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La nueva vida del viejo aeropuerto de Berlín, reconvertido en centro para refugiados ucranios

Alemania, que ha acogido a un millón de desplazados, se enfrenta a la saturación de su sistema asistencial. El mayor complejo, con 3.600 plazas, se ha instalado en el antiguo aeródromo de Tegel

Tegel
Un grupo de personas, el 19 de mayo, en la entrada del centro de refugiados que ha instalado Berlín en el antiguo aeropuerto de Tegel.FILIP SINGER (EFE)
Elena G. Sevillano

Yevhenii está agradecido. Su familia duerme a cubierto, comen tres veces al día y él puede ir a clase de alemán casi a diario. Pero reconoce que no está a gusto. Las enormes carpas blancas que ocupan la antigua pista de aterrizaje del aeropuerto de Tegel, al norte de Berlín, no son el sitio adecuado para sus cuatro hijos, de nueve, seis, tres y un año y ocho meses. El de seis, Artur, al que ya habla en alemán para que se vaya acostumbrando, está pillando todos los virus. “Está constantemente enfermo; una semana bien, otra mal”, lamenta. Solo piensa en salir cuanto antes de este centro de acogida temporal de refugiados: “Estoy desesperado por empezar a trabajar, pero sobre todo por conseguir una vivienda para mi mujer y los niños”.

La situación de Yevhenii, de 29 años, y su mujer, Anna, de 26, se ha vuelto cotidiana en Tegel, el antiguo aeropuerto de Berlín, aunque no debería serlo. El Gobierno berlinés inauguró las instalaciones en marzo del año pasado, cuando llegaban de media 10.000 refugiados procedentes de Ucrania cada día a la capital alemana. La red de apartamentos, hostales y centros de acogida habitual de solicitantes de asilo se había desbordado y las autoridades se fijaron en el viejo aeródromo del Berlín occidental y sus terminales abandonadas. En una de ellas ya se había instalado un centro de vacunación durante la pandemia.

Tegel, Berlín
Unos chavales juegan en el centro de refugiados de Tegel, en Berlín, el 19 de mayo. FILIP SINGER (EFE)

En teoría, los refugiados no iban a pasar más de tres días allí, pero la falta de alojamientos ha hecho que ahora la mayoría tengan que esperar de media tres meses para encontrar algo mejor. “El centro se pensó como un lugar para tramitar las llegadas y dar cobijo de emergencia, con camas para que pudieran descansar, entre dos y tres días, personas que llegaban exhaustas y que quizá seguían camino a otra ciudad alemana”, explica Kleopatra Tümmler, la directora del centro. Berlín cuenta con 30.000 plazas en su sistema de acogida, que está completamente saturado.

Por eso Yevhenii y su familia hacen lo que pueden para que los niños se sientan como en casa, pese a que van pasando las semanas y siguen sin colegio —cientos de niños refugiados aguardan en listas de espera una plaza escolar en la capital— y compartiendo una habitación de 14 camas dentro de una carpa. Él llegó primero, cuenta. Abandonó Járkov, donde trabajaba como montador de neumáticos, justo antes de la invasión. “Tuve suerte, después prohibieron salir a los hombres [del país]”. Durante unos meses vivió en una habitación en casa de un alemán; luego le mandaron a Tegel y al poco pudo juntarse allí con Anna y los niños. “Queremos quedarnos en este país. En Ucrania no hay futuro”, dice con gesto triste.

Tegel, Berlín
Yevhenii y su familia en el centro de refugiados de Tegel, donde residen desde hace meses, el 17 de mayo. Elena G.Sevillano
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Alemania ha acogido a un millón de refugiados procedentes de Ucrania desde que Rusia lanzó su invasión a finales de febrero de 2022. Solo en Berlín residen alrededor de 100.000. Los ucranios representan ya la segunda comunidad extranjera en el país, solo por detrás de los turcos. Al hercúleo esfuerzo que ha supuesto dar alojamiento, educación y sanidad a esa cantidad de personas —más de las que llegaron durante la crisis de refugiados en 2015 y 2016— se ha sumado el hecho de que en paralelo está creciendo el número de migrantes y refugiados procedentes de otros países, sobre todo de Siria, Afganistán y Moldavia.

Hace meses que la Asociación Alemana de Ciudades advierte de que muchos municipios ya no son capaces de proporcionar un alojamiento digno a los refugiados. Están desbordados. El Gobierno federal ha tenido que aprobar un fondo extra para hacer frente a la situación, 4.250 millones que se han repartido a los ayuntamientos, pero que siguen sin ser suficientes. No es fácil ni rápido sacarse de la manga casas o pisos listos para entrar a vivir, especialmente en ciudades con escasez de vivienda, como Berlín. La prensa local ha relatado que en las últimas semanas hostales y hoteles con los que el Ayuntamiento tenía convenios para acoger a refugiados los han desalojado porque empieza la temporada turística en la ciudad. Cuando eso sucede y no tienen otra alternativa, vuelven a Tegel.

Tegel, Berlín
Trabajadores del centro de refugiados de Tegel reciebn a una mujer el 19 de mayo. FILIP SINGER (EFE)

A Kamal Amoyn y a su mujer Rore, de 68 y 64 años, los han cambiado varias veces de alojamiento, traduce Adam, un chico marroquí al que la invasión pilló trabajando en Ucrania y que ahora se encuentra en un limbo, sin pasaporte y sin saber qué hacer. La pareja de refugiados ucranios se queja de que no les tratan adecuadamente sus problemas médicos ―ella padece del corazón― y de que la convivencia no es sencilla en un lugar donde 2.700 personas de distintas nacionalidades y culturas viven, comen y se asean en espacios compartidos. El centro ha sido ampliado y tiene 3.600 plazas en total.

Tegel, Berlín
Señalética para orientar a los refugiados recién llegados al centro. Elena G.Sevillano

Hanna Sheherbachenko, de 53 años, también vivió en un hostal en Berlín durante un tiempo, pero “hubo algún problema con los pagos” y acabó de nuevo en Tegel. “Es bueno tener un sitio para vivir, lo agradezco, pero hay muchos problemas”, explica en inglés. En Kiev trabajaba como analista de negocio. Decidió marcharse y mudarse más cerca de su hija, que emigró a la capital alemana hace dos años para buscarse la vida como informática. “Ella vive en un sitio muy pequeño y de momento prefiero quedarme aquí”. Como Adam y la pareja mayor, asegura que la limpieza es muy deficiente y que ve a muchos niños enfermos. “Creo que no les atienden los pediatras ni les dan las medicinas adecuadas”, lamenta.

La dirección del centro reconoce algunos de los problemas, inherentes a la concentración de personas. “Ojalá pudiéramos encontrarles otro alojamiento, pero la prioridad ahora es que nadie acabe en la calle”, asegura Tümmler.

Carteles en ucranio y ruso

La antigua terminal C del aeropuerto es ahora un enorme centro de recepción. Una línea especial de autobuses conecta el aeródromo con la estación de transporte público más cercana cada 10 minutos. Los refugiados tienen total libertad para entrar y salir. Algunos van a clases de alemán, como Yevhenii, o han conseguido trabajo.

Tegel, Berlín
Una de las salas que funciona como zona común del centro de refugiados berlinés. Elena G.Sevillano

Entre los carteles de “Llegadas”, “Salidas” o “Vuelos de conexión”, ahora hay otros, en ruso y ucranio, que indican dónde deben registrarse si acaban de llegar. Es importante que entren en el sistema para pedir ayudas, escolarizar a los niños, o inscribirse en la oficina de empleo. En la terminal hay un pequeño centro médico, una oficina de Policía y una zona diáfana que hace las veces de comedor y sala de estar.

Una de las habitaciones con literas en el centro de acogida de Tegel.
Una de las habitaciones con literas en el centro de acogida de Tegel.Elena G.Sevillano

Aunque en una parte de la terminal también se han habilitado habitaciones, el grueso del alojamiento se reparte en decenas de carpas blancas a lado y lado de la pista de aterrizaje. Al pasar se oye el rugido de los generadores que inyectan aire caliente al interior. Dentro, el espacio es reducido y está aprovechado al máximo. La privacidad es imposible. Tabiques blancos separan los cuartos, donde hay hileras de camas bajas o literas dobles. Algunas carpas funcionan como zona común, con mesas largas y bancos para comer y salas de juegos para los niños, que cuelgan sus dibujos en las paredes. El centro de acogida de Tegel iba a ser una solución temporal, un alojamiento de emergencia para unos meses. Ahora no hay fecha fijada para desmantelarlo.

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Sobre la firma

Elena G. Sevillano
Es corresponsal de EL PAÍS en Alemania. Antes se ocupó de la información judicial y económica y formó parte del equipo de Investigación. Como especialista en sanidad, siguió la crisis del coronavirus y coescribió el libro Estado de Alarma (Península, 2020). Es licenciada en Traducción y en Periodismo por la UPF y máster de Periodismo UAM/El País.

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