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columna
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Te vas a enterar

Por más que el lector cabal haya decidido ignorar determinados campos de lucha que se desatan en las redes sociales, ahí le llegan envueltos con rango de interés general

Una mujer sentada frente a su ordenador.
Una mujer sentada frente a su ordenador.
David Trueba

Te vas enterar expresaba una amenaza latente. Tarde o temprano te alcanzará el castigo. Ahora ha cobrado otra significación. Hace referencia a la persecución que sufre el inocente ciudadano, según la cual tiene que enterarse de anécdotas y sucesos en la Red que voluntariamente había elegido ignorar. Se empieza a parecer al fútbol y a la meteorología. Quien se resista a la conversión en noticia del hecho de que en verano haga calor y en invierno frío está aviado. Los sucesos futbolísticos funcionan igual; todos los esfuerzos por vivir al margen de ellos son inútiles. Te tienes que enterar. Hace años, la información del cotilleo también se filtró como material obligatorio y el resultado fue demoledor. Al principio, lo hizo de manera lateral, cosas de la tele en horas bajas, alguna página reservada en los medios, un espacio acríticamente recauchutado en el que cabía informar de noviazgos, operaciones estéticas, caprichos adquisitivos o incluso disgustos con mascotas. Hasta que percibimos que si un famoso estornudaba en las Bahamas nosotros nos enterábamos quisiéramos o no. La faena estaba hecha. Unas décadas después, la información rosa se ha comido el pastel e incluso en el tratamiento del resto de las noticias, algunas fundamentales, hay un deje del uso del cotilleo, la rumorología, la ingeniosidad sin fondo. Para comprobarlo basta analizar cómo las tertulias sensacionalistas son hoy la única forma posible de tertulia.

La primera señal de que las redes sociales iban a destrozar la jerarquía informativa, por la cual lo importante era prioritario a lo accesorio, llegó también desde el fútbol. En lugar de nutrirse de información extraída por profesionales activos en torno al vestuario, el campo y los despachos, las cuentas personales de los futbolistas surtieron a los medios de declaraciones, fotos y mensajes cuya fabricación no se cuestionaba. El móvil era un despacho de representación aceptado por todos. La eclosión incontrolada de la mensajería de parte se consideró apta para ser publicada en medios y entonces llegó la consecuencia. Alcanzó la presidencia de los Estados Unidos un tuitero que dispara desde su retiro en Florida sin afrontar rueda de prensa, entrevistador o intermediario profesional con reparos.

Este daño autoinfligido del periodismo a sí mismo responde a una línea de ahorro y precarización laboral ciertamente imparable. Si me lo dan hecho, puedo permitirme reducir plantilla, publicar novedades de inmediato y renunciar a la intermediación con el consumidor. Así, somos meras carreteras paralelas a la autopista virtual de las grandes multinacionales de la comunicación. Ahora resulta indispensable dar cuenta de las trifulcas que se producen en los foros de internautas, esas peleítas entre bobas e histéricas y, en la mayoría de los casos, intrascendentes. Algo así como transcribir las chorradas que causan disputa en el bar Paco cada jornada. Por más que el lector cabal haya decidido ignorar esos campos de lucha porque son dañinos para su vida cotidiana, ahí le llegan envueltos con rango de interés general. Como si una voz invisible le gritara: hagas lo que hagas, te vas a enterar. No hay manera de escapar a esa crispación de cartón piedra, anónima, visceral y viscosa. Sabíamos que la imbecilidad era infinita; lo que ignorábamos es que llegaría a ser obligatoria.

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