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Minas y bombas sin explotar escondidas hasta en los cadáveres, la trampa mortal de Ucrania

Kiev acusa a Moscú de sembrar el país con explosivos, un enemigo casi invisible, y calcula que tardará décadas en despejar el territorio que considera peligroso

Una señal advierte del peligro de minas en el arcén de una carretera de la localidad de Chkalovske (región de Járkov) el pasado 30 de noviembre.Foto: LUIS DE VEGA
Luis de Vega (Enviado Especial)

Es martes 8 de noviembre a las dos de la tarde. Un grupo de empleados trabaja en la reparación de una de las principales carreteras que transcurre por el este de la región de Járkov. Se trata de una zona que estuvo durante meses ocupada por los rusos. Una gran explosión lanza por los aires la pequeña excavadora y deja un socavón que ocupa el arcén y parte del asfalto. La máquina aterriza en medio de los matorrales a una decena de metros de distancia. Dos de los operarios mueren en el acto. Un tercero no logra sobrevivir a las heridas y fallece esa misma semana. Yaroslav Milanka, el jefe de policía de Chkalovske, el municipio donde tiene lugar el siniestro, comenta con EL PAÍS a la mañana siguiente en el lugar de los hechos que el peligro acecha por todos lados. Creen que la causante fue una mina antitanque modelo TM-62, ampliamente usada en Ucrania, y que se acciona al ser presionada por más de 150 kilos. Ucrania se enfrenta a un enemigo casi invisible al que no vencerá antes de varias “décadas”, según pronosticó el viernes la viceministra del Interior, Mary Hakobyan, que calcula que antes de final de año alcanzarán los 500.000 artefactos desactivados.

Aparecen en los juguetes de los niños, en los retretes, en los electrodomésticos, en las puertas de acceso a las casas, en los vehículos… También en sedes de organismos oficiales, en edificios residenciales, en parques, en campos de labranza, en carreteras, en caminos, en arcenes, bajo el tendido eléctrico que hay que reparar… Ucrania está sembrada de minas antipersona y antitanque (contra vehículos) así como de bombas trampa. El último incidente costó el miércoles la vida a cuatro policías que participaban en las tareas de desminado de la región de Jersón, en el sur del país. El presidente Volodímir Zelenski los condecoró a título póstumo al día siguiente, al tiempo que aseguraba que el “terror de las minas” es “más cruel y mezquino que el de los misiles, porque no existe un sistema antiminas que pueda destruir, al menos, parte de esa amenaza, como sí lo hace la defensa aérea”.

Se han encontrado explosivos hasta ocultos en cadáveres, para que estallen en el momento de ser recogidos. Así lo ha denunciado el Servicio Estatal de Emergencias, que calcula que están afectados 175.000 kilómetros cuadrados, casi un tercio de la extensión de Ucrania, que equivale al territorio que ocupan juntas la Comunidad de Madrid, Castilla-La Mancha y Andalucía, según su portavoz, Oleksandr Khorunzhi.

“El dolor y la destrucción causados por esas amenazas ocultas son inmensos. Las explosiones pueden ser fatales o causar lesiones como ceguera, quemaduras, extremidades dañadas y heridas profundas de metralla”, ha denunciado el Comité Internacional de la Cruz Roja. El número de civiles que fueron víctimas solo en los nueve primeros meses de invasión, un total de 277, multiplica por cinco el dato de 2021, que fue de 58 —por las minas que riegan el suelo ucranio desde que en 2014 comenzó el conflicto del Donbás—, según la organización Landmine Monitor, que ha detectado hasta siete tipos diferentes de minas colocadas por el ejército ruso en Ucrania.

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Uno de ellos es el modelo PFM-1, también conocida como la mina mariposa por su forma alada. Yuri Demchenko, de 57 años, regresó a su casa en la liberada localidad de Rubizhne (región de Járkov) cuando la contraofensiva ucrania obligó a replegarse a los rusos. La mañana del 20 de septiembre revisaba el estado de la vivienda y sus alrededores cuando pisó uno de esos artefactos y perdió parte de un pie. Estuvo un mes ingresado en un hospital y ahora ha de andar con ayuda de un bastón.

Forma parte del problema también la existencia de decenas de miles de proyectiles de artillería, misiles, bombas de racimo, morteros, granadas o explosivos lanzados por aviones que permanecen sin estallar. La nieve y el hielo del invierno complican estos días más todavía su detección. Al mismo tiempo, una mayor necesidad de leña para calentarse por parte de la población ante los crecientes ataques rusos a infraestructuras energéticas los obliga a exponerse más en esas zonas minadas y con restos de armamento.

Ucrania se ha adherido a la convención internacional contra el uso de minas, que el domingo pasado cumplió 25 años. Rusia no forma parte de ese tratado, pero está obligada a acatar las prohibiciones impuestas por la normativa armamentística de la ONU y los Convenios de Ginebra que regulan el derecho humanitario en las guerras. Pese a todo, Kiev no conoce a ciencia cierta cuántas minas pueden haber sido colocadas por los rusos. O las que todavía se van a colocar. Algunas se hallan visibles. Otras, ocultas.

Contra el desembarco ruso en Odesa

En todo caso, ambos países emplean en el conflicto minas, según Human Rights Watch (HRW). Aunque no hay constancia de que Ucrania haya empleado las antipersona, sí usa las antitanque, añade esa organización humanitaria. También las empleó para impedir el desembarco ruso en la ciudad portuaria de Odesa, en el mar Negro. Ucrania arrastra el peligro de las minas y el armamento sin detonar desde que comenzó la guerra en el este en 2014, pero la invasión a gran escala emprendida el pasado 24 de febrero por Rusia ha empeorado y extendido el riesgo.

La liberación el mes pasado de la margen occidental del río Dniéper en la región de Jersón ha abierto un nuevo escenario de inseguridad. Los cuatro policías fallecidos el miércoles, entre ellos el jefe de la región de Cherkasi, perdieron la vida cuando su vehículo pasó sobre una mina mientras regresaban precisamente de realizar tareas de desminado. Otros cuatro resultaron heridos. Los agentes han encontrado todo tipo de trampas como las que se activan cuando los pies chocan con un hilo casi invisible en medio de una escalera. En algunos casos la colocación de explosivos ha sido tan masiva y concienzuda que las autoridades han tenido que optar por volar el edificio, como ocurrió con la sede de la comisaría de Policía de la ciudad de Jersón.

Esa región —junto a la de Járkov, en el noreste— son ahora el principal foco de atención del Servicio Estatal de Emergencias y de las diferentes Fuerzas de Seguridad que, en algunos casos, cuentan con la ayuda y el asesoramiento de especialistas de otros países. Cientos de empleados salen cada día en misión a inspeccionar y limpiar todas esas zonas urbanas y rurales, pero no es posible llegar a todo. Con cierta frecuencia, la cruda realidad sale a relucir en forma de accidente.

Es el caso de la referida explosión de la excavadora sobre una mina en la carretera de Chkalovske que costó la vida a tres trabajadores. Esa zona de Járkov estuvo ocupada durante meses por los rusos, hasta que fue liberada en septiembre y ese punto se encuentra en una vía de comunicación altamente transitada. Junto a los guantes de goma y otros restos de la atención médica ofrecida a las víctimas, varios hombres con terno de camuflaje se afanan en cubrir el agujero dejado por la explosión. Mientras, Milanka, el jefe de policía de Chkalovske, ayuda a ordenar el tráfico, pues solo está abierto en uno de los carriles.

Empleados de los servicios de emergencias junto a los restos de un tanque en Irpin.
Empleados de los servicios de emergencias junto a los restos de un tanque en Irpin.Luis de Vega

Días después, una señal metálica roja con una calavera blanca en la que se lee “minas” recuerda el riesgo a los conductores. Esas advertencias son frecuentes en casi todas las carreteras y caminos para impedir circular o poner los pies fuera del arcén. A veces, en los pueblos recién liberados de la presencia rusa, basta con una pintada con espray de “¡Minas!” en el muro de una vivienda para alertar del peligro.

Más allá de las zonas sembradas de minas con el repliegue ruso, también forma parte de la realidad cotidiana la existencia de proyectiles sin explotar. Vasili Bohomol, de 69 años, vive en Kutuzivka, una zona residencial que se extiende hacia el norte de la ciudad de Járkov, a unos 25 kilómetros de la frontera rusa. Este barrio de casas bajas estuvo ocupado hasta mayo y ha sido objetivo de ataques por parte de los dos ejércitos. Muchas de las viviendas presentan daños. “Mire cuánta destrucción hay aquí. Es increíble”, afirma.

Varios misiles grad permanecen clavados en la calle esperando a que los retiren los servicios de Emergencias a los que Bohomol ha avisado por teléfono. Hasta esa zona se dirige el equipo liderado por Bogdam Shevchenko, de 22 años, que se pasa la mañana atendiendo reclamaciones vecinales. Se mueven en un todoterreno y en un camión blindado donde almacenan los restos de armamento que van encontrando. Además de retirar esos grads, se llevan varios proyectiles de artillería sin explotar de un chalé que ya se está reconstruyendo. Los obreros no los habían sacado de los escombros y los ayudan a localizarlos. También visitan varios jardines de viviendas cuyos propietarios están preocupados por los restos de impactos con los que conviven.

“Cada año de guerra son 10 años de desminado”, señala Shevchenko, originario de la convulsa región de Donetsk, donde la guerra comenzó hace ocho años y donde, junto con la vecina Lugansk, comenzó a forjarse la experiencia de los desminadores ucranios. El joven se ha preparado cuatro años para este trabajo al que se incorporó hace cinco meses, en plena invasión.

Un misil incrustado en un camino de Kutuzivka (región de Járkov), una localidad próxima a la frontera rusa que permaneció ocupada hasta mayo y que ha sido escenario de ataques por ambas partes.
Un misil incrustado en un camino de Kutuzivka (región de Járkov), una localidad próxima a la frontera rusa que permaneció ocupada hasta mayo y que ha sido escenario de ataques por ambas partes.Luis de Vega

El peligro acecha especialmente en las zonas a las que, tras la ocupación, trata de regresar la población civil. Es en ese tránsito de vuelta, en el ritual para intentar retomar de nuevo la vida cotidiana, cuando cualquiera puede ser víctima. Es el caso de regiones como Jersón o Járkov, donde los invasores han estado asentados durante meses y donde han sufrido sonoras derrotas a manos del ejército local. Pero las autoridades no olvidan enclaves que permanecieron ocupados al comienzo de la invasión, como Bucha o Irpin, en la región de Kiev. Las retiradas de los militares rusos han venido acompañadas de la colocación de minas y explosivos de manera indiscriminada, denunció el portavoz de Emergencias durante una comparecencia a finales de noviembre. La finalidad no es solo frenar y hacer daño a las tropas ucranias, sino causar víctimas entre los civiles y sembrar el miedo entre toda la población, lamenta Khorunzhi.

El país tiene un problema no solo de seguridad, sino también económico por los enormes recursos que son necesarios, estima Mary Hakobyan, viceministra del Interior, sin dejar de agradecer la ayuda de países como Japón. EE UU, Noruega o Polonia. Ucrania, comenta durante un acto organizado en Kiev, ha doblado el personal de los Servicios de Emergencia y ahora más de un millar de trabajadores y otros 500 en modo de entrenamiento. Además de reclutar y entrenar, insiste Hakobyan, hacen falta equipos modernos y tecnología.

La población tiene prohibido regresar a su casa sin el visto bueno de las autoridades, que han de haber revisado previamente el entorno, especialmente el más próximo a las viviendas. “Arriesgamos nuestras vidas, pero no la de la gente”, comenta Khorunzhi refiriéndose a que prefieren trabajar en zonas en las que no haya vecinos. El mensaje de alerta a los ciudadanos se repite a diario a través de diferentes canales. Se muestran imágenes de los tipos de explosivos y minas y se intenta que el mensaje llegue también a los más pequeños, pues algunos de ellos, diabólicamente, parecen atractivos juguetes. Es el caso de las pequeñas PFM-1, las minas mariposa.

Aparecen advertencias en las pantallas de los trenes, las paradas de autobús, las redes sociales y los medios de comunicación. Además, el servicio de emergencias informa permanentemente en su página web y ha habilitado una aplicación que puede descargarse en los móviles. Pero la campaña de mayor impacto es la protagonizada por Patron, el perro desminador de raza Jack Russell Terrier que ha llegado a participar en recepciones de autoridades. Lo esencial ante un objeto sospechoso es no tocarlo y avisar de inmediato a los especialistas.

Señal de peligro de minas junto a un crucifijo en un control militar a la entrada de la localidad de Shevchenkove (región de Járkov).
Señal de peligro de minas junto a un crucifijo en un control militar a la entrada de la localidad de Shevchenkove (región de Járkov).Luis de Vega

Algunos empleados del servicio de Emergencias se lo toman hasta con humor, como ocurre con un grupo desplegado en el distrito de Kupiansk (Járkov). Señalan que, con frecuencia, son los propios animales, como vacas o cerdos, los que se convierten en sus aliados y, al mismo tiempo, víctimas. Su muerte al pisar las minas recuerda a esos empleados que han de trabajar permanentemente en máxima alerta. En algunos casos, pasan los meses y, para desesperación de los ciudadanos, la actividad agrícola no puede retomarse porque los grupos de desminadores no dan abasto, como ocurre en una granja de la localidad de Shestakove (Járkov) que visitó este diario en noviembre. Los rusos dejaron los campos regados de las minas TM-62. Oleksandr Khorunzhi, el portavoz de Emergencias, sabe que tienen un trabajo inmenso por delante y, para dar una idea, explica que todavía siguen apareciendo en Ucrania artefactos sin explotar de la Segunda Guerra Mundial.

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Sobre la firma

Luis de Vega (Enviado Especial)
Ha trabajado como periodista y fotógrafo en más de 30 países durante 25 años. Llegó a la sección de Internacional de EL PAÍS tras reportear año y medio por Madrid y sus alrededores. Antes trabajó durante 22 años en el diario Abc, de los que ocho fue corresponsal en el norte de África. Ha sido dos veces finalista del Premio Cirilo Rodríguez.

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