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Columna
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Incontinencia en el funeral

Si las cámaras hubieran podido husmear a estos personajes por dentro, sin duda habrían descubierto muchas sondas, botellas y pañales absorbentes entre las piernas de los asistentes en la abadía de Westminster

Vista del funeral por Isabel II de Inglaterra en la abadía de Westminster, el pasado 19 de septiembre.
Vista del funeral por Isabel II de Inglaterra en la abadía de Westminster, el pasado 19 de septiembre.Jack Hill (AP)
Manuel Vicent

En el fastuoso e interminable funeral de Estado por el alma de la reina Isabel II de Inglaterra, pese a que el espectáculo estuvo medido y controlado hasta el más mínimo detalle, allí en la Abadía de Westminster se produjo una doble incontinencia, una urinaria y otra verbal. Durante la ceremonia, la televisión no dejó de apacentarse de forma muy golosa sobre los rostros aparentemente compungidos de la familia real británica, sobre los uniformes llenos de galones, condecoraciones y medallas, sobre los chaqués, pamelas y trajes oscuros de los 2.000 invitados entre los que había reyes, jefes de Estado y de Gobierno de medio planeta, pero si las cámaras hubieran podido husmear a estos personajes por dentro, sin duda habrían descubierto muchas sondas, botellas y pañales absorbentes entre las piernas de tan altos dignatarios. De hecho, mientras desde el altar el arzobispo de Canterbury invocaba al coro de ángeles para que se llevaran al cielo el alma de la finada y prometía la vida eterna a todos los asistentes, puede que algunos de aquellos jerarcas hubieran dejado con gusto a un lado la inmortalidad, a cambio de tener en ese momento su vejiga controlada. Pero esta incontinencia no era nada frente a la del propio arzobispo de Canterbury, quien cernido por la luz que provenía de los vitrales y revestido con los ornamentos sagrados desafiaba a la base de la ciencia afirmando sin pestañear que un día vamos a salir de la tumba para ser juzgados en el juicio final en el valle de Josafat. Cuando el telescopio James Webb está sacando las primeras entrañas del universo desde el fondo de más de 12.000 millones de años, venir a decirnos con toda solemnidad que tenemos que rogar a Dios el perdón de nuestros pecados sin aludir a las múltiples tropelías que cometió el imperio británico en vida de esta reina es lo que se llama irse de la lengua por tenerla muy larga.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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