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elecciones en alemania
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El antídoto Thälmann

El éxito de la ultraderecha en las elecciones regionales del este muestran que Alemania está mudando de piel

Monumento erigido en Berlín a Ernst Thälmann, expresidente del Partido Comunista Alemán (KPD), sobre la palabra 'held' (héroe, en alemán), en una imagen de 2022.
Monumento erigido en Berlín a Ernst Thälmann, expresidente del Partido Comunista Alemán (KPD), sobre la palabra 'held' (héroe, en alemán), en una imagen de 2022.

La pintada tiene 100 años y ha sobrevivido en el centro de Weimar a los nazis, a los comunistas y a la caída del muro. “Vota a Thälmann”, dicen las letras rojas en favor de este sindicalista, candidato en 1932 y fusilado por Hitler años más tarde después de inspirar a los brigadistas en España. La tinta parece revivir al calor de estas elecciones en las que Alemania está mudando la piel.

Los primeros resultados confirman lo esperado. Turingia, el primer land alemán donde los nazis formaron parte del Gobierno en 1929, y Sajonia —donde han quedado solo por detrás de la CDU por un estrecho margen— han depositado su fe en Alternativa por Alemania. Brandenburgo, el tercero de los cinco estados que antes formaban Alemania del Este, vota en unas semanas y el calendario político de otoño está lleno de gabinetes de crisis.

Alemania no es una anomalía. Sus síntomas encajan con el mal que aflige al resto de Occidente. En la antigua RDA germina la desilusión, la cicatriz aún palpita, aunque los datos económicos no justifican el enfado, ni sacar los esqueletos del armario. Pero para no repetir errores se necesita memoria y esta es una delicada mezcla de hechos y emociones. Últimamente las elecciones se basan demasiado en lo segundo.

No estamos tampoco ante un Weimar II. El descontento social y la polarización recuerdan a aquella época. Los hechos riman, pero no se repiten. No nos envenena el aguijón de una guerra mundial, la inflación es diminuta en comparación con la de esos años y la Constitución actual es un aprendizaje de aquella experiencia.

Pero no debemos despreciar o ignorar lo que nos dicen estos resultados. A la gente no le gusta en general votar por la extrema derecha. Casi nadie reconoce hacerlo. La mayoría de los que votan por AfD no consideran estar eligiendo radicales, sino hombres y mujeres que se ocupan de sus problemas. Ni rurales, ni hombres, ni mayores: el denominador común de estos votantes es sentir que están en la fila de atrás, sus problemas no importan, sus tradiciones son secundarias e incompatibles con lo que el país necesita.

Los extremistas —sus líderes lo son: se califican solos con ideas como la reinmigracion, un eufemismo de la repatriación forzada— han acercado el oído al suelo y han percibido la mutación. Hay una parte de la población que quiere más raíces, considera excesivo el celo de los verdes y cree que es malintencionado el apoyo a Ucrania, una guerra que se siente muy próxima en Alemania. No se les consulta, no se les atiende, para ellos esto no es democracia o la democracia no funciona.

Este malestar, aprovechado por AfD o por otra “alternativa”, está aquí para quedarse. O se gobierna con ellos, o la coalición que habrá que formar para contenerlos será tan grande que no se podrán tomar decisiones para gobernar. Hay que centrarse en la causa, no en el síntoma. Hay que hacer política de calle, visitar los pueblos, hablar con la gente, elegir bien a estos líderes entre personas con las que el votante se pueda identificar, no atendiendo a favores en la capital. Esto es ahora quizá más incómodo y hasta peligroso que antes, pero es la salida.

Muchos alemanes y austríacos lucharon en la guerra civil española para evitar que se extendiese aquí el totalitarismo de sus países, en su mayoría alistados en el batallón que llevaba el nombre de Thälmann. Es hora de poner una vez más nuestras barbas a remojar.

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