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Las cuotas de género tienen razón

De Paulina Flores al colectivo Opinión 51 pasando por Daniela Tarazona, premio Sor Juana, las mujeres toman la palabra. La llamada discriminación positiva no es más que reparación histórica

Una joven lee el libro Isla Decepción, de la autora Paulina Flores.
Una joven lee el libro Isla Decepción, de la autora Paulina Flores.Roberto Antillón
Javier Rodríguez Marcos

Las cuotas de género tienen sentido por dos razones. Una: aún son necesarias. Dos: funcionan. El próximo año la Feria del Libro de Guadalajara celebrará los 30 del Premio Sor Juana Inés de la Cruz, instaurado en 1993 para distinguir la mejor novela de la temporada escrita por una mujer. Lo que nació para compensar una pesada inercia —solo hay 6 escritoras entre los 32 galardonados con el gran premio FIL de Lenguas Romances y la mitad de ellas lo han ganado en los últimos cinco años― se ha convertido en un verdadero canon de la literatura reciente. Los amantes de la historia de la literatura encontrarán en su palmarés una galaxia de nombres imprescindibles. Los amantes de la literatura a secas, una lista de grandes novelas. Hoy es imposible redactar una bibliografía seria sin consultarla.

A esa lista se ha incorporado este curso Isla partida, de Daniela Tarazona, que este miércoles recibió su diploma en el gigantesco auditorio Juan Rulfo. La novela, publicada por Almadía, es una fulgurante mezcla de relato esquizofrénico y libro de duelo, una inmersión en la mente con la ambigüedad de un poema y la precisión de un encefalograma. Cuerpo, casa y lenguaje son demolidos y vueltos a construir en cada página. Heredera de Clarice Lispector pero con voz propia, Tarazona consigue mantener la fascinación en la lectura sin recurrir a trucos fáciles, desplegando un relato sin argumento que buscar superar la vieja dicotomía entre fondo y forma.

El humanismo necesitó tres siglos de literatura para “renunciar a Dios”. El problema es que no renunció “a la misoginia”, dijo Sabina Berman

Veinticuatro horas antes de recibir el premio, Almadía brindó con mezcal por su premiada en el stand que comparte con la editorial Era. Pocos metros más allá, dentro del programa Latinoamérica Viva, la escritora chilena Paulina Flores anunciaba que en 2023 publicará su primer libro de poemas: Recordar las cosas buenas. Lo hizo durante un coloquio con la brasileña Nara Vidal y la colombiana Laura Ortiz en el que la autora de ¡Qué vergüenza!, uno de los grandes libros de cuentos de las letras actuales en español, recordó que su búsqueda de referencias en la historia de la literatura se pareció durante demasiado tiempo a algo que describió con una imagen: “Era como ir por un pasillo y no ver a los lados más que puros retratos de hombres. Y pensar: ¡Qué sola estoy!”. Entonces aparecieron Flannery O’Connor, Carson McCullers y, sobre todo, Alice Munro. “Con historias oscuras y perversas y llenas de personajes egoístas con los que me identificaba. Tal vez porque soy una pésima persona”, añadió con ironía.

Minutos después, otro conversatorio trataba de responder a esta pregunta: “¿Son solo una moda las mujeres en el arte?”. Lo organizaba el colectivo Opinión 51, fundado hace un año en México por un grupo de pensadoras y periodistas cuando se dieron cuenta que solo una de cada diez columnas de los periódicos estaba firmada por una mujer. La charla cerró la jornada y fue uno de esos momentos eléctricos -cada FIL tiene los suyos- en los que el auditorio se rinde de admiración ante el humor, el rigor y la elocuencia de quienes ocupan el estrado. En este caso: la dramaturga Sabina Berman, la publicista Ana María Olabuenaga y la exdirectora del Fondo de Cultura Económica y de Conaculta y actual responsable de la feria del libro de Monterrey, Consuelo Sáizar.

Mujeres hacen fila para la firma de libros de la autora Alma Delia Murillo
Mujeres hacen fila para la firma de libros de la autora Alma Delia MurilloRoberto Antillón

“El relato de la realidad no es la realidad sino solo aquello que tiene importancia”, dijo Berman. “Y lo que tiene importancia es lo que puede cambiar el propio relato. Durante siglos las mujeres no podían cambiar el relato y por eso no importaban”. De ahí la revolución a la que estamos asistiendo, algo que no había sucedido desde el humanismo renacentista, apuntó. Un humanismo que necesitó tres siglos de literatura para “renunciar a Dios”. El problema es que no renunció “a la misoginia”. Olabuenaga, entre tanto, reivindicó la idea de moda: “Las mujeres en el arte siempre han estado ahí, desde el principio. ¿Moda? La moda es un lenguaje y puesto que es un lenguaje, hagamos que nos lean”.

“¿Votaríamos a una mujer por ser mujer aunque no estemos de acuerdo con su proyecto político?”, preguntó Consuelo Sáizar

Por su parte Sáizar dedicó su intervención a relatar la genuina emoción que sintió este sábado durante el discurso de Mircea Cartarescu en la ceremonia inaugural de la FIL. Es uno de sus autores de referencia y su defensa de la poesía “en los espantosos desfiladeros de lo virtual” le llegó al alma. Tanto que, relató, tuvo la necesidad de tomar de la mano a su esposa, sentada a su lado. Fue más tarde cuando, con cierta congoja, se dio cuenta de que el autor rumano había citado a media docena de escritores pero a ninguna mujer. ¿No reparó en la laguna? ¿Nadie le avisó? Sáizar comparó ese discurso con el pronunciado un año antes en el mismo estrado por Diamela Eltit. Aquel día, la novelista chilena llamó a “desbiologizar la literatura” y criticó que la literatura sin adjetivos fuera la de los hombres porque la de sus colegas era siempre “literatura de mujeres”.

Al punto, Sáizar lanzó preguntas que, dijo, las mujeres se hacen mucho en privado pero rara vez en público: “¿Por quién me inclino? ¿Por las escritoras que exigen que se las lea por su calidad o por los escritores que dicen leer sin pensar en el género?”. Poco después, cuando un espectador preguntó si México estaba listo para elegir a una mujer en las presidenciales de 2024, ella lanzó otra pregunta: “¿Votaríamos a una mujer por ser mujer aunque no estemos de acuerdo con su proyecto político?”. El debate seguía abierto, pero la FIL cerraba.

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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