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COLUMNA
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La energía del futuro

Una fuente energética limpia, barata e inagotable parece un sueño, pero ya no cabe duda de que se hará realidad

Instalaciones del Laboratorio Lawrence Livermore de California, donde se investiga la fusión nuclear.
Instalaciones del Laboratorio Lawrence Livermore de California, donde se investiga la fusión nuclear.HANDOUT (AFP)
Javier Sampedro

Las estimulantes noticias que nos llegan del Laboratorio Lawrence Livermore de California me han traído a la mente enseguida los augurios futuristas de algunos de los físicos más profundos e imaginativos del mundo. Los investigadores norteamericanos han marcado un hito en el desarrollo de la energía de fusión, la otra energía nuclear, la que ni emite CO₂ ni genera residuos radiactivos de larguísima duración que complicarán la vida de las generaciones que habrán de venir por los siglos de los siglos. El experimento del Livermore está muy lejos de sus aplicaciones industriales, pero despeja un obstáculo fundamental al demostrar que la fusión de dos átomos de hidrógeno en uno de helio puede generar más energía de la que requiere. Esto quiere decir que la energía de fusión no va a llegar a corto plazo, pero sí a medio. Una energía limpia, barata e inagotable parece un sueño, pero ya no cabe duda de que se hará realidad.

¿Y eso será todo? ¿La fusión nuclear será la energía del futuro y ahí se acaba la historia? Eso es poco probable. Como la fusión del hidrógeno en helio es justo la reacción nuclear que hace brillar al Sol, este tipo de proceso se describe a veces como una domesticación del secreto más íntimo de nuestra estrella, como si trajéramos al planeta una versión miniaturizada de nuestro astro. Es una imagen correcta e inspiradora, pero que nos revela en segunda lectura cuál es realmente la gran fuente de energía que nos alimenta, que no es otra que el Sol mismo. Como dijo Albert Einstein, la imaginación alcanza más allá que el conocimiento, así que dejémosla volar.

El físico ruso Nikolái Kardashov, que dirigió el Instituto de Investigación Espacial de la Academia de Ciencias de su país y murió unos meses antes de la pandemia, clasificó el grado de desarrollo de una civilización en tres tipos de ambición creciente. Una civilización de tipo I, según esta escala, es la que utiliza los recursos energéticos de todo su planeta. Esto comprende todas las fuentes de energía que utilizamos en la actualidad y también las que pretendemos usar a medio plazo, como la fusión nuclear. Los recursos de un planeta son suficientes, en teoría, para obrar prodigios como controlar el clima, cultivar los océanos y explorar todo su sistema solar. Nosotros no hacemos eso porque todavía no llegamos ni al tipo I. Andaremos más bien por el tipo 0,6 o cosa similar. La energía de fusión tendrá aquí un papel muy importante.

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Pero tarde o temprano habrá que volver de nuevo la vista al Sol. Ni aunque convirtiéramos la Tierra entera en una central de fusión nuclear podríamos alcanzar ni una minúscula fracción de la energía que produce el Sol en un solo día. De ahí que una civilización de tipo II, siempre en la escala de Kardashov, sea la que aprovecha toda la energía de su sol. No solo la que tiene a bien caer sobre el planeta, sino toda, con grandes despliegues como la esfera de Dyson, un enjambre de satélites que rodearía por completo la estrella para chupar toda su energía. Por último, el tipo III sería una civilización galáctica del tipo Star Wars. Volveremos al Sol tarde o temprano.

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