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El ‘Qatargate’ culmina una era de esfuerzos cataríes por influir en las democracias occidentales

La investigación por presuntos sobornos en Bruselas se suma a otras operaciones sospechosas que empezaron con la designación de Qatar como sede del mundial

El entonces presidente francés, Nicolas Sarkozy, saluda al emir de Qatar en 2011, Hamad Bin Khalifa al Thani, en París, Francia.Foto: Julien Hekimian | Vídeo: Reuters
Marc Bassets

La final Francia-Argentina de este domingo en el Mundial de Qatar es la culminación de una operación de más de una década, la guinda de años de esfuerzos por desplegar, con métodos más o menos dudosos, la influencia planetaria de una minúscula monarquía autoritaria del golfo Pérsico. El llamado Qatargate —la investigación en Bélgica por los supuestos sobornos a eurodiputados— ha venido a recordar la estrategia del emirato para hacer valer su influencia en el mundo.

El supuesto método del Qatargate resulta chocante en una época en la que corruptores y corrompidos suelen preferir montajes sofisticados en paraísos fiscales que la entrega de maletas con dinero contante y sonante. Pero no es nueva la intención.

“No me sorprende el intento de Qatar de comprar su influencia”, dice desde Washington Jonathan Schanzer, vicepresidente de la Fundación para la Defensa de las Democracias. “Me sorprende la audacia de los supuestos sobornos”.

Si hubiera que buscarle un origen lejano al duelo Messi-Mbappé, un momento fundacional podría ser el 23 de noviembre de 2010 en el palacio del Elíseo, sede de la presidencia de la República francesa. Así lo sospechan fiscales franceses y así lo han denunciado dirigentes futbolísticos.

El anfitrión del almuerzo es Nicolas Sarkozy, entonces presidente. Los invitados, el jefe de la UEFA, Michel Platini; y Tamim Al Thani, entonces príncipe heredero de Qatar y hoy emir.

Hay mucho en juego. Qatar, un estado inundado de dinero gracias a la producción de gas y con ambiciones geopolíticas, pugna con Estados Unidos, entre otros países, por acoger el Mundial de 2022.

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Platini, estrella del fútbol francés en los años ochenta, se inclina por la candidatura estadounidense. Es difícil hacer entender, en ese momento, que un país desértico vaya a organizar en pleno invierno una competición deportiva que habitualmente se celebra en verano.

Pero he aquí que, tras el almuerzo, Platini cambia de opinión. Nueve días después, Qatar se impone a EE UU en la votación para designar la sede.

“Sin la intervención en el último momento de Sarkozy sobre Platini, Qatar jamás habría obtenido la Copa del mundo”, declaró en 2021 Joseph Blatter, expresidente de la FIFA, al diario Le Monde. Platini sostiene que decidió apoyar a Qatar antes del almuerzo.

Lo que ocurrió 23 de noviembre de 2010 está bajo la lupa de la Fiscalía nacional financiera que, en 2019, abrió una investigación por “corrupción activa y pasiva”. Por ahora no hay imputados. La fiscalía se centra en la sospecha de que el almuerzo fue una “etapa decisiva en el proceso de atribución del campeonato de fútbol”, según Le Monde, que cita la investigación.

“Lo que está en juego en este asunto es si el almuerzo escondió un pacto de corrupción”, dice Élise Van Beneden, presidenta de la asociación anticorrupción Anticor, que figura como acusación en el caso. Van Beneden recuerda que las personas citadas disfrutan de la presunción de inocencia. Cita operaciones que ocurrieron en los meses posteriores: la compra del club de fútbol Paris-Saint-Germain por parte de un fondo de Qatar y la participación catarí en los grupos franceses Lagardère y Accor, próximos a Sarkozy.

“La justicia deberá decir si estas operaciones son contrapartidas por las intervenciones de personas que estaban al cargo de misiones de servicio público”, dice la presidenta de Anticor. “Esperamos imputaciones en los próximos meses”.

Todo esto —como las muertes de obreros migrantes desde la concesión del Mundial en 2010, 6.500 según el cálculo del diario The Guardian— ha quedado medio tapado estas semanas por el alto nivel de la competición deportiva, las audiencias millonarias y la elogiada organización. Pero Qatar no habría llegado hasta aquí sin la estrategia de los últimos años, una estrategia que se ha calificado de soft power o poder blando, es decir, sin usar la fuerza militar.

Bertrand Besancenot, exembajador francés en Qatar y ahora consejero sénior en el grupo de inteligencia económica ESL & Network, explica: “Que Qatar, al ser un país rico, y con ambiciones en materia de soft power, haya usado sus medios financieros para incitar a unos y otros... En la política de influencia, la gente usa las armas de las que dispone”. Y añade: “El arma de Qatar es su dinero”.

Besancenot enmarca la estrategia catarí en el esfuerzo, que comenzó con el padre del actual emir, para “colocar a Qatar en el mapa”. Así se explica la apuesta por el gas, lo que el exembajador describe como la “diplomacia de la mediación” —entre los talibanes y EE UU, por ejemplo—, la creación de la cadena Al-Jazeera o el propio Mundial.

“Es una política de soft power asumida”, añade Besancenot, quien lamenta que algunas críticas a Qatar “muestran una especie de rabia contra un país que ha tenido éxito, que es rico y dinámico”.

El periodista Christian Chesnot, autor de Qatar. Les secrets d’une influence planétaire (Qatar. Los secretos de una influencia planetaria), apunta: “El problema de Qatar es que tiene una montaña de dinero. No saben qué hacer con él. Y desde el momento en que tiene ambiciones, ahora incluso para obtener los Juegos Olímpicos de 2036, pues se hace lobby y a veces se traspasan las normas y se cruza la línea roja y te pillan. Otros lo hacen también: Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudí, Kazajistán, Marruecos...”.

“En Washington se ha visto mucho dinero como manera de comprar influencia”, describe Schanzer, de la Fundación para la Defensa de las Democracias, “aunque quizá no en forma de sobornos”.

En EE UU ha habido casos sonados, como la dimisión, en junio, del general retirado John Allen como presidente de Brookings Institution, centro de análisis de referencia. Allen dejó su cargo tras revelarse una investigación de la Fiscalía por haber actuado, cuando ya se había retirado del Ejército, a favor de los intereses cataríes en Washington a cambio de dinero y sin declararlo al registro oficial de lobistas, como manda la ley.

A Schanzer le gustaría que el presidente francés, Emmanuel Macron, aprovechase su presencia este domingo en la final de Qatar para enviar un mensaje a este país en pleno Qatargate. “Esta supuesta trama de corrupción fue un asalto directo al sistema democrático de la Unión Europea”, dice.

Pero Macron ya asistió a la semifinal, el miércoles, y declaró: “El deporte debe unir”. Y añadió: “Hay que reconocer que Qatar organiza muy bien esta Copa del Mundo, la organización es buena, la seguridad es buena. No seamos cicateros con nuestro placer. Estamos en la final, es formidable”. Según la cadena Europe 1, Platini ha rechazado la invitación del presidente para asistir al partido.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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