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Los soldados ucranios afrontan sin recursos los traumas psicológicos de la guerra

Las autoridades del país invadido empiezan a asumir que tienen un problema de primer orden por los cientos de miles de militares que combaten sin el debido apoyo

Un soldado ucranio ayuda a un compañero herido. Vídeo: EL PAÍS / REUTERS
Cristian Segura (enviado especial)

La guerra en Ucrania no solo se libra en el frente, sus explosiones y muertes también se producen en la cabeza de los soldados. El conflicto a mayor escala que Europa ha visto desde la II Guerra Mundial dejará a cientos de miles de soldados en cada bando marcados de por vida, aseguran expertos y militares entrevistados por EL PAÍS. En el bando ucranio, las autoridades empiezan a asumir que las consecuencias para el futuro, tras el retorno de los militares a la vida civil, son un problema de primer orden.

Ucrania cuenta ahora con cerca de un millón de hombres y mujeres vinculados a la defensa del país. El Estado Mayor ucranio no aporta cifras concretas, pero fuentes militares estiman a este diario que cerca de 500.000 militares han tenido experiencias de combate en primera línea. Miles de ellos ya están sufriendo trastornos mentales derivados de lo que han presenciado. “Lo que afrontamos es de proporciones inimaginables, y el país no está preparado para ello”, concluye Robert van Voren, uno de los máximos expertos sobre psiquiatría en los antiguos Estados miembros de la Unión Soviética.

Van Voren es director ejecutivo de la Federación para la Iniciativa Global en Psiquiatría, una organización vinculada a la defensa de los derechos humanos en Rusia y Europa del Este. La entidad, explica el experto, ha recibido el encargo del Ministerio de Justicia ucranio para impulsar en el sistema penitenciario del país un programa de tratamiento para los veteranos de la guerra que acaben en prisión. Su equipo formará a unidades preparadas para estos veteranos en las cárceles a partir de métodos aplicados en el Reino Unido. “El 17% de los veteranos británicos de Afganistán e Irak han pasado por prisión”, subraya este sovietólogo holandés. Con este dato, dice, queda clara la magnitud del problema.

En Ucrania solo hay un centro especializado en el tratamiento psicológico para combatientes en la guerra. Fue inaugurado en junio de 2022 y depende de las Fuerzas Armadas. Su fundador, el coronel Oleksandr Vasilkovskii, presenta el Centro de Rehabilitación de Járkov más como una iniciativa privada que como un servicio del Estado porque no reciben financiación pública: dependen de donaciones. La institución se ha establecido en un antiguo sanatorio soviético a las afueras de la segunda ciudad de Ucrania, en el este del país, a 30 kilómetros de la frontera rusa. En sus nueve meses en funcionamiento ha atendido a más de 2.700 soldados, con un programa de cuidados que dura una semana y que debe prepararlos para volver a combatir.

Serguéi Fedorechk (izquierda) es atendido en el centro de Rehabilitación de Járkov que dirige el coronel Vasilkovskii (derecha).
Serguéi Fedorechk (izquierda) es atendido en el centro de Rehabilitación de Járkov que dirige el coronel Vasilkovskii (derecha).Cristian Segura

Serguéi Fedorechk no volverá de momento al frente, porque se ha quedado sordo por una explosión. El viernes se despedía emocionado de Vasilkovskii tras terminar sus días de recuperación en el centro de Járkov. Acudió a recogerlo su nueva pareja, una enfermera que lo atendió en el hospital. Fedorechk es sargento de las fuerzas especiales de las Fuerzas Aéreas. A duras penas puede hablar, parece un boxeador que se levanta después de haber sido noqueado. Pero sonríe porque en el centro de rehabilitación ha tenido la primera semana de paz en más de un año.

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El objetivo de Vasilkovskii es que los militares recuperen una estabilidad que les permita sentirse seguros para volver a combatir. Tanto este coronel como el especialista Van Voren y otros militares entrevistados en los últimos meses coinciden en que las rotaciones en el frente son menos frecuentes de lo que sería necesario. Esto supone que haya soldados que estén durante meses expuestos a una constante presión. “En un mundo ideal”, apunta Vasilkovskii, “las rotaciones deberían ser cada dos o tres meses, pero no es así, porque nuestro enemigo tiene muchos más recursos que nosotros”.

El proceso para ingresar en el Centro de Rehabilitación de Járkov empieza en el mismo frente. Allí, los psicólogos militares deben identificar a soldados que sufren ataques de pánico, desmoralización o pensamientos suicidas. Una vez en Járkov, estos hombres —pueden estar acompañados por un familiar— son tratados desde las siete de la mañana con diferentes terapias, individuales y colectivas: llevan a cabo, entre otras, actividades de fisioterapia para relajar el cuerpo; ejercicios en una piscina a 32 grados de temperatura que simula el estado prenatal; salas de relajación con aromas, sales y también mediante técnicas láser.

Bogdan, soldado de 21 años tratado en el Centro de Rehabilitación de Járkov.
Bogdan, soldado de 21 años tratado en el Centro de Rehabilitación de Járkov.Cristian Segura

Maxim Baida, psiquiatra militar desde 2011, responsable de la atención psicológica a los internados en el centro de Járkov, subraya que no pueden atender casos a largo plazo del trastorno por estrés postraumático, la principal enfermedad mental que sufren los soldados de cualquier guerra. Su prioridad es que vuelvan a dormir sin pesadillas, que dejen de sentir culpabilidad por los compañeros muertos y, sobre todo, que pierdan el miedo cuando regresen al frente, cuando andan por la calle o ante la angustia por un futuro que ven como extremadamente incierto.

Yuliia Sobolta es terapeuta del proyecto DoLadu, que asiste a heridos en hospitales militares de Kiev. Sobolta trabaja con soldados desde 2017 durante un mes, el tiempo que están hospitalizados. En DoLadu no trabajan a fondo en los traumas que padecen. Se centran en estabilizar a los pacientes, en aportarles técnicas de relajación una vez vuelvan al frente y de meditación, algo que los estamentos militares están aceptando por primera vez. “Todavía es algo inusual porque Ucrania es una sociedad conservadora, influida por un cristianismo ortodoxo, y se cree que la meditación es algo religioso de fuera”, afirma.

Sobolta señala que el principal trauma entre los combatientes es la culpa por los amigos perdidos, de seguir vivos en un entorno civil y de no estar con sus camaradas. También han detectado una nueva problemática respecto a los que lucharon en la guerra de Donbás, iniciada en 2014 tras el levantamiento separatista en esta región del este con el apoyo de Rusia: “Ahora vemos más desesperanza, sienten que no hay un lugar seguro, la incertidumbre vital es mucho mayor”.

El dolor de los compañeros muertos

Viachislav Melnikov tiene 27 años y es francotirador en un batallón de infantería. Antes de la guerra era albañil. El proyectil de un tanque enemigo impactó en su posición y las contusiones que sufrió le dejaron secuelas mentales. Fue ingresado en el centro de rehabilitación de Járkov porque cada noche tenía pesadillas y padecía temblores en las extremidades. Vive atormentado por no haber hecho lo suficiente por salvar a compañeros muertos. No quiere pensar en el futuro porque le genera ansiedad, y explica que le han enseñado métodos para mantener su cabeza centrada. Su objetivo es volver al combate cuanto antes. “Es fundamental que no contagie a mi familia el odio que siento, este odio lo quiero sentir en el frente, no en casa”. No puede precisar el número de soldados enemigos que ha abatido, pero afirma, con una mirada que transmite violencia, que no supone ningún trauma haber acabado con la vida de otros seres humanos: “Esta gente está invadiendo mi país. Yo no he ido a Rusia a matar a civiles. Yo estoy protegiendo a nuestras familias”.

Viachislav Melnikov, soldado ucranio, francotirador, en tratamiento psicológico en el Centro de Rehabilitación de Járkov.
Viachislav Melnikov, soldado ucranio, francotirador, en tratamiento psicológico en el Centro de Rehabilitación de Járkov.Cristian Segura

Sobolta recalca el insuficiente número de expertos que tiene Ucrania: según sus estimaciones, en los hospitales militares, por cada 100 soldados hay un psicólogo. En DoLadu consideran imprescindible que se formen de forma urgente nuevas hornadas de expertos en salud mental militar. Esta entidad trabaja con apoyo del Gobierno de Estados Unidos y señala como referencia a Israel. La fundación que preside Olena Zelenska, esposa del presidente, Volodímir Zelenski, tiene un programa, en colaboración con el Gobierno israelí, por el que ya han formado a una treintena de terapeutas en el Centro Natal de Tel Aviv para el tratamiento de víctimas en zonas de conflicto.

Para diseñar el plan terapéutico de Járkov, Vasilkovskii asegura haber estudiado los programas de atención para veteranos estadounidenses de la guerra de Vietnam. Y está convencido de que desde 2014 Ucrania ya cuenta con suficiente experiencia para preparar a sus expertos, más que cualquier ejército de la OTAN. Tanto él como la terapeuta subrayan la importancia de los veteranos de la guerra en Donbás, que han demostrado ser psicológicamente más resistentes. “Estos hombres transmiten seguridad a la unidad y saben actuar cuando un compañero, por ejemplo, sufre un bloqueo”, dice el coronel Vasilkovskii.

La parte positiva, dice Van Voren, es que las autoridades ucranias son conscientes del problema porque lidian con él desde 2014 y porque llevan 30 años acercándose progresivamente a los estándares de la Unión Europea. La parte negativa, añade, es que “la salud mental nunca ha sido una prioridad”. Según sus estimaciones, un tercio de las instituciones psiquiátricas han cerrado debido a la guerra y buena parte de su personal son ahora refugiados fuera del país. En el lado del invasor el problema será mayor porque la psiquiatría rusa se ha aislado y porque la posición de sus soldados es peor, lamenta Van Voren: “Combaten en otro país, en un entorno en el que son odiados y vienen de una sociedad en la que no tienen ningún apoyo moral”.

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Sobre la firma

Cristian Segura (enviado especial)
Escribe en EL PAÍS desde 2014. Licenciado en Periodismo y diplomado en Filosofía, ha ejercido su profesión desde 1998. Fue corresponsal del diario Avui en Berlín y posteriormente en Pekín. Es autor de tres libros de no ficción y de dos novelas. En 2011 recibió el premio Josep Pla de narrativa.

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