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anatomía de Twitter
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El otro funeral de Almudena

El discurso de menosprecio a las redes sociales tacha el duelo colectivo de frívolo y perfomativo. No lo es

almudena grandes RAE opinion
Una persona con un libro de Almudena Grandes durante su entierro, el lunes en el cementerio de La Almudena.Jesús Hellín (Europa Press)

Estaba yo el sábado tan tranquila silenciando perfiles en Instagram, como es habitual. Ya había digerido la noticia, estaba triste y el feed me parecía un buen lugar para evadirme con mi propio algoritmo trucado para darme solo lo que le pido: una anestesia mental de frituras indias en enormes ollas —hay pocas cosas más gozosas— y vídeos del American Ballet. Lugar feliz. Encontré, sin embargo, todo tipo de fotos de ella. Almudena Grandes con sus dientes bellísimos, su pelo de Medusa, su voz (ay su voz. Recuerdo cuando A. y yo decidimos fumar negro solamente para tener su voz).

Justo con A. había hablado hacía un momento. “Me ha llamado mi madre llorando”, me dijo. No me he atrevido a contárselo a la mía, le respondí yo, mi madre con su duelo personal. Mi madre, justo a quien le robé Lulú. Seguía el feed lleno de imágenes de Almudena Grandes, y de sus libros: la portada de Los aires difíciles, la foto de Inés Sastre de García Alix que es la cubierta de Tusquets de Las edades de Lulú —aunque prefiero la original de La Sonrisa Vertical—. Ramón Lobo pidió que la gente subiera fotos con sus libros, se llenó Twitter.

Todo el mundo tenía una historia personal con Almudena Grandes (con Almudena). La complicidad que se crea al leer una escritura como la suya. Primero se publicaron en medios y en redes los homenajes de sus amigos, de los escritores, de los periodistas, pero después comenzó a abrirse camino el luto colectivo: Twitter e Instagram eran un foro de historias personales. Una foto con ella en un coloquio, una foto de un recorte del periódico, una foto de su libro en una mesilla. Muchísima gente anónima iba compartiendo su relación de intimidad con la escritora. Algunos tuits son bellísimos, como el recuerdo de Raquel Lainde:

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Un día hace muchos años en la calle Fuencarral, con mi hija mediana:

—Malena, ¿recuerdas cuando me preguntaste qué quería decir “trascender”?—

—Sí, no me lo supiste explicar.

—¿Ves esa señora? Se llama Almudena Grandes. Es escritora. Tú te llamas así por ella. Eso es trascender.

Desde el discurso que menosprecia lo que sucede en las redes sociales suele verse esta colectividad como postureo, frivolidad. Llaman a este homenaje virtual duelo performativo. Así lo acuñó la periodista Camilla Long tras la muerte de David Bowie, asumiendo que no había sentimiento real en los posts en redes que recordaban al músico.

Sin embargo, muchas otras voces, muy especialmente después de la pandemia, cuando no se pudieron celebrar funerales, enmarcan este duelo virtual entre los rituales que ayudan a la comunidad porque sirven de guía para exteriorizar la pena. “Puede ser un hashtag, pero también un funeral”, explican en The Atlantic en un artículo que analiza este luto colectivo en redes. De hecho, ¿qué es un funeral más que un ritual de socialización pública de la pena?

El lunes fue el funeral en el cementerio civil de Madrid. Hubo de nuevo tuits bonitos y emocionantes, fragmentos del entierro que los usuarios compartían haciéndolos suyos. Se publicaron muchos más recuerdos, el pregón de Madrid, los poemas de Luis García Montero, los textos de sus amigos, las columnas preferidas de cada uno, su última columna. Las condolencias, virtuales o no, llegaron a su destino. Así lo agradeció Luis García Montero públicamente en un tuit:

“Gracias por todo el cariño en la muerte de Almudena. Supongo que estar hundido es un modo de seguir enamorado y de empezar una nueva vida con el amor de siempre”.

En este funeral virtual que significó el consuelo, pequeño, de poder compartir una pérdida de nuestra educación sentimental, de todo lo que representaba Almudena Grandes, sonaron mucho más fuerte algunos silencios institucionales que se mantuvieron al margen de este reconocimiento colectivo. Desde entonces no se me quita un verso de Luis García Montero de la cabeza: “Con dos ojeras que valen mil silencios”.

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