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Columna
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Apoyar las protestas de Irán

Las democracias occidentales están acosadas por el desánimo interno, pero no deberían dejar de atender las demandas de libertad de quienes no tienen las mínimas condiciones de dignidad

Manifestación de protesta por la muerte de Mahsa Amini, el 24 de septiembre, frente a la sede en Erbil de la misión de la ONU en Irak.
Manifestación de protesta por la muerte de Mahsa Amini, el 24 de septiembre, frente a la sede en Erbil de la misión de la ONU en Irak.AZAD LASHKARI (REUTERS)
David Trueba

Hubo un cierto malestar, de corto recorrido, al saberse que la nueva redacción de la Ley de Memoria Democrática pretendía reconocer a los torturados y las víctimas de la violencia policial durante los primeros años de la democracia, hasta que con su consolidación se logró que las instituciones funcionaran de manera más transparente y rigurosa. Esta línea temporal ofendía a algunos. Sin embargo, es evidente que, aun después de la aprobación de la Constitución, persistían comportamientos profundamente dictatoriales, en especial cuando el ojo público estaba cegado. Conviene no olvidarlo cuando miramos a los países que ahora emprenden un camino de lenta transición desde la dictadura a la democracia, porque en ellos volvemos a observar la increíble resistencia del poder a ceder el sitio. Aún está reciente la valiente protesta en Bielorrusia, Nicaragua o Birmania, sofocada por sus autoridades dictatoriales. En el nuevo tablero internacional, los regímenes más salvajes han encontrado una comodidad de manejo absoluta. Es la misma inconsistencia que nos llevó a pensar que Putin podría ser un interlocutor digno. Y en la versión más sutil, la que nos condena a amparar a China por su potencia económica, sin atender al grito desesperado de los que reclaman libertad desde el interior.

Cada cierto tiempo este latido de transición democrática salpica a las dictaduras árabes y, muy en especial, a Irán. Tras las protestas por el fraude electoral vino la represión. Luego llegó la revuelta por la subida del precio de la gasolina. Y ahora, las reivindicaciones contra la Policía de la Moral, tras la muerte de una joven en dependencias policiales, cuyo único delito era no llevar correctamente puesto el velo. Es muy posible que las protestas, que ya han causado más de 40 muertos, sean reprimidas por el método habitual. Infiltraciones, descabezamiento de los más significados, tortura y amedrentamiento general. La pregunta es si con cada estallido se suma una fuerza sumergida de contestación y se añade al deterioro de estos regímenes un gramo más de podredumbre. O quizá no, quizá todo se olvida y disipa por la dinámica de solo vivir el presente en que nos manejamos. Hay países que funcionan como una olla a presión, en la que al dejar salir al exilio una parte de quienes ya no aguantan más se logra apaciguar a quienes no tienen otro remedio que quedarse adentro.

La pregunta es si las primaveras árabes dejaron el rescoldo de una transición larvada en las entrañas de esos países. El deprimente fracaso en todos ellos de las aspiraciones de las generaciones más jóvenes no sabemos si las ha conducido a un fatalismo pasivo, donde la aceptación es la única receta, al estilo de Afganistán tras la penosa retirada. Podría ocurrir que bajo la bota autoritaria se encuentre vivo el hormiguero de resistencia. Podría ocurrir. Asistiríamos entonces a la reversión del triste panorama de la última década, en el que se han multiplicado los golpes militares, las victorias de los represores y la perpetuación de los autoritarismos. Las democracias occidentales están acosadas por el desánimo interno, pero no deberían dejar de atender a la demanda de libertad de quienes no tienen las mínimas condiciones de dignidad. La presión migratoria, baza electoral de los ultras europeos, no va a parar de aumentar mientras no culminen estas transiciones silenciosas y casi invisibles.

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