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Columna
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Putin y las formas de morir de un dictador

Es hoy aún más vital que ayer que Europa y Estados Unidos pongan toda la carne en el asador para frenarle

Anexiones Rusia Ucrania
El presidente ruso, Vladímir Putin, rodeado, de izquierda a derecha, por Vladimir Saldo (Jersón), Yevgeni Balitski (Zaporiyia), Denis Pushilin (Donetsk) y Leonid Pasechnik (Lugansk) los líderes de las cuatro regiones anexionadas por Rusia este viernes en una ceremonia en Moscú.Grigory Sysoyev (AP)
Berna González Harbour

Hasta los dictadores deberían saber que pueden sobrevivir más fácilmente cuando no se ponen en peligro a sí mismos con ambiciones que exceden su poder real. Que miren a Hitler o Mussolini, cuyo último aliento coincidió con su derrota. Otros murieron por enfermedad y en la cama, como Stalin, pero en tiempos donde las cámaras de televisión, las redes y la prensa de todo el mundo no tenían capacidad de enfocar la desbandada de rusos que hoy estamos contemplando para no participar en su desquicie.

En los próximos días veremos un contraste interesante entre los dos autócratas más famosos en vigor: se acerca el congreso del Partido Comunista Chino, que entronizará a Xi Jinping para un tercer mandato, y podremos evaluar las siete diferencias entre él y Putin. China se lanza a la conquista espacial mientras Rusia quiere devorar al vecino. China sube al podio tecnológico, donde Rusia no está ni se la espera. China ha priorizado las relaciones económicas con Occidente, la expansión comercial con países en desarrollo y el propio crecimiento de su clase media con una fórmula que puede resumirse en tres palabras: consumo, consumo y consumo. Su capacidad de proveer al exterior de productos y su ambición actual de mejorar su calidad están por encima de todo. En su escala de prioridades la ideología es férrea, está atada en el interior como herramienta de control, pero aparcada convenientemente en lo que toca al capitalismo de facto que la ha convertido en gigantesca potencia. Tiene hoy un PIB de 14,7 billones de dólares, el triple que en 2010. Dificilísimo encontrar un crecimiento semejante. Y es que China está a lo que está.

En el mismo tiempo, Putin ha puesto el peso en la ideología frente a la economía. Lejos del comunismo que quedó desbancado, pero que este presidente ha mamado en su vertiente más siniestra en el KGB, ha anclado el destino ruso a un nacionalismo recurrente desde los zares que le ha llevado a su deriva expansionista, extemporánea en la Europa del siglo XXI. Ideología, por encima de economía. Y economía, sometida a su poder gracias a los oligarcas. El PIB de la Rusia de Putin ha pasado de 1,2 billones de dólares a 1,5 en la última década, mediocre aumento en un país con las materias primas, riqueza natural y formación que le acompaña.

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Putin es el portador de un gigantesco fracaso. Económico e ideológico. Su deriva le lleva hoy a zamparse varias regiones de Ucrania como hizo Hitler en el continente. El miedo cunde en otras antiguas repúblicas soviéticas que se vieron abandonadas por Occidente cuando cayó el telón de acero y quedaron atrapadas. Por ello es hoy aún más vital que ayer que Europa y EE UU pongan toda la carne en el asador para frenarle. Para que muera en la cama y no en un búnker.

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Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.

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