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Tribuna
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Regionalismo es como leches se llama

La izquierda puede perder el Gobierno si no entiende la necesidad ciudadana de palpar el arraigo de sus representantes a través de un sentimiento de pertenencia local o cercanía

Una joven con una bandera de León atada a su cuello vota en el colegio electoral de Cistierna (León).
Una joven con una bandera de León atada a su cuello vota en el colegio electoral de Cistierna (León).J.CASARES (EFE)
Estefanía Molina

La izquierda perderá La Moncloa si no entiende que el regionalismo es “como leches se llama” la clave del ciclo que determinará el reparto de poder en España desde los comicios andaluces de junio. Es decir, la necesidad ciudadana de sentir la política cerca del territorio, de palpar el arraigo de sus representantes, a través de un sentimiento de pertenencia local o cercanía. Y es el Partido Popular, paradójicamente, el que tiene ahora un flanco regional más robusto, frente a una izquierda que puede perder fuelle, dando una imagen demasiado centralista.

Sirva como metáfora el patinazo de la coalición Por Andalucía, al llegar tarde al registro de Podemos junto a Más País e Izquierda Unida. El que debería ser un problema doméstico, sobre las opciones de ese espacio en la autonomía más poblada, se ha elevado ya a una suerte de disputa nacional por el poder. Es decir, el recelo que Pablo Iglesias no evita dejar caer sobre la futura candidatura de Yolanda Díaz, quizás por el temor de Podemos a perder influencia política a futuro.

Ciertas luchas alejan del nervio regional, en una sensación de que la política se le escapa al ciudadano por arriba mientras se vacía lo local de sentido. Es decir, los líos de los partidos ahogan la idiosincrasia, intereses y proyectos del lugar. Ello explica la revolución neocantonalista que vive el Congreso, con más formaciones de corte nacionalista, regionalista e independentista que nunca. Es la protesta contra el agotamiento de estos años ante una imagen de irrealidad, donde lo regional es la excusa o el segundo plano de la partida de ajedrez estatal.

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Esa cosmovisión centralista del poder revienta asimismo las posibilidades electorales del PSOE y Unidas Podemos, al impedirles construir alternativas de base a partidos que, en teoría, sí tienen sensibilidad descentralizadora. Se vio en las elecciones de la Comunidad de Madrid, donde socialistas y podemistas quedaron fuera de juego, en una percepción de que su campaña venía dictada desde La Moncloa. En cambio, triunfaron, a izquierda y derecha, los dos proyectos regionalistas: la derecha cañí de Isabel Díaz Ayuso, y Más Madrid, la izquierda del lugar.

A todo ello se suma el factor orgánico propio de cada partido que, si es del tipo más jerárquico, no facilita la capilarización sobre el terreno. En el caso de Podemos, Iglesias fue perdiendo varias de las iniciales confluencias que nutrían su espíritu plurinacional, dejando una organización basada en el ordeno y mando. Dicho declive explica, en parte, el crecimiento de opciones como ERC o Bildu, habiendo asumido que la alternativa podemista sirvió durante un tiempo para seducir al votante nacionalista.

A su vez, el presidencialismo de Pedro Sánchez también suponía un riesgo de cara a las municipales y autonómicas, pieza clave del castillo de naipes para decantar las generales en 2023. Tras ganar las primarias de 2018, configuró un PSOE de la militancia que laminaba el poder del comité federal, restando voz y visibilidad a sus combativas baronías. Aunque Sánchez devolvió protagonismo a sus barones en el congreso del pasado verano, el problema es que varios de ellos han sido renovados y sus perfiles son aún menos conocidos.

Sin embargo, la izquierda no podrá seguir mirándose el ombligo, ahora que Alberto Núñez Feijóo es líder de un PP que se ha convertido en una suerte de reino de taifas con capacidad de profunda penetración territorial. Es decir, una derecha capaz de combinar la lucha patriotera frente a Vox a escala nacional, mientras hace discursos regionales en sus comunidades. Ello va desde el ruralismo galleguista de Feijóo, hasta el madridcentrismo de Ayuso, pasando por el andalucismo de Juan Manuel Moreno Bonilla, al estilo del PSOE más federal.

Asimismo, Feijóo también se ha encargado de promocionar la idea de un partido donde lo periférico esté por encima del centralismo estatal, intentando diluir a la baronesa Ayuso en el último conclave popular, a base de dar más poder a la sección andaluza. La salida de Pablo Casado favorece esa idea de una derecha multipolar, con un líder estatal no criado en las faldas del PP madrileño. Es el regreso a una visión de España más plural, reforzado por la desaparición progresiva de un competidor tan jacobino como fue Ciudadanos.

Por su parte, Vox se ha especializado en apelar en algunas zonas al voto de colectivos que se sienten abandonados para contrarrestar su discurso estatal más nacionalista español, como hizo en Castilla y León, argumentando ciertas tesis parecidas a las de las candidaturas de la España vaciada.

En consecuencia, el reto de Yolanda Díaz pasa por revitalizar el componente federalista de su candidatura, asumidos los trasvases de voto que la izquierda sufre a formaciones nacionalistas o provinciales. Sólo con un tándem donde la izquierda alternativa y el PSOE estén fuertes podrá sobrevivir ante la polarización del tablero político. Y ello empieza por alejar el politiqueo de las tertulias y los cuarteles generales con sede en Madrid. Así que, en respuesta a las palabras de Pablo Iglesias en Hora 25, regionalismo es como leches se llama.

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Sobre la firma

Estefanía Molina
Politóloga y periodista por la Universidad Pompeu Fabra. Es autora del libro 'El berrinche político: los años que sacudieron la democracia española 2015-2020' (Destino). Es analista en EL PAÍS y el programa 'Hoy por Hoy' de la Cadena SER.

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