condiciones, corre entonces el riesgo de volverse la pelota invisible con que el sistema les entretiene, pese a la posible dificultad de satisfacer dicho ideal. Luego llega la bofetada cuando conocen a las verdaderas élites, en este caso internacionales, de círculos privados que jamás habitaron, y donde nunca se sentirán entre iguales, porque siempre les faltará ese algo tan tangible pero abstracto.

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Sobre la firma

Estefanía Molina
Politóloga y periodista por la Universidad Pompeu Fabra. Es autora del libro 'El berrinche político: los años que sacudieron la democracia española 2015-2020' (Destino). Es analista en EL PAÍS y el programa 'Hoy por Hoy' de la Cadena SER.

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