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COLUMNA
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Yolanda Díaz y las barricadas

La anunciada movilización sindical supone una retroalimentación entre CC OO, UGT y la vicepresidenta segunda. Los sindicatos no se habían visto en otra igual desde que ella forma parte del Gobierno

Yolanda Diaz
Yolanda Díaz comparece ante la prensa tras una reunión con responsables de la Asamblea Ciudadana por el Clima, en la sede de su ministerio en Madrid.ALBERTO ORTEGA (Europa Press)
Estefanía Molina

Yolanda Díaz ha encontrado una ventana electoral alineándose con las movilizaciones que los sindicatos preparan para este otoño. Quizás le esté haciendo un favor al Gobierno, pues la última vez que algunos camioneros protestaron, el PSOE sugirió sin rubor que detrás estaba “la ultraderecha”. De empatía verbal no ha ido sobrada La Moncloa, y si la calle se calienta, la izquierda puede constatar la pérdida del pulso de la “gente”, como avisan las encuestas. Aunque las buenas intenciones corren el riesgo de ser pan para hoy y hambre para mañana, por insostenibles.

En esencia, porque es un grito el malestar transversal que se cuece en España. El Banco Central Europeo apuesta por seguir subiendo los tipos de interés para contener una inflación por las nubes. Muchas familias sufrirán el encarecimiento de sus hipotecas, mientras que algunos empresarios dudarán entre despedir a trabajadores o continuar elevando los precios. El descontento redobla entre tanta precariedad y unos sueldos comidos por la espiral inflacionaria.

Aparecerán entonces por Europa los salvadores de la patria, rifándose el enfado colectivo. En España, el mayor motor de activismo suele ser de izquierdas. Por eso, si gobernara el PP, las protestas tal vez llevarían semanas en marcha. Gracias a su falta de músculo social, nuestra ultraderecha no ha logrado hasta ahora agitar la rabia callejera. La alerta ya está presente en otros países, como Alemania. Alberto Núñez Feijóo, a lo sumo, podrá esperar a que el Gobierno acuse el desgaste inflacionista.

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Díaz emerge en medio de ese caldo de cultivo como el alma activista del Ejecutivo, lo que recuerda al más puro estilo de Pablo Iglesias cuando era vicepresidente: unos días en el Gobierno; otros, apremiando a la patronal con intención de capitalizar el malestar ciudadano. Una parte de la izquierda alternativa se resiste a fundirse en lo institucional, y desempolvará su alma combativa para no perder sentido a las puertas de unas elecciones. Sumar ansía cotizar al alza, esperando quizás que Podemos se desespere y acepte al final difuminar su marca.

Por eso, la movilización sindical supone una retroalimentación entre CC OO, UGT y la vicepresidenta segunda. Los sindicatos no se habían visto en otra igual desde que ella forma parte del Gobierno. De su papel casi testimonial en la vida política de los últimos años, de su desconexión con los jóvenes que no sabían ni para qué sirve un sindicato, las centrales han pasado a ponerse la chapa de los logros de Díaz. El problema es que se empiece a ver como una nueva fricción con Nadia Calviño, aunque el Gobierno no lo asuma y diga que el debate depende de los agentes sociales.

Es así porque Economía hace suyo el compromiso de subir el salario mínimo al 60% del sueldo medio para 2023, y el pacto de rentas: contención de beneficios empresariales y moderación salarial. En cambio, Trabajo parece inclinarse por un salario mínimo superior, mientras saluda las movilizaciones que exigirán subidas salariales generalizadas y cláusulas de revisión de sueldos conforme a la inflación. Ya se han pactado subidas moderadas en algunos convenios. Pero el pánico que muestran algunos economistas es que medidas muy ambiciosas deriven en una espiral inflacionaria. O que las pymes no puedan asumirlas.

En consecuencia, el Ejecutivo tendrá un problema si, de todo este jaleo, de este clima maniqueo, no puede vender un triunfo de los trabajadores, con el mantenimiento de su nivel de vida, o la paz entre los agentes sociales. Pedro Sánchez ha nutrido el mantra de “que lo paguen los ricos” con el anuncio de subidas de impuestos a la banca y las eléctricas. Y, tras buscar en los despachos internacionales mejoras para las familias españolas y gastar miles de euros en ayudas y bonificaciones, el relato social no se lo empañaría un líder de derechas.

Así pues, la verdadera prueba para la izquierda será conjugar la empatía con el realismo económico para que no suba la inflación. Y ya lo avisó Mariano Rajoy en un debate con Iglesias, allá por 2016: si la “gente” sigue protestando mientras gobiernan los políticos de la “gente”, entonces es que no se siente representada por ellos. Aunque la mesura es una virtud antes de ponerse a saludar cualquier causa, por aplausos que uno se lleve. Si llega la frustración, por mucha piel que se tenga, los votos pueden ir a la oposición, al de enfrente, sin que este sepa ni lo que es una barricada.

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Sobre la firma

Estefanía Molina
Politóloga y periodista por la Universidad Pompeu Fabra. Es autora del libro 'El berrinche político: los años que sacudieron la democracia española 2015-2020' (Destino). Es analista en EL PAÍS y el programa 'Hoy por Hoy' de la Cadena SER.

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