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Brasil
Columna
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Lula devuelve a Brasil al mundo

En menos de un mes, el presidente brasileño ha desnudado a Bolsonaro incluso ante sus más fieles seguidores

Juan Arias
El presidente brasileño, Lula da Silva, saluda a la multitud que se acercó a escucharlo durante su visita de esta semana a Montevideo, Uruguay.
El presidente brasileño, Lula da Silva, saluda a la multitud que se acercó a escucharlo durante su visita de esta semana a Montevideo, Uruguay.RICARDO STUCKERT (AFP)

Lula, con menos de un mes en el poder, ha sido capaz de recolocar a Brasil la atención mundial, en la que apareció los últimos años como un país en profunda crisis institucional y sin futuro, devorado por los demonios del bolsonarismo.

El viejo sindicalista era consciente de que Brasil se estaba borrando del mapa y entrado en una insignificancia que mataba todos sus sueños pasados de ser el país del futuro. Y por ello ha iniciado enseguida sus viajes al exterior y reestructurado toda la diplomacia. Lula ofrece un nuevo Brasil que, aún no apaciguado del todo, sí ha empezado a darse cuenta del abismo al que se había asomado.

En su tercer mandato, Lula ha reaparecido con la energía de un joven y la capacidad de un estadista, sorprendiendo hasta a sus más cercanos seguidores. Y ello contando con que la situación se había agravado hasta el extremo ante las embestidas de la ultraderecha dispuesta a no dejarle gobernar.

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Para empezar, fue rápido y eficaz frente al golpe militar que le habían preparado. No perdió ni un momento y puso en marcha en 24 horas a todas las instituciones del Estado, enfrentando a las Fuerzas Armadas, a los cuerpos de policía fascista y arrinconando al fugitivo expresidente Bolsonaro recluido en los Estados Unidos y que está con miedo de volver.

Lula ha sorprendido incluso a sus viejos compañeros del Partido de los Trabajadores, que han visto que no pueden ya imponerle su vieja forma de gobernar. Y es que, por primera vez, Lula gobierna con un amplio abanico de fuerzas donde la izquierda es solo una más.

En pocos días, el presidente ha demostrado que está dispuesto a desmilitarizar al viejo Gobierno bolsonarista, que había colocado en las estructuras del Estado a más de 6.000 miembros de las Fuerzas Armadas para protegerse y para ir planificando su sueño de dar un golpe de Estado. Bolsonaro fracasó en su intento de secuestrar del Congreso y el Supremo para poder imponer a sus anchas un clima de violencia nacional.

Lula ha conseguido en pocas semanas dejar en la sombra a su antecesor y paralizarle al desbaratar todos sus sueños golpistas, ya que hoy el Ejército sabe que debe seguir quieto en los cuarteles y que no podrá de nuevo gozar de las prebendas que le brindaba el capitán al que habían adoptado para entrar en el poder político.

Lula supo en pocos días tomar en manos la situación de catástrofe política y moral que asolaba al país y ha demostrado a la extrema derecha que no le teme, y así ha salvado la democracia amenazada diariamente por el extremista Bolsonaro.

Le ayudó mucho el haber formado un Gobierno con diferentes corrientes políticas, con figuras de indiscutible competencia y valor moral y político, muchas de ellas mujeres, que lo arropan y le ofrecen un valor añadido a su política. Y todo ello después de que Brasil en los últimos cuatro años había ofrecido el bochorno de contar con una serie de ministros no solo incompetentes, sino también racistas y fascistas, que ofendían a la inteligencia.

Lula también tuvo una de sus mejores intuiciones al ir enseguida a encontrarse con las comunidades indígenas amenazadas de extinción por el bolsonarismo. El presidente también ha visto que allí se estaba realizando un verdadero genocidio llamado a extinguir a aquellos pueblos para dejar a la Amazonia en manos de los grandes y pequeños explotadores.

Lula también ha dejado en evidencia que Bolsonaro no había mentido, ni hablado en paráfrasis, cuando a los pocos días de ser elegido, proclamó en una reunión en los Estados Unidos ante la flor y nata de la extrema derecha que había llegado “para “construir Brasil” y que lo haría en nombre de Dios.

Lo cierto es que Bolsonaro impulsó con fuerza la destrucción de los valores del país, entre ellos su ya solidificada democracia, bajo la excusa de proteger al país del comunismo, algo que nunca existió.

Y por si fuera poco, Lula ha trastornado todos los planes del fugitivo Bolsonaro, que se ha atrincherado en los Estados Unidos, desde donde tramaba su vuelta como jefe de la oposición para recuperar el poder perdido. Bolsonaro ha perdido el norte y está muerto de miedo de que pueda acabar en la cárcel él y su familia tras los desmanes y corrupciones que se les achacan.

Según periodistas que conocen bien los entresijos del poder, como el veterano Ricardo Noblat, el plan de Bolsonaro era volver a Brasil empuñando la bandera de jefe de la oposición, con miles de seguidores recibiéndolo y aclamándolo en el aeropuerto para volver al poder en 2028.

Ahora todo ha cambiado. Según la prensa brasileña, Bolsonaro piensa volver “como enfermo” para no poder ser arrestado al llegar. Para ello ya han movilizado a su médico de cabecera, que ha hecho saber que probablemente deberán volver a operarle por las secuelas de la cuchillada que atentó contra su vida antes de las elecciones, lo que le llevó al poder y lo convirtió en mito y agraciado de Dios que habría salvado su vida.

Estados Unidos ha empezado a abandonarlo junto a muchos de sus seguidores más estrechos. Bolsonaro no ha conseguido aún que lo reciba su viejo amigo, Donald Trump, ni que lo visiten los que hasta ayer se jactaban de su amistad y cercanía y exultaban fotografiándose con él.

Sí, Lula ha acabado dejando a su antecesor desnudo hasta ante sus más fieles seguidores. Y si vuelve a Brasil, su llegada será melancólica y simbólica, la del perdedor frente al político al que él más detestaba. Y si era poco, sin poder ya contar ni confiar en lo que llamaba “mi Ejército”.

Si Bolsonaro vuelve, podrá ver con sus ojos que el nuevo Brasil ya no es el que él había soñado: el de la violencia, las armas, los sueños dictatoriales y la vuelta a los tiempos sombríos de la dictadura con sus ejecuciones y torturas que él tanto alaba y exalta. Brasil, según los sondeos, sigue apostando masivamente en la democracia.

Brasil ha iniciado su camino de vuelta a la esperanza de días mejores con sueños de que nadie vuelva a pasar hambre, de que los indígenas puedan seguir vigilando y protegiendo el paraíso de la Amazonia y ser respetados en su dignidad, que los militares recuperen el papel que les impone la Constitución y que el odio inyectado por la extrema derecha vaya disipándose para volver a convivir sin miedos y sin desgarros.

La tarea no es fácil, pero Lula, que ya ha anunciado que tras este Gobierno dejará la política, no va a cejar hasta que Brasil no disipe la pesadilla del apagón democrático al que lo había castigado una extrema derecha con olor a rancio y que no rima con los mejores anhelos de un pueblo que, con todas sus sombras y pecados, nunca ha renunciado a sus anhelos de felicidad y de paz.

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