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La desaparición de cinco jóvenes en Zapopan reaviva el trauma de la violencia en Jalisco

La Fiscalía asegura que está investigando, pero cinco días después de la desaparición, los familiares de las víctimas denuncian la opacidad del organismo y el silencio que rodea al caso

Los cinco jóvenes que desaparecieron la semana pasada en Zapopan, Jalisco
Los cinco jóvenes que desaparecieron la semana pasada en Zapopan (Estado de Jalisco).RR SS

Arturo Robles salió de casa, puso rumbo al trabajo y a las 7.44 de la mañana envió el último mensaje a su familia. Dijo algo inocuo, cotidiano, corriente, el tipo de mensaje que uno manda cuando no puede imaginar que está a punto de desaparecer: que iba a desayunar. Ya no leyó la respuesta, enviada 16 minutos después. Su rastro se esfumó la mañana del lunes 22 de mayo y la vida siguió su curso como si nada hubiese pasado en Jardines Vallarta, en Zapopan, Jalisco. “Ya se nos fue la semana y no sabemos nada más”, lamenta por teléfono su hermana, Beatriz Robles. Aquel día otros tres jóvenes desaparecieron en la misma colonia. Dos días antes, otro más se había esfumado sin dejar huella. Los cinco trabajaban o se dirigían al mismo lugar: un call center. Nadie sabe dónde están.

Cinco personas desaparecidas, cinco vidas en paréntesis, cinco familias que se han echado a las calles de Guadalajara este viernes para exigir, cinco días después, que aparezcan con vida. Todos los relatos son similares al de Robles: días aparentemente corrientes que se empiezan a romper con mensajes sin responder, horas de incertidumbre y, finalmente, la pesadilla de enfrentarse a una desaparición.

Robles tiene 30 años, el pelo negro y corto, piercings en las orejas, la nariz y el pecho, tatuajes en las piernas. Los hermanos Itzel Abigail (27) y Carlos David (23) Valladolid Hernández salieron juntos de casa aquella mañana del 22 de mayo al trabajo. Los dos eran asesores telefónicos en el call center. Ella tiene tatuajes en los brazos y las piernas, el pelo lacio y castaño; él, una cicatriz en el antebrazo derecho. Jesús Alfredo Salazar Ventura (37) tiene los ojos color miel y también tatuajes en los brazos. El día que desapareció iba camino del call center para una entrevista de trabajo, de acuerdo con algunas versiones.

Dos días antes, el 20 de mayo, ya había desaparecido Carlos Benjamín García Cuevas —31 años, pelo ondulado, corto y castaño, cicatriz en la frente—. Fue el primero de todos. La Fiscalía ha asegurado en un comunicado que investiga las cinco desapariciones en conjunto, ya que todas las víctimas trabajaban en el mismo lugar. Más allá de eso, la información es escasa y fragmentada. Apenas algunos apuntes que no sirven para esbozar un cuadro completo de lo que pudo pasar. El caso destaca por su opacidad en un país que ya de por sí acostumbra a esconder sus miserias bajo la alfombra.

“No tenemos nada de información. Nosotros fuimos por la zona, identificamos las cámaras que podían haber grabado algo y se lo llevamos a la Fiscalía. Siempre que vamos nos dicen: ‘Estamos ocupados’; ‘estamos saturados’; ‘tienen que esperar’. Y la verdad es que es difícil no entenderlo, porque llegas allí y las paredes de la Fiscalía están tapizadas de personas desaparecidas. Uno escucha de estas cosas en las noticias. Vivimos en un país inseguro, sabes que pasan estas cosas, pero nunca te imaginas que te pueda pasar a ti. Y esto es como pelear contra un monstruo que se hace cada vez más grande y no lo puedes parar. El Gobierno no hace nada. Es duro, pero nos mantenemos con la esperanza de encontrarlo vivo o muerto”, añade Beatriz, la hermana de Arturo Robles.

La Fiscalía, por el momento, solo dice que está investigando. En su comunicado de este jueves habla de “cateos remotos”, de “recolectar videograbaciones, testimoniales y otros indicios” en el call center; de operativos de búsqueda en los alrededores; de cámaras de vigilancia intervenidas y “personal experto en la materia” que analiza el caso. Pero nada más. Todavía no ha trascendido una hipótesis, nada que consuele a las familias de las víctimas, ningún hilo del que poder tirar para intentar entender qué pudo pasar, por qué cinco jóvenes salieron un día a trabajar y todavía no han vuelto a casa.

Jalisco es el punto más rojo del mapa de las desapariciones en México; un territorio que resalta como una úlcera entre la cartografía ya de por sí sangrante de un país que ha contado 110.742 desaparecidos desde 1962. Solo en este Estado, el que ostenta el siniestro récord, han desaparecido 14.978 personas.

Sin embargo, este nuevo caso ha conmocionado al Estado y ha traído a la memoria el recuerdo de un trauma colectivo reciente. En 2018, tres estudiantes de cine, Salomón Aceves Gastélum (25 años), Jesús Daniel Díaz (20) y Marco Ávalos (20), fueron brutalmente asesinados y disueltos en ácido por miembros del Cartel Jalisco Nueva Generación, que los confundió con integrantes de un grupo rival. Aquella tragedia permanece todavía muy fresca en la memoria de Jalisco. Las comparaciones con la desaparición de los cinco jóvenes del call center han sido inevitables, alimentadas por la opacidad y la falta de información ante un suceso difícil de comprender.

Arturo Robles es el pequeño de seis hermanos. Estudió arquitectura en la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México). Lleva poco tiempo en Jalisco y cobra apenas 3.000 pesos semanales por su trabajo en el call center. Su hermana dice que vende paquetes de vacaciones en inglés porque se le da bien el idioma. Ahora, el Estado aguanta la respiración mientras las familias de Robles y sus cuatro compañeros se manifiestan en la Glorieta de los Desaparecidos, esperando que los cinco jóvenes no se conviertan en otro número más de la estadística negra.

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