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tribuna
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Sumar gente o sumar partidos

En un contexto de desafección hacia las siglas, el proyecto de Yolanda Díaz tendrá más posibilidades cuanto más escuche a la ciudadanía, porque debe acumular capital político antes de pensar en la marca electoral

Sumar gente o sumar partidos. Ignacio Sánchez Cuenca
EDUARDO ESTRADA

Hay un gran revuelo en torno a los planes políticos de Yolanda Díaz, la vicepresidenta segunda del Gobierno. Ella ha cultivado el misterio obstinadamente, controlando los tiempos y resistiendo la presión ambiental para que aclare de una vez qué es lo quiere hacer y cómo va a hacerlo.

La tarea que tiene por delante es difícil: resucitar a un movimiento amplio situado a la izquierda del PSOE e ir más allá de él con un programa inclusivo que le permita traspasar las barreras que dividen a los diversos grupos ideológicos que componen la sociedad. Del éxito que tenga esta operación depende en buena medida que el proyecto progresista de cambio sume de nuevo una mayoría suficiente para seguir gobernando. En tiempos de fragmentación e inestabilidad, resulta poco probable que el PSOE pueda conseguir por sí solo votos suficientes para gobernar. Únicamente mediante el entendimiento entre varios proyectos progresistas se alcanzarán los apoyos necesarios.

El proyecto de Díaz tendrá muchas dificultades si lo confía todo al temor que produce la expectativa de un Ejecutivo compartido entre el Partido Popular y Vox. La vicepresidenta segunda necesita encontrar un registro propio e ilusionante. No puede regresar al pasado, a 2014, ni puede ser fiel al proyecto original de Podemos. No se trata ni de ensayar un segundo asalto a los cielos ni de explorar una nueva hipótesis populista. Probablemente, Díaz encontrará la inspiración en su propia hoja de servicios al frente del Ministerio de Trabajo, muy bien valorada por la ciudadanía: los ERTE para hacer frente al shock de la pandemia, la reforma laboral, la subida del salario mínimo, el diálogo social.

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Todo parece indicar que habrá una menor densidad ideológica que en Podemos y que las prioridades se fijarán en asuntos que tienen un impacto directo y perceptible en la vida de la gente. Un proyecto centrado en las políticas públicas, basado en el cuidado y la protección de los ciudadanos en medio de fuertes incertidumbres económicas y una sucesión de crisis inesperadas (la covid-19, la guerra de Rusia contra Ucrania).

El elemento más polémico es la articulación de su proyecto político. ¿Cómo va a montar la operación? Aunque de momento no haya respuesta a esta pregunta, sí cabe descartar algunas opciones. Basándonos en los pocos indicios con los que contamos, parece claro, por lo que la propia Díaz ha dicho, que no quiere ser simplemente el rostro visible de un partido político, ni tampoco aspirar a forjar una alianza entre partidos en una especie de frente amplio de izquierdas.

Como cabía esperar, los partidos existentes se han puesto nerviosos. De forma más o menos explícita, oponen la solidez de la organización al personalismo de la posible candidata. Y recuerdan que el hecho de que sea muy popular y tenga una valoración extraordinaria en las encuestas no sirve de mucho si no hay un partido detrás. El mensaje subyacente no admite dudas: sin organización, no se ganan elecciones; sin cuadros locales, no se consolida un proyecto.

No es mi intención desdeñar en absoluto la importancia de la organización en política, pero es importante recordar que el momento presente viene marcado por una desconfianza muy profunda en los partidos. Creo que ya lo he escrito en alguna ocasión en estas mismas páginas: menos del 10% de los españoles confían en los partidos políticos. La imagen de los partidos está muy dañada en general, pero especialmente en los países latinoeuropeos: no es por casualidad que todas las nuevas formaciones políticas creadas a lo largo de la última década en esos países hayan renunciado a utilizar el término partido en el nombre: se llaman, más bien, Podemos, Ciudadanos, Vox, En Marcha!, Francia Insumisa, Chega!, Movimiento 5 Estrellas, Hermanos de Italia, etcétera.

Atravesamos una crisis de los agentes tradicionales de intermediación, no sólo en la política, sino también en muchas otras esferas de la vida, de la economía a la cultura. La función prescriptiva que desempeñan los bancos en asuntos financieros, los medios de comunicación en el debate público, los críticos en el mundo cultural, o los partidos en la política, está seriamente cuestionada. Son muchos los ciudadanos que no quieren que organizaciones verticales y jerárquicas les digan lo que tienen que hacer, decir o pensar. Si nos fijamos en nuestras democracias, la queja más recurrente es que los políticos van a lo suyo, que no tienen suficientemente en cuenta las opiniones de la gente. Los partidos se perciben como organizaciones burocratizadas, pobladas por tipos sin otra trayectoria profesional que la política, vulnerables a las presiones de los poderosos y poco permeables a las demandas ciudadanas. De ahí que tanta gente se resista a votar a los partidos tradicionales y busque otras opciones.

No es momento de entrar en la cuestión de si la crítica a los partidos es justa o excesiva. El hecho es que hay una desafección profunda con respecto a todo lo relativo a los partidos tradicionales, desafección que, por cierto, también alcanza a partidos jóvenes que se presentaron como alternativa, pero que, en muy poco tiempo, han reproducido todos los vicios sectarios de las organizaciones tradicionales.

En ese contexto, una renovación de liderazgo en un partido o una confluencia entre partidos ya existentes no es suficiente para restablecer la confianza con el electorado. De ahí que Díaz, a la vista de esta situación política, esté pensando en algo distinto. Parece consciente de que no puede presentarse ante la ciudadanía como una componedora entre intereses partidistas varios. Ha de construir su liderazgo sobre bases distintas, pensando primero en los ciudadanos y luego en los partidos, de manera que acumule el capital político suficiente para que, cuando llegue el momento de la verdad (las listas, la financiación, las campañas), lo que más convenga a los partidos existentes sea sumarse a un movimiento que ya esté en marcha.

Yolanda Díaz quiere presentarse ante la ciudadanía antes de tomar decisiones organizativas. Ha declarado que aspira a recorrer el país para encontrarse con la sociedad civil y prestar atención a sus principales preocupaciones. Cuanto más lejos vaya en este proyecto, no sólo mayores posibilidades tendrá de construir un programa ambicioso y atractivo para amplias capas de la sociedad, sino que también acumulará mayor fuerza política frente a partidos con una popularidad declinante.

No es esta la forma ortodoxa de hacer las cosas, sin duda, pero precisamente por ello quizá Díaz encuentre una vía para recuperar cierta ilusión política. Los partidos a la izquierda del PSOE tendrán que resistir la tentación de apropiarse del proyecto o reconvertirlo en un proyecto partidista. Veremos si se comportan con responsabilidad o sucumben a la antropofagia clásica del izquierdismo. Han de entender, ante todo, y por muy injusto que les parezca, que de lo que se trata es de sumar gente y que la suma de partidos es sólo un instrumento secundario para este objetivo.

Cuando tan pocos ciudadanos confían en los partidos, del signo que sean, hay que encontrar formas nuevas para restablecer la confianza entre representantes y representados. Empezar escuchando a la gente puede ser una buena idea.

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